CERRADO POR VACACIONES

Un año y medio después de abrir mi ventanita al mundo, creo que ha llegado el momento de cerrarla de manera indefinida. No le voy a poner candado, porque supongo que algún día volveré abrirla, pero hoy llueve y hace frío, y encima es lunes. Es el momento.

Uno de los motivos es que he empezado a abrir otras ventanas, y todas no pueden estar abiertas porque sino, al final se me llevará la corriente. El otro es que me gusta buscar las palabras muy adentro y eso requiere tiempo. No me gusta usar las primeras que veo. Y el último es que creo esta ventanita necesita un parón. Le irá bien descansar, respirar, alimentarse y volver dentro de un tiempo con paisajes nuevos.

Así que me despido de todos los que habéis estado entrando y leyendo lo que me dictaban mis angelitos y mis demonios. De los que habéis hecho comentarios y de los que no. De los que me habéis criticado (siempre de manera constructiva, por supuesto) y de los que me habéis alabado. Y sobretodo de los que me habéis inspirado cualquier letra y me habéis animado a seguir escribiendo.

Un besito i fins aviat!!

Lunes, 7 de diciembre de 2009.

DE PIEDRAS Y ABURRIMIENTOS

En un rinconcito del río Mundo hay una roca con un pueblo al fondo. Allí subí a tres niños que miran a las nubes con catalejos que metal, que se duermen en los laureles y que lanzan piedras con guantes de portero. Y me dejaron. Allí tiré una maleta al río que flotó como ninguna maleta ha flotado nunca. Y me dejaron. Y en ella escondí un tesoro que hacía reír mucho. También me dejaron.

A base de tirar piedras, los tres niños mataban el aburrimiento mientras abajo, un general de pañuelo rojo capitaneaba a un miniejército de incansables soldados. A su lado, un hombre llamado amor le robaba al río su mejor perfil y al fondo, en una caravana escondida, dos chicas vestían y peinaban, pintaban bigotes y pupas y le traían la sombra al tesoro escondido. Mientras, dos fornidos caballeros le decían al Sol que se esperara, o que saliera, ellos también movían la sombra, calentaban orejas y llevaban los bolsillos repletos de átomos.

Una mujer con nombre de copo se ocupó de que la soledad se quedara bien lejos del río. Le ayudó un joven con acento de futbolista que iba tapando agujeros por todas partes y, en medio del lío, una pelirroja inquieta pintaba con rotulador negro una pizarra blanca. Un chico sonriente miraba fotos de su amor y nos encendía la tele. Nos enseñaba que estábamos haciendo algo hermoso y entonces su sonrisa se trasladaba a nuestras bocas.

El señor entrañable pintó la maleta con un pincel de oro y trajo consigo a un amigo que sujetaba a los niños a sus risas y les cubría las piernas con mantas. Entre toda la marabunta, un nervio pequeño con nombre de dibujo animado y sus compinches hacían posible la historia. Escondían el ruido, nos traían comida, nos llevaban a casa. Y un chico con forma de paz miraba, miraba, miraba, se colocaba los cascos, buscaba las voces.

Si no habéis entendido nada es porque no estuvisteis allí. En el río Mundo pasan cosas extrañas. Ya lo veréis.

joelnachocristianjaviermanueljuankikonievesdamiánpablomomosilviahéctordiegoluisraulpablopaulajesúsdavidjuanjobeliricomaríagonzalounchipapásmamás… ¡Gracias!

LA PRIMERA SÍLABA

Uno de los pocos recuerdos que tengo de cuando era muy pequeña es el momento en que aprendí a leer o que tomé conciencia de lo que significaba. Otro es el de un colgante que tenía mi madre que era una bailarina y que yo me metía en la boca. Pero vayamos a la lectura. Yo estaba sentada en un banco del patio con la profesora, con un cuaderno lleno de letras delante de mí y, por primera vez en mi vida, uní dos letras y leí. En ese momento, además de iniciarme en la habilidad de trasladar las letras del papel hasta mi lengua, entendí muchas cosas. Y me hice un poco mayor.

Hay momentos en los que nos hacemos mayores de golpe. A veces crecemos, a veces decrecemos y la mayoría de las veces nos mantenemos ahí, en stand by, envejeciendo. El día que conseguí unir dos letras crecí mucho. No sé si al llegar a casa medía lo mismo o no, pero sí entendí que, a partir de entonces, podría ver algo más que dibujos en mis cuentos, descifraría la letra pequeña de los periódicos (aunque por entonces no me interesaban mucho) o que, en un futuro, leería las cartas de futuros amores.

Ese día llené una parte muy grande de mí. El resto lo he ido llenando después y aún estoy en ello. Pero hice un buen trabajo. Y aquella profesora anónima con bata que estaba a mi lado posiblemente no llegue a entender nunca la magnitud de su trabajo. Hoy me gustaría saber quién es. Sobre todo para darle las gracias. Pero también para saber algo más de la persona con la que viví un momento que sigue ahí, grabado, en los entresijos de mi cerebelo.

¿ME BAJAS LA LUNA?

Ayer mi hija se enfadó porque quería coger la Luna y no podía. Se enfadó de verdad. Y claro, yo intentaba explicarle que es que está demasiado lejos y que no se puede coger. Pero en ese momento me hubiera encantado descolgarla y dársela para que jugara como si fuera un balón. Hace lo mismo con los cuentos, intenta agarrarlos dibujos, sobre todo si son biberones o chupetes, o acariciar a los perros, y se cabrea cuando ve que no puede.

El otro día me contó una amiga que su hija, de 8 años, le dijo muy seria: “Mamá, ¿Para qué sirven los hombres!” (con esto una feminista se hubiera puesto las botas). “¿Cómo?”, contestó ella. “¿Para qué sirven los hombres?”. Y se explicó. “Si son las mujeres las que se quedan embarazadas y tienen a los hijos, lo hombres no sirven para nada”. Entonces mi amiga le explicó lo de la celulita de papá y la celulita de mamá (lo de cómo se juntan creo que lo dejó para más adelante). La niña, con toda su inteligencia y su buena fe, preguntaba desde el punto de vista práctico, le preocupaba la supervivencia de la especie humana, nada más.

Y mi vecinita, el otro día lanzaba un helicóptero de juguete al aire, que caía desplomado al momento para estrellarse contra el suelo. Una y otra vez. Una y otra vez. “¡No funciona!”. Tenía razón. Los helicópteros vuelan, y el suyo no volaba. “Está estropeado”. Y ella convencida. Supongo que el helicóptero acabó hecho pedazos, pero es lo que tiene ser un helicóptero y no volar. O ser la Luna y no dejar que te acaricien.

Lo de que los niños te hacen ver cosas que nunca hubieras visto o hacerte preguntas que nunca te hubieras hecho es un tópico muy manido. Pero es tan real como las letras que estoy picando a marchas forzadas. Dentro de un rato mi pequeña entrará por la puerta, me pedirá una galleta aunque sean las 9 y querrá ir al parque aunque sea la hora de cenar. Y yo tendré que decirle: No, no, no. ¿Por qué? Pues no sé, hija, pero no.

EL BARRIO DE MANUELA


El otro día me encargaron un texto sobre Madrid. De lo que yo quisiera. Como no tenía tiempo cogí lo que tengo más a mano, un lío maravilloso de abuelos, niños y borrachos llamado Malasaña.

MADRID I ELS SEUS RACONS II

Si buscas un lugar en Madrid en el que valga la pena perderse para no volver a encontrarse jamás, tienes que ir al barrio de Malasaña, oficialmente conocido como “el barrio de las Maravillas”, una mezcla singular de nuevo y viejo, de vicio, lujuria y castidad, de luz y de mucha oscuridad. Un barrio de esos que solo existen en las grandes ciudades.

En Malasaña (que podría traducirse como “crueldad intolerable”) hay esparcidos un montón de rincones únicos. Solo tienes que entrar en el barrio y estar atento. Solo tienes que fijarte en cada pared, en cada tiendecita, en cada zapato de cada tiendecita. Y paseando paseando llegarás al corazón del barrio, la plaza Dos de Mayo, un lío de abuelos, niños, borrachos y perros en el que el tiempo pasa muy despacio porque no quiere perderse.

Malasaña huele a rancio, a antiguo. Por las noche huele a pis y a cerveza, pero cuando sale el sol uno se da cuenta que cada baldosa ha soportado y aun soporta el peso de muchas vidas, empezando por la de la chica de la que heredó el nombre -Manuela Malasaña Oñoro era una joven costurera que asesinaron las tropas napoleónicas durante la represión posterior al levantamiento del 2 de mayo por llevar encima sus tijeras, (es que decían que iba armada)-.

Aunque si por algo se conoce a Malasaña es porque se convirtió en el centro neurálgico de la Movida de los 70 y 80. De esa época aun se conservan dos mitos: La Via Láctea y el Penta, ese pub polvoriento que sirvió de inspiración a Antonio Vega para cantarle a su chica de ayer. Pero estos espacios no son los únicos que esconden recuerdos del barrio. La Gata Flora o el Café Pepe Botella también podrían decir muchas cosas si sus paredes se pusieran a hablar un buen día. Solo habría que intentarlo. Pero entonces el barrio de la crueldad intolerable perdería una parte del encanto que desborda, y eso no lo podemos permitir.

PEDAZOS

La otra noche acabé en un local de música en directo. Me encantan esos lugares. Huelen a humo y a quicos, a humedad, a madera. Te sientas, te pides una copa, te enciendes un cigarro lentamente (si fumas) y echas a volar.

Cuando el que canta está a dos metros de ti, no puedes dejar de escuchar. Tienes que mirarle, porque tienes que escucharle, y entonces, si te fijas muy bien, eres capaz de adivinar las perfecciones e imperfecciones de su ser. Él canta y, mientras tú paseas por los lugares a los que te lleva, puedes ver cómo se le hincha la vena del cuello, cómo aporrea o acaricia la guitarra o cómo descienden dos gotitas de sudor por el lado izquierdo de su frente.

La otra noche había un tipo que, al tocar, desprendía tanta energía que acabé agotada. Mirarle cansaba mucho. Pero él, al acabar, cogió su guitarra y se marchó como si nada. Yo creo que no se dio cuenta de que se había dejado la voz y los dedos en el taburete. Pero no le dije nada. Supongo que los dejó allí para la próxima vez que tocara.

Es bueno ver a alguien que lo da todo. Uno no puede salir a tocar y marcharse como ha venido, entero. Uno debe dejar algunos trozos de sí mismo por allí por donde pasa o allí donde le dejan expresarse. Yo misma me estoy dejando un tercera parte del lóbulo derecho al escribir este textito. Y este tipo se dejó media vida en el bar Pipiolo el sábado por la noche.

*He encontrado esta pintura preciosa en Internet. El que la hizo tenía tres arrugas nuevas cuando la acabó, pero también le valió la pena.

THE READING

Ayer descubrí varios cuadros increíbles en un sótano del Thyssen. No es que me colara y me pusiera a hurgar donde no me llaman, no. Es que se inauguró la nueva temporada del museo y mi vecina (esa de la que tanto hablo) me invitó a ir. Al margen del acto social, con baronesa y alta sociedad incluidas, asistí a una exposición increíble.

El pintor se llama Fantin-Latour. No sé vosotros, pero yo no había oído su nombre en la vida. Pues resulta que es de la época esa de los simbolistas que tanto me gusta, finales de XIX y principios del XX. Primero se dedicó a hacer retratos de lo que más conocía, es decir, de sí mismo. Luego se animó con sus hermanas y con su madre. Y al final retrató a los artistas de entonces (hay un cuadro suyo, Rincón de Mesa, en el que salen Rimbaud y Verlaine). Se ve que para retratar a alguien tenía que conocerle muy bien, sino no se animaba.

Luego se dedicó a pintar flores. Las pintaba como si fueran personas, o sea, intentaba que tuvieran alma. Tú ves un cuadro con un jarrón de rosas y dices: ¡Pues vale! Eso es lo que dije en la primera vuelta, que eran ramos de cementerio. Pero a la segunda (gracias a una mujer maravillosa a la que nos acoplamos para enterarnos de algo) ya lo veías de otra manera, e incluso las fotos del cuadro eran mucho más bonitas que las de verdad. Te daban ganas de coger el ramo y llevártelo. Te acercabas para verlo de cerca y casi podías distinguir los átomos. A Fantin le gustaba raspar la materia, literalmente. Quería que todo fuera tan real que se dedicaba a rallar el fondo del lienzo para que el objeto que pintaba fuera lo único que existiera. Nada más.

También le gustaba mucho pintar a mujeres leyendo o escuchando como otras leían. Todas las mujeres de sus cuadros tenían la melancolía grabada en los ojos. Como él mismo. ¡Ah! Al final se dedicó a pintar invenciones inspiradas en música clásica. Pero estos ya me gustaron algo menos, lo que quiere decir que me gustaron mucho.

La foto es del cuadro The Reading. ¿Habéis visto la cara de la mujer que escucha? Me tuve que quedar un rato delante, mirándola. Tenía ganas de decirle algo, de preguntarle que en qué estaba pensando, pero temí que me expulsaran de allí.

LA LLAMADA DEL DOMINGO

Domingo por la mañana. Sentada en mi sofá veo un partido de Segunda mientras ojeo El País y devoro su deliciosa revista. Mi hija da vueltas a la mesa con un tren de madera que arrastra de una cuerda. No puede parar. Al rato decido mirar el móvil, suelo tener llamadas o mensajes que no he oído. Lo cojo de entre los cojines del sofá y, cómo no, tengo una llamada y un mensaje de voz. Un fijo de Madrid… ¿en domingo? No tengo ni la más remota idea de quién puede ser.

Llamo al 123 y la chica de voz metálica me dice que tengo un mensajito, “recibido hoy, a las 12:56 minutos”. ¡Piiiiiiiiipp! Una voz grave, pausada, me habla al otro lado: “Hola Marta, soy José Luis Cuerda, llámame cuando puedas por favor al 123456789" (me permitiréis que el número sea ficticio). ¡¿Cómo?! “Repito, soy José Luis Cuerda Martínez, llámame cuando puedas al 123456789.” ¡¿Cómo?! Intento mantener la calma, pero como creo que no he oído bien, vuelvo a escuchar el mensaje. He oído bien.

Mi corazón empieza a saltar. Miles de miniyos bailan una conga en mi interior. Me pongo a dar vueltas a la mesa con mi hija, le digo que me ha llamado José Luis Cuerda, pero ella sigue con su cuerda y con su tren. Así que llamo al 123456789. Aparentando calma y madurez, marco y hablo: “Hola, ¿José Luis Cuerda? Soy Marta Parreño, que me ha llamado hace un ratito”. “¡Hola Marta! Mira, voy a subir a un ascensor, pero antes de que se corte quiero decirte que has ganado el concurso Amanece que no es corto”. Emito un sonido que no puedo escribir ni describir. La conversación sigue y mi corazón cada vez salta más arriba.

Vivo en un quinto pero al acabar estoy flotando como 14 pisos por encima. Mi hija me mira y se ríe. A mi novio no puedo llamarle. Llamo a mi madre, no está. Llamo a mi hermana, no está. Llamo a mi hermano, ¡sí está! Necesito exteriorizar mi alegría y no hay nadie a mano con quien compartirla. Pico a la vecina. Me da el abrazo que necesitaba (gracias vecina). Y luego ya me voy calmando.

Ayer se hizo público el fallo así que ya puedo decir que voy a rodar mi primer corto, “La piedras no aburren”, y espero conseguir que los tres niños de mi peliculita emocionen una décima parte de lo que a mí me emocionó la llamada del domingo.

GP11

Ya sé que Gran Hermano es una patraña. La Gran Patraña. Que no enseña nada y que si encima hablo de ello le estoy dando coba y publicidad. Lo sé. Siempre he dicho que es mejor darse de cabezazos contra la pared que ver ese programa. Pero es que hay un día, uno solo día, que me permito la desfachatez de verlo: el primero. Ese día en el que entran los concursantes y enseñan presentaciones grabadas de lo que se supone que es más destacado de cada uno de ellos. Es muy gracioso. Parece hecho con sentido del humor, aunque pretenda ser algo serio.

¿Lo habéis visto este año? No ha tenido desperdicio. Nada más encender la tele vi a una mujer con una cabeza muy grande –efecto óptico causado por su peinado fashion-, que hablaba gallego y no se callaba ni debajo del agua. Resulta que esta es la madre de otra que concursa, una binguera con unas tetas muy grandes que en la presentación dijo: “Estoy soltera y entera, no para el que me quiera sino para quien yo quiera”, como si hubiera sido poético muy original. Otra salió diciendo que le gustaban los tíos cachas, rubios y con ojos azules y que a ver si metían uno así en el programa (al rato entró uno así en la casa).

Pero lo mejor de todo fue una (que yo creo que tiene que ser actriz porque eso no es normal), que no se despega de una muñeca a la que llama “Rosita” y que dijo que tiene dos personalidades: “La Rebequita, que es la que soy normalmente; y la Rebecota, que es cuando me enfado”. Fue muy surreal. Y salía en su vídeo metiéndose en la cama con su muñequita y un pijama de niña de 8 años.

También, por supuesto, está el guaperas de turno, un tipo de 32 años que tiene, en Estados Unidos, tres hijos de tres mujeres distintas, y uno de cada raza: uno afroamericano, una mexicana y otro de no sé dónde. El tipo lo decía tranquilo y contento, y lo de las razas le encantaba, porque se siente como muy macho y fecundo.

Luego está la jovencita, una rubita de 19 años con cara de ingenua pero bastante bastante guapa que acabará en la portada de Interviú cuando la echen. ¡Ah! Y este año han elegido a un minusválido, un chico murciano que con 16 años se quedó en silla de ruedas por un accidente de moto. “Voy a demostrar que puedo hacer cualquier cosa, como los demás, ya lo veréis”, decía. Y su hermana, en el plató, con lágrimas en los ojos decía que el chaval había luchado mucho por entrar en la casa, que era un sueño. En fin.

¡¡Me olvidaba!! También han metido a un matrimonio, dos chicas que no pueden decir ni que se conocen ni que están casadas. Se las veía muy felices. A ver cómo están cuando salgan de esa casa de locos/as. Luego ya me fui a dormir, tenía sueño. Eso sí, está claro que la que mejor se lo pasa es la Milá, que habla de ellos y con ellos como si fueran sus vástagos.

Se ve que a todos los candidatos les han hecho un montón de pruebas: entrevistas, exámenes psicológicos, chequeos médicos… Y yo no sé cómo se lo montan, que parece que cada año se superan. A ver si algún día deciden hacer un programa con gente normal.


* Parece que la foto que he puesto no pegue con Gran Hermano, pero sí que pega. Se titula "Una Casa de Locos" o "Manicomio" y es de Goya (espero que me perdone si ve para qué la he utilizado).

EL TONTO DEL SEGUNDO

Tengo un vecino que es muy tonto. Un fastidio humano que nació para estorbar. Todos tenemos nuestra función en el mundo y él nació para eso, pobrecico. Lo peor de todo es que me ha tocado tenerle tres pisos más abajo y ¡Mira que hay metros! Pero aun y así, y muy a mi pesar, le oigo. Bueno, yo y todo el vecindario. El chaval se esmera bastante.

Es tan tonto que ayer, a las diez y media de la noche empezó a dar martillazos. No sé si estaría construyendo un refugio antinuclear o dándose de cabezazos contra la pared pero si mirabas al patio interior, las cabecitas de los vecinos iban asomándose y diciendo “Ssssstth!”. Luego: “¡¿Quieres para ya?!”. Luego “¡Que hay niños durmiendo!”. Y él erre que erre. Lo único que se le oía decir era “¡Hasta las 11 puedo hacer ruido!”. No sé de dónde habrá sacado eso pero el muy limitado no paraba de repetirlo. ¡Ah! Y sus amiguitas (tontas también, dimeconquienvasytediréquieneres) se reían escandalosamente como si fuera superdivertido todo lo que estaba pasando. Supongo que debió ser una de las experiencias más extremas de sus vidas.

Total, que al final hubo que bajar. Con la cena puesta en la mesa, dos valientes salieron al rellano y bajaron la escalerita de caracol con baranda verde. “¡Ring! ¡Riiiing!” ¡Abrió súper rápido! “¡¿Qué pasa?!”. El muy tonto temblaba de nervios y todo, porque claro, sabía que la estaba liando. Y, cómo no, dijo su archiconocida frase: “Hasta las 11 tengo tiempo”. “¿Pero no te importa molestar a todos los vecinos?”, le dijo Valiente 1. “Hasta las 11 tengo tiempo, y si no tienes nada más que decir…”. ¡Y le cerró la puerta en las narices! Encima estúpido. Es una cajita de sorpresas.

Entonces Valiente 1 y Valiente 2 subieron y tras un minicomité en el rellano se decidió llamar a la policía si seguía con el martillito. Pero paró. Qué triste llegar a eso. Lo más triste de todo es que Don Molesto, el tonto del segundo, pone a menudo la tele o la música a todo volumen a horas intempestivas. En estos casos ¿qué hay que hacer? Yo he de confesar que hoy le he molestado un poquito pero solo un poquito, ni una milésima parte de lo que me molesta él a mí. Le he picado por la mañana y durante la siesta, porque seguro que duerme todo el día, qué va a hacer si no. El mundo se abre ante él como un territorio inhóspito lleno de seres a los que molestar. Así que nada, a ver cómo se porta esta noche.

DE NOCHE

Hubo un tiempo en el que tenía miedo de la noche. No por el silencio, ni por la oscuridad. No por las pesadillas, ni por el vacío. Sí por el conjunto de todas esas cosas. Sí a oír un llanto en medio de la nada. Sí a mirar el reloj y ver pasar las horas sin haber dormido ni un poquito.

Durante ese tiempo dejé de soñar. Supongo que las pocas horas que dormía, mi cerebro, agotado para tramar vidas imposibles, las aprovechaba para esfumarse y llevarme bien lejos. Aunque la noche es solo una, la mía se partía en cinco o seis mininoches. Con suerte, en dos o tres. Y el día se alargaba hasta las tantas.

¿Alguna vez habéis estado sin dormir mucho tiempo? Hablo de meses, de casi un año. Espero que no.

Pero ahora que lo escribo, ese tiempo ya pasó. Adoro la noche. Siempre la he adorado. Adoro el silencio, la penumbra. Adoro incluso mis pequeñas pesadillas, sobre todo cuando soy capaz de cambiarlas en el transcurso del sueño. Adoro abrir los ojos y ver que aún me queda una hora, o tres, o seis. Adoro oír los ruidos lejanos, los grifos de los vecinos y las voces (flojitas) de los que pasan por debajo de mi balcón. Adoro pensar que todos estamos tumbados a la vez, durmiendo o soñando con vidas imposibles.

Hace un tiempo que mi noche ha vuelto a ser una y ahora ya sé que temerle no sirve para nada.

"Habrá pocos entre nosotros que no se hayan despertado algunas veces antes del alba, o bien después de una de esas noches sin sueños que nos hacen casi enamorados de la muerte, o después de una de esas noches de horror y de alegría informe, cuando a través de las celdillas del cerebro se deslizan fantasmas más temibles que la misma realidad, animados con esa vida intensa propia de todo lo grotesco, y que presta al arte gótico su paciente vitalidad, ya que ese arte es, pudiera imaginarse, especialmente el arte de aquellos cuyo espíritu ha sido turbado por la enfermedad de la revêrie (del ensueño)".

Oscar Wilde. El retrato de Dorian Gray.

LA JUSTIFICACIÓN DE LOS NECIOS

“ La inspiración es la justificación de los necios”, me dijo mi cuñao. “Pues yo creo que existe”, dije yo. “Hay mucha gente que cree que Dios existe”, contestó. “Sus motivos tendrán”, repliqué. “¡Necios!”, sancionó.

Me ha hecho pensar. ¿Creo en ella porque me conviene? Ya me vale. Yo estoy esperando a que mi musa regrese y resulta que no va a volver nunca. Y no solo no va a volver, sino que nunca ha estado conmigo. Estoy para que me ingresen.

Vamos a ver qué dice la RAE sobre las musas en general:
"1. Acción y efecto de inspirar o inspirarse". No me sirve, redundante.
"2. Ilustración o movimiento sobrenatural que Dios comunica a la criatura." ¡Uy!¡ Aquí aparece Dios! Y yo debo ser la criatura.
"3. Efecto de sentir el escritor, orador o artista el singular y eficaz estímulo que le hace producir espontáneamente y como sin esfuerzo." ¡Eureka! Esta es.

¿Habéis leído la última parte? “Y como sin esfuerzo”. O sea, que si te esfuerzas a lo mejor no hace falta que tengas presente a tu musa, porque el empeño la suplirá. Es una buena definición… Yo, como amante de la literatura enamorada de la escritura, crédula de todo, temerosa de nada, encuentro a mis musas en cualquier rincón.

Ahora mismo me están picando a la puerta. Dicen que escriba algo sobre Óscar Pérez, que se ha quedado en la montaña ya para siempre. Pero esta mañana me decían otra cosa, que os hablara de Madrid en agosto. Y el mes pasado, una musa de carne y hueso me pidió que escribiera un texto antimundo, cangándome en todo y en todos. Yo le dije que no, porque entonces los pocos que me leen dejarían de hacerlo, pero en realidad no descarto hacerlo algún día.

Con esto quiero decir que, en un estado normal, sin tristezas ni nubarrones que me las escondan, yo veo a las musas en todas partes, así que supongo que soy una meganecia. Se lo voy a decir a mi cuñao, aunque también le daré las gracias por haberme hecho pensar en ello.
Alguien se ha ido, sin avisar.
Y se ha levantado un viento horrible.

Cuando se te muere alguien, viajas a lo más profundo de ti. Te deshaces de todo y te quedas con lo que eres, nada, un trozo de piel, huesos y vísceras. Te das cuenta de que absolutamente nada importa, porque cualquier día te puedes ir sin ni quiera despedirte. Cuando se te muere alguien también intentas viajar a lo más profundo de ese alguien. A lo mejor pronuncias su nombre en voz alta, como intentando invocarle, como llamándole, porque no puedes entender que ya no exista. Cuando ese alguien es joven y fuerte, entenderlo es aun más complicado. Cuando además está a punto de ser padre y tiene un montón de amigos que le quieren, el absurdo es total. Y cuando, además, la puta parca ha venido a visitarle estando a cientos de kilómetros de casa te dan ganas de gritar y maldecir al mundo entero. Solo se siente rabia. Y solo se puede llorar. Y escribir cuatro palabras. Y callar.

Hasta siempre Dani.

UN CHAMÁN MUY CUTRE

Salgo del metro y un chico me coloca un papelito en la mano. Siempre cojo los papelitos que me dan porque: a) Yo también he repartido papelitos y sé que cuanto antes los repartas, antes te vas a casa; y b) Porque siempre puedes encontrar algo interesante, como es el caso que nos ocupa.

Empiezo a leer: “Vidente médium directo”. Más abajo, en mayúsculas y negrita: “NO HAY PROBLEMA SIN SOLUCIÓN”. ¡Hostia! Y yo sin saberlo. Sigo: “El Maestro Chamán africano resuelve todo tipo de problemas y dificultades”.

El papelito, de 10 por 5 centímetros e impreso en letra roja recoge un retahíla de problemas que el chamán resuelve: enfermedades crónicas, problemas judiciales y matrimoniales, quita hechizos, elimina el mal de ojo, rompe ligaduras (de trompas, supongo), limpieza (no sé qué problema es éste), impotencia sexual… Vamos, que te soluciona lo que quieras. Supongo que si tiene tantos poderes también podrá resucitar a los muertos y evitar catástrofes naturales.

Más abajo dice que tiene los espíritus mágicos más rápidos que existen y te garantiza resultados al 100%. ¡Ah! Y asegura que acudir a él es el método más eficaz para recuperar a la pareja –“recuperación de pareja en 7 días”-, o encontrar una nueva, “para amarres y cualquier problema matrimonial, trabajo y negocios”.

Es alucinante. Supongo que si este chico se dedica a repartir esto es porque alguien, una persona entre un millón -dudo que vayan muchas más-, acudirá a él para que le cure un cáncer terminal, le resucite a un ser querido o le encuentre el hombre de sus sueños.

Está bien buscarse la vida, pero no comerciar con el dolor ajeno. De todas formas estoy pensando en llamarle (tengo su teléfono: fijo y móvil, que está muy modernizado este chamán) y pedirle:

a) Que le encuentre un trabajo a mi padre.
b) Que resucite a mis yayos.
c) Que haga que mi hija no llore cada vez que la dejo en la guardería, y
d) Que haga que mi casa se limpie sola (a lo mejor eso es lo que quería decir lo de “limpieza”).

A ver qué me dice. Supongo que si no lo hace me devolverá el dinero.

LA CROQUETA QUE SOBRÓ AL MEDIODÍA

En pocas ocasiones, a lo largo de mi vida, he conocido un objeto con mayor capacidad de viajar y cambiar de sitio con tanta rapidez y tan impunemente. Todo comenzó en casa de la suegra de una vecina, que se pasó en la confección del lote de croquetas para repartir entre sus seres más queridos (croquetas exquisitas, por cierto, del más puro estilo casero), pero ni eso fue suficiente para que una de ellas tuviese un triste final.

Un final que, en el fondo todos conocíamos de antemano, pero nos negábamos a aceptar esa cruel realidad. Iba a parar irremisiblemente al cubo de la basura (orgánica, por supuesto, ya que somos seres bien adiestrados por nuestros superiores).

Nuestra hipocresía nos obligaba una vez tras otra a afirmar “guárdala, ésta me la como yo por la noche” o “métela en la nevera que no se vaya a estropear”. El caso es que la pobre, en su minúsculo platito (hasta para eso fue cutre) navegaba de la mesa al poyete de la fregadera, de allí al estante más vacío del frigorífico y, como estorbaba siempre, allí donde estuviera, siempre se encontraba otro lugar para ella. Ahora la poníamos debajo de las alcachofas y encima de los pimientos resecos.

Como he dicho, todos sabíamos de antemano que ésa masa rebozadita no la iba a ingerir ni Dios, así que cerrando los ojos, el más atrevido y con menos escrúpulos de la familia abrió la tapa de la pouvelle y la dejó caer sutilmente exclamando: “Aygg, ¡qué lástima!”. Porque como todos sabéis, la nueva conciencia nos ha hecho dejar de ser consumidores estúpidos y estos incidentes hieren profundamente nuestra sensibilidad. Más aun sabiendo que mucha gente se muere de hambre. ¿O sí somos consumidores estúpidos y glotones?
Papá.

POBRECITOS ASESINOS

¿Qué os horroriza más? ¿Que os torturen físicamente, que os ejecuten o que os encierren de por vida entre cuatro paredes hasta que muráis?

Mi padre está precupao. Dice que no duerme por las noches porque, después de tanta confusión, hablando con tanto Confucio, no tiene claro qué prefiere la gente o, mejor dicho, qué le horroriza más. Así que propone una chapuza democrática para saber de qué pie cojea el pobre ciudadanillo. Insisto, esto no es mío, es de mi padre. Es un encargo y aprovechando que mi musa está de vacaciones, así publico algo.

De paso, si os parece bien, podéis añadir algo sobre ¿qué haríais cón un asesino monstruoso si vosotros fueráis la ley?

También dice que felices vacaciones y que tengáis cuidado con la DGT y la SCT porque si tenéis hipotequillas y algún que otro gasto extra acabaréis pidiéndome el móvil de mi papá para crear una plataforma contra la inquisición y destruir a los nuevos Torquemada.

MUSA DE VACACIONES

Supongo que siguen existiendo cosas extraordinarias sobre las que escribir unas cuantas líneas, pero hace días que me cuesta encontrarlas. Hace días que no encuentro mariposas en los vagones o mujeres con mensajes hirientes. Creo que mi cabeza se ha ido de vacaciones con mi cuerpo este mes y por eso no sabe muy bien donde buscar lo que normalmente encuentra en cualquier esquina. Pero me duele estar más de una semana sin escribir y con estas pocas líneas me doy por satisfecha y quedo absuelta.

La foto es de un lugar que me cautivó: un monasterio abandonado en la isla de Lokrum (Dubrovnik), donde la vegetación se lo está comiendo todo y donde los árboles crecen torcidos, enroscados, en lugar de ir directos hacia el cielo.

EL CAMINO DEL SUFRIMIENTO

Sentada en un colchón en el suelo, al lado de dos contenedores de basura, una mujer joven de pelo corto quiso comunicarnos algo. En un cartel grande había escrito, con letras mayúsculas: "Las mujeres, al parir, abrís el camino del sufrimiento y cerráis el del descanso". Al principio no lo entendí bien. Pensé que se refería al sufrimiento de las madres, a que nosotras elegimos el camino del dolor desde el momento en que nos quedamos embarazadas para no volver a abandonarlo nunca más. Pero luego lo pensé bien y me sentí derrotada. No se refería a eso.

Ella quiso castigarnos por dar la vida, por traer personitas a un mundo en el que ella solo ha conocido la angustia. Desde su colchón sucio me estaba recriminando haber creado a mi hija sin que ella (mi hija) me lo hubiera pedido. Es verdad, yo no le pregunté si quería venir, pero a mí nadie me lo preguntó tampoco. Y así llegué, como todos, a un lugar desconocido, brutal y cambiante, es decir, nuestro querido planeta, plagado de imbéciles pero también de personas únicas e irrepetibles. Es un círculo vicioso.

Supongo que esa mujer odia a su madre con toda su alma y ya se lo habrá hecho saber de alguna manera. Pero también quiere compartirlo con los traseúntes de Madrid con un cartelito en el que en lugar de pedir para comer, te avisa de que no se te ocurra parir porque si lo haces serás algo parecido a una asesina. Supongo que prefiere la extinción de la raza humana a seguir viviendo y que espera con ansia el final de ese camino tortuoso que es la vida.

La escena me pareció triste, especialmente porque ese cartel lo había escrito una mujer y particularmente porque me recordó a las palabras de un compañero de trabajo que tuve y que me parecía un tipo honesto y cabal. Me dijo que él nunca tendría hijos, que para él la vida era una putada y que nunca le haría eso a nadie para satisfacer un deseo personal.

Quiero creer que tener hijos no es solo un deseo personal sino global. Que el mundo entero se alegró el dia que nació mi hija tanto como yo me alegro de ver pequeños seres por nuestras calles. Y quiero creer que mis hijos sabrán encontrar, entre los rincones de su existencia, las cosas buenas que tiene la vida, que son muchas muchas y que nunca pensarán ni escribirán nada parecido a eso.

CUESTIÓN DE ENERGÍAS

La otra noche mi novio se desmayó. En el mismo momento y al otro lado de la pared, nuestra vecina Maruja exhalaba su último aliento y moría. Nos enteramos por la mañana. Me impactó todo. Me chocó ver a mi novio inconsciente, tirado en el baño, con los ojos abiertos y la mirada perdida durante 30 segundos eternos y verle volver poco a poco al terreno de la consciencia.

Me chocó oír un montón de voces en la casa de al lado, donde hasta hoy siempre había reinado el silencio de la tranquila vida de una anciana. Y, ya por la mañana, me quedé de piedra al saber la hora exacta de su muerte: la 3 y pocos minutos, exactamente la misma en la que mi chico se desmoronaba.

Alguien me ha dicho que es una cuestión de energías, que son muy poderosas. Yo no entiendo de eso, pero la casualidad me hizo pensar en ello durante todo el día. Es que mi novio no se desmaya todos los días. Y mi vecina se murió el jueves por primera vez en su vida.

O sea, yo me imagino a una mujer que, intentando agarrarse a la vida por donde sea, conecta con lo que tiene más cerca, que es el vecino que duerme en la casa de al lado, y le roba un trocito de fuerza para poder aguantar un poco más. Y ahí, en esa hora oscura de la madrugada, los dos, pared con pared, yacían tumbados mientras yo intentaba poner en orden mi sistema nervioso.

A Maruja la echaremos de menos. Hablaba poco, pero cuando lo hacía, te hacía soltar una carcajada fácilmente. Y a mi novio no lo echaré de menos, porque sigue aquí, ahora en posición vertical, pero le diré que guarde muy mucho sus energías en el cajón de la mesita.

LAS TOMATERAS DE PAPÁ

Mi padre se ha quedado sin trabajo y ha decidido dedicar su tiempo y su amor a plantar tomates. No tiene ni huerto ni jardín, solo un balcón alargado en una calle llena de ruido y humo. Pero las tomateras de mi padre son los seres más mimados de muchísimos kilómetros a la redonda. Hasta mi madre se ha puesto celosa (en serio).

Y es que mi padre no hace sólo eso de regarlas, hablarles, vigilar que no les dé mucho el sol... Mi padre las acaricia. Sí sí, les habla mientras las riega y luego las acaricia. Se preocupa tanto por ellas que incluso pone mala cara cuando la mano minúscula de su adorada nieta se acerca a un centímetro de ellas.

Las tomateras han hecho con él lo que nunca nadie había conseguido a día de hoy. Han conseguido que se meta en una biblioteca -acto totalmente inédito en él- y coja dos libros sobre horticultura. Eso sí, él dice que, como ya se imaginaba, no le sirven para nada, que no le desvelan los misterios que le rondan.

El otro día observando sus tomateras, se dio cuenta de que había una de ellas especialmente pequeña. No había crecido al mismo ritmo que el resto y eso le desconcertaba. Vio que estaba en una esquina, quizás demasiado arrinconada, así que, preocupado por la salud emocional del brote tomatoso, decidió acercarla a su familia.

Ahora estamos a la espera de ver cómo evoluciona porque las tomateras de papá nos estan enseñando muchas cosas. Una de ellas es que los tomates tienen sentimientos. La otra es que esa gran maceta es un microcosmos en el que se manifiestan los poderes de la familia.

UNA MARIPOSA EN EL VAGÓN

En el metro todos miran hacia abajo. Algunos dormitan, se ausentan del mundo por unos instantes. Otros duermen directamente, roncan y babean como si estuvieran en el sofá de casa. Otros tienen la mirada fija en punto flotante en el vagón. Observan el vacío, meditan, descansan. Son pocos los que levantan la cabeza para mirar a su alrededor, porque también es bastante habitual clavar la mirada en los zapatos del de enfrente o en el periódico gratuito que te han dado al entrar.

El otro día me envalentoné y levanté la cabeza para mirar hacia arriba. Descubrí algo maravilloso: una mariposa con grandes alas de colores revoloteaba entre los fluorescentes del vagón. Estaba tan fuera de lugar… Sin embargo nadie reparó en ella. Había que levantar demasiado la cabeza. Supongo que si la hubiera visto en el monte no me hubiera parecido tan hermosa. Pero allí, en medio del gris y el amarillo, en medio del ruido metálico y las conversaciones de nada, me pareció algo extraordinario.

Cuando me bajé, ella todavía seguía allí intentando llamar la atención de los que no podían atenderle. Supongo que debió morir agotada de golpearse contra los fluorescentes. Debió caer al suelo sucio después dar vueltas durante horas en el techo luminoso. Debió morir cegada, sin ver a los de abajo. Pero tampoco los de abajo podían verla a ella, así que eso es lo de menos. Con suerte, al caer derrotada, fue barrida y lanzada a una enorme bolsa de basura llena de colillas, latas y papeles. Con menos suerte, alguien la pisoteó antes de cerrar los ojos del todo y la aplastó esparciendo sus minúsculas vísceras por el suelo frío.

Se equivocó de camino y acabó en un mundo que no es el suyo. Sufrió más de la cuenta, eso seguro. Pero gracias a ella, empezaré a mirar más hacia arriba y a olvidarme de los zapatos del de delante.

ADIÓS, HASTA SIEMPRE, GRACIAS

Es lo único que se me ocurre decirles a los grandes que nos están dejando. La semana pasada se esfumó Antonio Vega, anteayer Benedetti y hace ya unos meses Pepe Rubianes. ¿Por qué se van? ¿No han encontrado el secreto de la inmortalidad? Creía que los inmortales no morían, pero se ve que sí. Y poco a poco nos vamos quedando solitos. Es como cuando se mueren tus abuelos o algún tío o algún amigo de tus padres o incluso algún amigo tuyo. Sientes que de tu infancia ya no queda nada, solo tus recuerdos. De tu adolescencia y primera juventud (porque el resto de la vida son juventudes sucesivas) quedan más cosas, pero algunas, como éstas, se van perdiendo por el camino y los pilares de tu vida van perdiendo consistencia.

Gracias a nuestroseñortodopoderoso, al que aludo tan a menudo, estos tres grandes que se han ido y otros que ya se marcharon hace tiempo, nos han dejado un montón de palabras en el aire. Escritas, cantadas y recitadas. Poemas, relatos, canciones, ironía, imágenes, sobre todo belleza, mucha belleza.

Pero además de todas esas palabras tenemos la suerte de que aún nos quedan un montón de cosas más, así que no tenemos por qué ponernos tristes. “Nos queda el mar y buen pescado que comer a tu lado. Nos queda Oaxaca, San Pedro y amigos que no nos quieren cambiar. Nos quedan canciones que alegran los corazones y nos queda Santo Domingo si nos dejan volver”. Son palabras de otro grande, a ver si adivináis quien es.

También nos queda Leonard Cohen, Murakami y Pamuk. Y Andrés (Calamaro) y Loriga y otros tantos. Nos queda la playa, el chocolate y señoritos y señoritas por conocer. Nos quedan los buenos libros en un asiento incómodo de metro, un batido frío bajo el sol de la tarde y largos paseos en bicicleta. Nos quedan los cuentos de algún amigo. Nos quedan un motón de abrazos y millones de besos.

Nos quedan tantas cosas… Él también lo vio.


¿Qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de paciencia y asco?
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?
también les queda no decir amén
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de rutina y ruina?
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?
les queda respirar
abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar

¿qué les queda por probar a los jóvenes
en este mundo de consumo y humo?
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?
también les queda discutir con dios
tanto si existe como si no existe
tender manos que ayudan
abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente

Mario Benedetti - 18/05/09

NO ME IRÉ MAÑANA


Hoy he visto caer a trozos
la barrera del sonido,
y brotar de entre los escombros
horizontes hasta ayer prohibidos.

Caminos hacia el frío
calor futuro.

Hoy he visto lanzar la flecha
y llover fuego del cielo,
recordando que del espacio
el principio-fin está en el suelo.

He sentido como ruge el mar
y la tierra abrirse de par en par,
un abismo que sonrie e invita a entrar
en un juego sin legalizar.

No me iré mañana
no sin antes algo más que ver,
no me iré mañana
aun es pronto para envejecer,

No me iré mañana
no sin nadie más que conocer...

Caminos hacia el frío
calor futuro,
mirar este mundo en paz
y nunca de reojo más.
Antonio Vega
12/5/09

INFIELES

Tengo una amiga que dice que está pasando por un bache en su vida. Su problema es que está enamorada. ¿Y cuál es el problema? A simple vista ninguno. Pero si miras más padentro te das cuenta de que su “problema” es que está enamorada de dos personas y no solo de una, que sería el canon habitual. Pongo problema entre comillas porque considero que estar enamorada/o, sea de quien sea y sea como sea, no es un problema sino un regalo de nuestroseñortodopoderoso. El problema lo tiene el que no se enamora, que no sé qué debe tener dentro a parte de vísceras.

Ya escribí una vez que yo me enamoro continuamente de un montón de cosas y personas: de un pelo bonito, de una canción, de unos zapatos rojos o de una voz. Pero claro, yo no me enamoro de la totalidad de un ser humano continuamente, sino solo de alguna/s parte/s. Y el “problema” de mi amiga es que está enamorada de la totalidad de dos seres humanos.

Como nunca me ha pasado, me pregunto y me he preguntado muchas veces ¿Es eso posible? Para mí no es posible, amiga. O sea, si tú estás realmente enamorada/o de alguien y le das todo tu amor entero, ¿Te queda aún amor suficiente para otra persona completa? ¿O es que solo le estás dando un trocito? Quizás no debería hablar en términos cuantitativos porque el amor no se mide en centímetros ni se pesa en kilos pero… hay un límite ¿no?

Amiga anónima, considero que seguro que hay una de esas dos personas que tiene un trozo más (de ese amor que te rebosa) que la otra. A lo mejor a simple vista no se ve, pero seguro que es así, dudo mucho que estén empatados. Entonces… ¿Solución? Ninguna. Solo tú la tienes. Eso sí, te doy la enhorabuena por dar tanto amor, que es lo que necesitamos en estos tiempos de crisis y gripes que corren. Y además (esto es un secreto) considero que la infidelidad está sobrevalorada, tanto por los que la cometen como por los que la sufren.

Me pediste un punto de vista objetivo y no te lo he dado. Más que nada porque soy, y me congratulo, súper subjetiva, como todo humanoide que se precie. Te mando un beso anónimo y un empujoncito para que superes ese bache bendito.

ESCRIBIR ENTRE LÍMITES

Mi profe de guión de cine dice que escribir entre límites es bonito. Cuando lo dijo estuve a punto de levantar la mano para contradecirle, pero no me atreví (cobarrrde). Además él estaba tan empeñado en convencernos de que escribir guiones es bonito que decirle lo contrario hubiera sido casi una falta de educación.

Escribir guiones no es bonito. Es interesante, reconfortante, espeluznante, radiante, acojonante. Brillante. Es un reto. Una manera de escribir diferente a todo que solo se llama escribir porque consiste en combinar letras y palabras. Pero bonito, lo que se dice bonito, no es. Encontré la definición perfecta en un libro: “escribir es la antiperformance del guión” o, lo que es lo mismo, el guión es la antiperformance de la escritura.

¿Sabéis que el guionista en realidad no escribe? Lo que hace es tramar, describir, narrar, que no es lo mismo. Construye un texto –en el sentido más arquitectónico de la palabra- repleto de acciones, porque sin acciones no hay vida y sin vida no hay película. Cuando hablo de acciones estoy teniendo en cuenta que el que no hace nada está haciendo algo, que es no hacer nada. ¿Me explico? Creo que sí. O sea que cada palabra que ponga el guionista en el papel tiene que tener una razón de ser –porque el espacio es tiempo y el tiempo es dinero-. Sino resulta que el guión es una mierda.

En estas clases se acabó la literatura, el andarse por las ramas y el hablar con metáforas. Aquí se habla con imágenes, con símbolos, con todo aquello que le puedas explicar a un ciego (esto también es de mi profe). Si hay algo que no le puedas explicar a un ciego, no sirve. ¡Qué difícil! ¡Y encima tienes que tener en cuenta la estructura! Con sus actos, secuencias y escenas, con sus puntos de giro y sus antagonistas, con sus líneas de desarrollo… Nunca pensé que esto iba a ser tan complicado.

Pero lo dicho, es complicado pero adictivo. No puedo dejar de ir a esas clases que comparto con dentistas, matemáticos, periodistas y publicistas. No puedo dejar de escribir los ejercicios que nos ponen cada semana pensando que, a lo mejor, serán leídos en alto y luego destripados por todos y cada uno de mis compañeros. No puedo dejar de ver las películas que nos mandan para que luego me expliquen cómo fueron pensadas y construidas.

Y pensar que los guionistas, seres superiores donde los haya, están tan abandonados de la mano de Dios…

(Para el que le interese, mis profes se llaman Pedro Loeb y Fermín Cabal y la escuela es la Factoría del Guión, en Madrid, un lugar donde lo único que tengo que objetar son las sillas y la ausencia de cojines).

UN AÑO LLENO DE COSAS

Ayer mi hija cumplió su primer año. Y mi amiga Jana me dijo: “Haz un repaso sobre este primer año, haz un artículo o algo así”. Me ha parecido una gran idea porque este año ha sido... diferente, sin duda. ¿Y qué mejor lugar para hacerlo que éste blog donde escribo lo que me nace cuando me nace? Ninguno. Pues ahí va.

Lejos de haber sido el año más radiantemente feliz de mi vida, el que va del 22 de abril de 1008 al 22 de abril de 2009, ha sido el más caótico, desordenado, eufórico, feliz, infeliz y sobre todo, cansado. Muy cansado. He aprendido muchas cosas y aun estoy averiguando otras. He aprendido, sobre todo, a sobrevivir durmiendo una media de cuatro o cinco horas por aquí y dos o tres por allá. A descansar a trozos, a despertarme sobresaltada a media noche y descubrir que los bebés no entienden de horas.

He descubierto que sufro más de la cuenta, que me angustio gratis y que mi cuerpo recibe esa angustia en forma de delgadez. He descubierto que, aunque no duermas, si alguien te despierta con una sonrisa limpia y nueva, el día empieza bien. He descubierto que eso que llaman depresión postparto existe. ¡Y tanto que existe! Y es que lo más maravilloso del mundo, que es tener un hijo, no puede venir solo acompañado de alegrías.

He descubierto que, como alguien me dijo hace muy poco, un hijo es un “multiplicador” de todo. O sea, que lo bueno es increíblemente estupendo y lo malo puede llegar a convertirse en la peor pesadilla. ¿Vale la pena? Sí, vale la pena. Vale la pena mirar unos ojitos que te escrutan hasta las entrañas y que solo revelan paz. Vale la pena reconocerte en un ser pequeñito y ver como cada día descubre cosas increíbles como por ejemplo el ruido que hace un papel de periódico al romperse o el sabor ácido de la naranja. Vale la pena ver como ese trocito de ti y de la que persona a la que quieres se remueve por casa como si explorara un país perdido. O la euforia que siente cuando te ve después de varias horas sin hacerlo.

Vale la pena verla dormir, sentir su respiración acompasada y taparla para que no pase frío. Vale la pena recibir su primer beso y, sobre todo, su primer abrazo. Vale la pena llevarla al parque y verla acumular piedrecitas minúsculas entre los dedos. Observarla mientras abre los cajones y descubre emocionada una caja llena de Tampax que irá sacando uno a uno como si se tratara de gemas preciosas.

Vale la pena mirarla, solo mirarla, y dejarla hacer. No decirle nada. Observar como esos deditos que distinguías en una ecografía ya cogen cosas y obedecen a la cabecita que tanto te costó expulsar. Supongo que es el milagro de la vida. Qué palabras tan grandes –milagro, vida- para una cosa tan pequeña. Igual que el dolor y el amor que puede llegar a provocar. Enormemente pequeño.

AGARRARSE A LA VIDA

En mi rellano vive una mujer que tiene 100 años más que mi hija, o sea, 101. A lado vive otra de casi 90 que tiene cáncer y está en fase terminal. Debajo tenemos a dos hermanas de 92 y 94 años que viven con dos perros gritones bastante mayores. Una de ellas se ha caído 8 veces en dos días (no me lo invento). Y hace poco me enteré de que ya hace años un chaval de 16 años murió de manera repentina en el baño de su casa, dos pisos más abajo.

Con este panorama no quiero eludir a la gente para que venga a visitarme. Simplemente me ha hecho pensar en el dolor que nos rodea sin ni siquiera darnos cuenta. Cómo, mientras yo leo, duermo o hago la comida, dos metros más abajo o en la pared de al lado, hay gente que intenta agarrarse a la vida con una determinación heroica. Cómo el tiempo consume y debilita hasta la extenuación sin dar tregua a un cuerpo enfermo que apenas puede levantarse y que, si lo hace, caerá golpeándose contra cualquier mueble.

La semana pasada mi vecina enferma de cáncer, inteligente y con un gran sentido del humor, se tomaba su tiempo para subir seis escalones. Estaba acompañada de su asistenta y supongo que ya amiga fiel, una chica cariñosa y sonriente que la ayuda desde hace años. Siempre están juntas. Ahora ya casi no se las ve y sí se ve que mi vecina recibe más visitas que nunca.

Hace tres días los perros de abajo empezaron a ladrar de madrugada. Lo hacían tan fuerte que nos despertaban continuamente. Enfadados, intentamos buscar una explicación y la respuesta que obtuvimos fue que los caninos se revelan contra cada enfermera que entra por la puerta para cuidar de su ama. Supongo que también se ponían nerviosos con cada caída. Entonces callamos. Que ladren. Ellos también sufren lo suyo.

La muerte se pasea por aquí fuera y es posible que llegue el día menos pensado. Arriba, abajo, a la izquierda o a la derecha, da igual. El dolor acecha mientras nosotros nos preocupamos de nuestras rutinas, esas a las que damos una importancia extrema. Solo cuando la Parca viene de visita somos capaces de adivinar cuales son las cosas que realmente importan, o sea, casi ninguna.

UNA MUJER FUERTE

Hace unos años tuve que hacer un perfil de alguien para un examen de radio. Elegí a mi abuela porque apenas la conocía. Y entonces la conocí. Es la historia de una mujer que asegura no haber pasado un solo día feliz en su vida. Ya murió, pero queda este escrito y una larga entrevista con su voz.

Se pasa el día sentada en su sofá. Ahora apenas puede caminar. Los años han calado muy hondo en su piel. Las arrugas son tan profundas que su cara se compone de trozos de carne que intentan soportar el peso de una vida que no le ha dado tregua. Tiene la cabeza echada hacia delante. Hace unos años que se quedó ciega y el oído también ha empezado a fallarle.

Sumergida en sus recuerdos rompe a pedazos un pañuelo de papel. Lo hace cuidadosamente, con una exactitud milimétrica. Puede estar así varios minutos, y cuando los trozos ya no pueden ser más pequeños, los amontona y los guarda en el bolsillo de su bata. Luego coge otro pañuelo y vuelve a hacer lo mismo. Por las noches guarda los trozos debajo de la almohada. Dice que lo hace por si se queda sin ninguno. Todavía le cuesta deshacerse de las costumbres causadas por la miseria.

Nació en 1917 en un pueblo perdido de la provincia de Badajoz, Azuaga, en la España más profunda y allí ha pasado toda su vida excepto los años que duró la guerra. Sorteando las balas de cañón ella, con 15 años, y su hermana caminaron hasta un pueblo de Ciudad Real, a casi 50 kilómetros de su casa. Allí las metieron en un tren y las llevaron a Albacete, donde trabajaron en casa de una familia hasta que acabó la guerra. Durante ese tiempo no pudo cuidar de sus 7 hermanos ni de su padre como siempre lo había hecho. Algunos se quedaron en el pueblo, otros estuvieron combatiendo.

Cuando regresó, Azuaga estaba tomada por los Nacionales. Al bajar del tren le comunicaron que su padre había muerto de una enfermedad mental pero ella nunca supo ni siquiera donde está enterrado. Ese no fue el primer golpe que le dio la vida. Su madre había muerto cuando ella era pequeña, dicen que de pena. Recuerda ya sin mostrar un mínimo de dolor que tres amigas suyas fueron asesinadas y que cuando los Nacionales fusilaban a alguien lo hacían en la puerta del Ayuntamiento y les obligaban a verlo.

La suya ha sido una vida difícil de imaginar, una de esas vidas que vemos en la películas. Pero a Concha nunca nadie le ha regalado nada. Nadie ha escrito sobre ella ni le han dedicado una canción.

Aprendió a leer sola, descifrando las cartas que sus hermanos le escribían desde el frente. Vio la televisión por primera vez cuando tenia 50 años. Ha trabajado siempre para cuidar a los suyos y cuando se le pregunta por el día mas feliz de su vida, responde: “Yo no recuerdo pasar días buenos. Todos eran malos. Bueno, algunos estuvieron mejor, pero así pasé toda la vida”.

Es una mujer fría, de hierro, con una coraza tan gruesa que ya no se puede traspasar. Contesta a mis preguntas sin inmutarse y, de vez en cuando, la demencia se lleva la poca lucidez que le queda.

EN EL METRO

Cada mañana cojo el metro cuando todavía es oscuro. Llego medio dormida, pero en el subsuelo el ritmo se acelera. La gente corre como si se le fuera la vida para alcanzar el metro, que no les hace caso y se escapa. Es que esperar durante dos minutos la llegada de uno nuevo es una de las peores tragedias matutinas que existen.

En el vagón suelo leer. Pero otra de mis ocupaciones favoritas es buscar ratas, que a esas horas abundan. Me explico. Mi padre tiene una teoría y me la explicó yendo en metro. Dice que si le colocas imaginariamente bigotes de rata a cualquier cara del vagón, te darás cuenta de que somos todos medio roedores. ¡Y tiene razón! ¿Lo habéis probado? Hay raras excepciones, casos extraños que ni con bigote ratil se convierte en ratón. Pero son muy pocos. Incluso yo, reflejada en el cristal, soy bastante ratuna.

Pero como he dicho antes de hablar de ratas, la lectura es mi ocupación principal. Creo que el metro por la mañana es la mejor sala de lectura que existe. La gente está medio dormida, todos callan y algunos incluso duermen, como si el asiento del vagón fuera una prolongación de la cama que han abandonado hace unos minutos. Mientras lees en el metro, te estás desplazando, física y mentalmente. Por eso creo que es más fácil meterse en la lectura si estás en un vagón que si estás en el sofá de casa, porque realmente estás viajando. De hecho conozco mucha gente que solo abre un libro cuando coge el metro.

En mitad de mi camino paso por Goya, una parada en la que siempre me entran ganas de bajar. Me encantó descubrir que las paredes del andén están cubiertas de algunos dibujos y grabados del pintor y siempre pienso en bajarme para verlos, pero nunca tengo tiempo porque siempre voy corriendo. Es la ley del metro y sus pasillos. Pero lo que más me gustaría que esa fuera mi parada de inicio, así podría recrearme en ellos sufro mientras la tragedia de esperar el metro dos minutos.

Mi viaje acaba rápido, he leído dos o tres páginas y en seguida me coloco los cascos para no salir sola del subsuelo. Estos días me acompaña Cathy Smith, una chica que cogió un bote de pastillas mientras el médico hacía la vista gorda (invertid dos minutos y cuarenta y cinco segundos de vuestra vida en escuchar esta canción, por favor. No es como esperar un metro nuevo).

PEQUEÑITAS

El otro día leí que Gala, la mujer de Dalí, medía poco más de metro cincuenta. Fue un descubrimiento sorprendente. Uno siempre se crea imágenes de los personajes sobre los que lee u oye hablar y en mi imaginario Gala era una mujer alta, elegante y fuerte. Pues resulta que era todo lo contrario. Menuda, frágil, enfermiza. Entonces empecé a pensar en pequeñas mujeres que han llegado a ser muy grandes. Y las hay a montones.

¿Sabéis que Edith Piaf medía 1,47 y que Shakira no pasa de 1,50? Son dos presencias pequeñitas que en el escenario se ven enormes. ¿Cómo lo hacen? ¿De dónde sacan la fuerza para aumentar de tamaño? En catalán hay un dicho que reza: “En pot petit bona confitura”, que querría decir algo así como “en bote pequeño buena mermelada”. Y en estos casos es más cierto que nunca.

Una vez entrevisté a Penélope Cruz por un película italiana por la que ganó unos cuantos premios. Y me enamoré de ella. Por su dulzura, por su belleza, por su naturalidad. Pero también por su tamaño. Penélope no es especialmente pequeña, pero tampoco es físicamente un portento (1,63). Llevaba un vestido negro encorsetado con la falda de campana y un lazo en el pelo. Parecía una princesa recién salida de su cuento, pequeñita pero muy brillante. Y a pesar de sacarle casi 10 centímetros, a su lado me sentí minúscula.

Mi ídola (no sé si existe la palabra) Frida Kahlo se quedó en 1,58. Además de bajita, ella también fue muy frágil toda su vida. La enfermedad y los accidentes la persiguieron desde que nació. Pero ahí la tienes, convertida en todo un icono de la pintura. La muy descarada llegó a ser más grande que el gigante de su marido, Diego Rivera, que ya es decir. A ellos les llamaban “el elefante y paloma” pero ahora ya podrían cambiar el mote y pasar a ser “la elefanta y el palomo” (en cuanto a tamaño artístico, claro).

Creo que si fuera un hombre me enamoraría de una mujer de tamaño pequeño (o de Angelina Jolie, ella sería la excepción que marca la regla). En general son activas y bastante resistentes, pero todo lo guardan en cuerpecitos de cristal. Tengo dos amigas minúsculas y las dos rebosan de energía. Debe ser que a las mujeres pequeñas no les cabe todo lo que llevan dentro y por eso lo tienen que sacar continuamente. Por eso se hacen ver y se hacen grandes, mucho más grandes que las grandes de verdad.

GWENDOLYN ROSENBUND

Gwendi salió de la nada y casi sin querer. Inicialmente era una niña gordita que habitaba un cuadro en la habitación de Gala cuando Gala todavía no había nacido. Llevaba vestido rosa y una diadema que acentuaba su cara redonda y colorada. Empezó a existir una noche en la que Elaine dormía en el diván de hierro negro de la habitación. Elaine no tenía sueño, sólo quería hablar e intentaba hacerlo con Claire y Marthe, que no le hacían mucho caso. Rodeando la habitación con la mirada, Elaine se dio cuenta de que Gwendi la observaba (te pongas donde te pongas, siempre te está mirando, como la Mona Lisa). Empezó a hablar con ella. Le puso nombre para poder dirigirse a ella y partir de ahí Gwendolyn Rosenbund se quedó para siempre con las tres.

Me explico. Esto que parece un cuento inventado es el nacimiento de un personaje que lleva con nosotras desde hace 3 o 4 años (tristemente no recuerdo la fecha exacta). No es que nos pongamos a hablar con el cuadro cada vez entramos en la habitación sino que decidimos convertir a Gwendi en el personaje protagonista de nuestros “cuentos a 3”.

Pocas noches después de la mencionada, sentadas en el sofá cerveza en mano, decidimos empezar a escribir una historia. Una de las tres empezaría la primera frase, otra la segunda, la tercera continuaría y así sucesivamente. Lo que nos salió fue un cuento que ninguna tenía en la cabeza antes de empezar, una historia compuesta por las ideas espontaneas de las tres. Lo llamamos Cuento de Septiembre y decidimos que cada mes escribiríamos uno con Gwendi como protagonista.

El caso es que lo único que mantiene Gwendi en todos los cuentos es el nombre. A lo mejor en septiembre es una lesbiana que trabaja en un vertedero y en octubre una niña que viaja al espacio para salvar a la humanidad. No hay reglas. En el cuento actual Gwendi, embarazada, vive con su hermana pequeña en el Ártico y, por cierto, me toca continuar. Como ahora vivimos en lugares diferentes escribimos los “cuentos a 3” vía mail. Lo malo de este sistema no presencial es que a veces la olvidamos y a lo mejor el cuento se queda parado una semana hasta que Claire, Elaine o Marthe se acuerdan de escribir la frase correspondiente.

La vorágine de nuestras vidas hace que a veces nos olvidemos de ella. Pero al final Gwendi siempre está. Y además nunca se enfada. Vive a través de nosotras y, en cierta manera, nosotras vivimos a través de ella.

VOLVER A CASA

Primero fue la entrada a la estación, lenta, casi silenciosa. Y al bajar de tren, el bullicio del andén. Maletas que se amontonan en la escalera mecánica, carritos que chocan, prisas por salir del subsuelo y ascender para ver la luz. Pero salgo de un túnel para meterme en otro. En el metro oigo a gente hablando en catalán. Ya estoy en casa. Un grupo de niños y tres monitores llenan el vagón de ruido y dos parejas se comen a besos mientras una chica sujeta un enorme plano enrollado como si su vida dependiera de él.

Salgo de Fontana. Las ruedas de mi maleta hacen un ruido molesto que apenas se percibe entre los claxons, las voces y dos perros que se ladran entre sí. En mi calle el solar de la esquina ya se ha convertido en el esqueleto de un edificio. Los adoquines se levantan, algunas persianas metálicas están bajadas. Pero Gracia rebosa de vida cuando llega la noche.

Entro en mi portal. El buzón está a punto de explotar (deberíamos vaciarlo más a menudo). El ascensor me deja en mi rellano y en seguida reconozco esa rallada enorme que hay en mi puerta marrón de pomo dorado. Clic, clic. Giro la llave y entro en mi cueva. ¡Qué oscuridad! ¡Qué olor a cerrado! Un osito de peluche en el suelo del comedor me recuerda que me he dejado algo en Madrid. Y la cama sin hacer hace que me acuerde de las prisas con las que salimos de casa la última vez. Como siempre.

Empiezo un fin de semana lleno de cosas que echo de menos. Lleno de Sol, de amigos y de familia. Lleno de las canciones que me recuerdan a Barcelona, las de Damien Rice, Edith Piaf y Antony and the Jhonsons.

Los niños del cole siguen igual. Comparten entre risas el odio por El Camino de Delibes, aquél libro que la profesora les hizo copiar por no haber leído. Mis hermanas siguen habitando la casita de puerta azul y maullidos de gatos endemoniados. Y en El Mediterráneo el tiempo sigue sin aparecer. Palom bebe whisky mirando al vacío. “Es que el vacío me subyuga”, dice. Y una vez en el escenario nos habla de Neruda y de Rubianes, de Sabina, de orgías y de borrachos. Quicos, humo y guitarras. Paraules d’amor, risas y Silvio.

Estuve con ellas, con ellos, conmigo. Dormí aquí y allí. Comí, leí, caminé. Me di cuenta de que cuando vuelves a casa tú eres diferente, pero ahí todo sigue como siempre. Y reconforta.

FELIZ ERA NUEVA

Las cosas están cambiando. No hay que ser un gran observador para darse cuenta. Estamos en uno de nuestros peores momentos pero, curiosamente, hay un montón de gente dispuesta a pasarlo mal a cambio de un gran cambio. Es el porvenir de la catástrofe, así tituló Vicente Verdú un gran reportaje sobre todo lo que está pasando. “Una catarsis colectiva que purificará el alma del capitalismo”, escribe. “¿Habrá que dar gracias a esta catástrofe por procurarnos el sentimiento de solidaridad global?”, se pregunta. Posiblemente. Yo estoy convencida. Por fin empezaremos a fijarnos en el de al lado y a desechar necesidades absurdas que no han hecho más que hacernos perder el tiempo y el dinero. El dinero, el gran culpable.

En un editorial sobre moda el redactor escribe: “hemos pasado de la era de la ansiedad a la era de la cautela” (la palabra era sí está de moda). Así que por eso, dice, este año no nos compraremos mucha ropa sino que sacaremos todo lo que tenemos en los cajones para reutilizarlo. Y por eso los últimos desfiles reflejaban una mezcla de un montón de cosas, sin una tendencia clara común. Andan un poco perdidos los diseñadores. Y los restauradores, y los directores de cine, y los escritores. Porque parece que se están dando cuenta de que el cambio no solo transformará este sistema que nos mueve y que ya no sirve para nada sino que está naciendo una nueva conciencia. Y como la transformación es tan lenta, porque va cabecita por cabecita, no hay por donde cogerla.

Obama también prometió un gran cambio en esta nueva era que empieza (quizá él en sí mismo es un símbolo más de esta metamorfosis a gran escala). Pero yo quiero compartir con vosotros un fragmento que publicó Leonard Cohen en su Libro del Anhelo hace cuatro años y que quizá tenga algo que ver. En realidad el texto es más largo pero está cortado porque solo copié algunas frases sueltas:

Estamos entrando en un período de desconcierto, un curioso momento en que la gente encuentra la luz en medio de la desesperación y el vértigo en la cima de sus esperanzas. (...) Toda desesperación vivirá tras una broma. Pero te juro que yo estaré al alcance de tu perfume (...) Habrá una Cruz, una señal, que algunos entenderán (...) No tengas la menor duda. En un futuro cercano veremos y oiremos muchas más cosas de este tipo de gente como yo”.

FUERA DEL MUNDO

En la entrada del mercado dos indigentes se disputan el uso del espacio para conseguir cuatro monedillas sueltas. Una mujer mayor y gris –toda ella es gris: ropa, pelo y carácter- le grita a su compañero de acera: “¡Vete de aquí! ¡Yo soy española y tú no! ¡Fuera!”. Y él, arrodillado y marrón, la mira desde abajo sin intención de apartar el vasito de papel en el que caen, lentamente, sus ingresos.

En la entrada de detrás un africano vende La Farola. Está allí todos los días a cualquier hora con la misma pose y la misma chaqueta color avellana. Hace poco descubrí un cambio en su imagen. Después de meses y meses siendo una misma foto, un buen día le noté algo raro. Al principio no sabía qué era pero luego descubrí que se había quitado la capucha. Ahora enseña siempre sus rizos pequeños y una sonrisa muy grande.

De camino a casa, la mujer cuarentona de falda lila y pañuelo en la cabeza sigue en la esquina de siempre mirando al que pasa pero ya sin pedir nada. Y un poco más arriba, en la puerta del súper, el señor educado de bigote ocupa, como siempre, la sillita de plástico en la que pasa 12 horas diarias dando las gracias por si cae algo.

El mismo día pero de noche. Acabo en un garito lleno de mechas rubias, pantalones ajustados y copas a 10 euros. Algunos de ellos miran al de lado, presumen de comas etílicos y sonríen sin parar, como si su felicidad dependiera sólo de ellos mismos y de lo que tienen a un metro cuadrado de distancia, no más. Me siento rara. ¿Quién está fuera del Mundo? ¿Ellos o los de la calle? Porque aquí hay algo que falla. En general se dice que los de la calle, pero yo no estoy nada convencida. Porque me da la impresión de que muchos de estos últimos viven en una nubecita llena de tonterías.

Una vez alguien a quien las cosas le van muy bien me dijo que el que está en la calle es porque quiere o porque se lo ha buscado. Posiblemente él nunca se haya sentido abandonado, ignorado o expulsado y todavía tiene su amor propio al 100%. Todavía tiene fuerzas para plantarle cara a lo que sea porque nunca le han dado una buena bofetada. Yo sigo creyendo que no todos nacemos con las mismas armas para enfrentarnos a este sistema que empieza a oler a podrido.

DESPUÉS DE LA ORACIÓN DE LA NOCHE

Ayer descubrí a un tipo que pintaba las sombras como nadie. No había oído su nombre en la vida, pero es que soy una gran inculta en cuanto a las artes plásticas. Aunque su nombre sea más catalán que otra cosa, Xavier Mellery fue un pintor belga que amaba lo siniestro. Esto es algo que deduje yo después de ver dos cuadros suyos en una exposición que hay Madrid titulada “La sombra”.

De entre todos los lienzos de todas las épocas que vi me quedé con uno suyo y, antes de irme, quise volver y pararme a observarlo. Se titula “Después de la oración de la noche” y en él aparecen cuatro monjitas cabizbajas con las caras difusas subiendo una escalera oscura. Si miras el cuadro se te ponen los pelos de punta. Por la escena, por la quietud, por el momento, por los hábitos, por las palabras oración y noche.

¿Cómo puede alguien coger un pincel y hacer algo así? ¿En que estaría pensando? O ¿Qué querría transmitir? Se ve que el tal Mellery pertenece a la corriente de los simbolistas, estilo cuyos nombres más conocidos son Rimbaud y Verlaine, los malditos, junto al padre de lo oscuro, Baudeleire. Qué época aquélla, ¿no? ¿Qué estaría pasando para que los artistas se decidieran a escribir poemarios titulados Una temporada en el infierno, Las flores del mal o en el que se pintaban cuadros cómo éste? ¿Tan negro era todo? ¿Tan oscuro, tan siniestro?

Muchas veces he deseado haber vivido en esa época. Aunque estoy segura de que era realmente dura. Pero siempre me he sentido irremediablemente atraída hacia lo sombrío. Me encanta visitar iglesias, ver cuadros de santos y mirar los crucifijos. El olor a cera y a madera vieja. Todo lo antiguo. Por eso ayer me enamoré del cuadro de Mellery. Al margen de mis inclinaciones creo que transmite mucho. Y solo nos está mostrando una imagen cotidiana. Supongo que es porque es ahí, en lo cotidiano, donde reside la esencia de todo.

Este texto tiene algo que ver con Dios, pero esta vez no le metáis en esto, él no tiene la culpa.

¿TE GUSTARÍA SABER LA VERDAD?

Estoy paseando por el parque con mi hija y se me acerca un grupo de abuelas. Una de ellas me da un folleto con la foto de una puesta de sol espectacular, cielo nublado y orilla con pasos de algún caminante desconocido. “Léetelo que es muy interesante”, me dice. Al lado de la foto está el título: ¿Le gustaría saber la verdad? Y debajo seis preguntas que se supone que nos hacemos todos a menudo: ¿Qué nos sucede al morir? / ¿Hay alguna esperanza para los muertos? / ¿Cómo encontrar la felicidad? ...

Yo me lo leo, porque soy muy aplicada. Y entonces me pregunto ¿Tengo cara de estar buscando a Dios? Porque no es la primera vez que me pasa. Pero bueno, da igual. Me llevo el folleto a casa y, cuando tengo un rato para leerlo, alucino. Acompañado de fotos de tumbas, niños heridos y gente rezando, el autor del folleto –dudo que haya sido Dios si Dios es como dicen ellos- nos da respuestas a todas nuestras profundas preguntas.

En una de ellas afirma que la mayoría de las personas que han muerto volverán a la vida. ¿Ah sí? Y yo sin saberlo. ¿Por qué no le ha tocado algún amigo mío? ¿O algún amigo de algún amigo de algún amigo? También dice que muchos piensan equivocadamente que sus oraciones no son contestadas. ¡Otra sorpresa! ¿Alguien ha recibido alguna vez respuesta del Todopoderoso? O ya no respuesta ¿Alguien ha vislumbrado algún mínimo indicio de su presencia por ahí? Porque si es así, se está pasando un huevo. O sea, ya está viniendo a arreglar todo el lío que hay montado.

Luego dice que serán felices sólo aquellos que tengan conciencia de su necesidad espiritual. Ahí ya podemos estar algo de acuerdo, ¡algo!. Pero la conclusión acaba por estropearlo todo. Porque dicen que si eres consciente de tu necesidad espiritual –como si el espíritu solo se alimentara con la religión- les pedirás que te manden la Biblia a casa y además, les solicitarás un curso bíblico gratuito a domicilio: “Un testigo de Jehová capacitado para dar clases bíblicas irá con gusto a su hogar para dedicar un poco de tiempo cada semana a analizar la Biblia con usted”. ¡Uy! ¡Casi me pillan!

Me consuela pensar que ellos creen que están haciendo el bien. Pero no me gusta que me asalten por la calle y me enseñen las desgracias humanas para luego venderme cualquier cosa. Creo que las personas verdaderamente ricas de espíritu emplean su tiempo y su dinero en otras cosas o de otra manera. Pero, está claro, si me vuelven a parar por la calle, volveré a coger el folleto, que luego dicen que nadie les escucha (no me extraña).

FRUTA FRESCA Y FEA

¿Sabéis que hay frutas y verduras feas? ¿Y que a las más horrorosas se las margina y como castigo se las utiliza solo para hacer mermeladas y zumos? Me he quedado de piedra. No sabía que la obsesión la imagen rondaba también por los mercados y se ve que lleva bastante tiempo discriminando a las menos agraciadas. La cosa surge porque se ve que ahora, con la crisis, la imagen ya no será tan importante y se va permitir, a partir del 1 de julio, vender verduras “antiestéticas” o “raras”.

O sea, que pronto podremos ver en los mercados frutas y verduras de distintos tamaños y formas: las más guapas serán más caras y las más deformes mucho más baratas, aunque el sabor será el mismo. Así que en la parada de mi verdulero podré comprar zanahorias curvadas, setas retorcidas y sandías cuadradas. Eso sí, la norma que modifica todo este tema –aprobada por la mismísima UE- ha establecido que hay una serie de productos que deberán seguir “normales”: manzanas kiwis, lechugas, fresas y tomates (entre otras delicias) no podrán ser deformes porque entonces ya sería un desmadre. Sí podrán tener formas inimaginables las avellanas con cáscara, los calabacines, los ajos, aguacates, judías, alcachofas y todo lo que os podáis imaginar.

Ante esta medida muchos verduleros han dicho que ellos no van a aceptar verduras “raras” en sus paradas, que la comida –como todo- entra por los ojos y que no venderían ni una. Eso es lo que ellos se creen porque, por poner un ejemplo, yo prefiero llevarme un espárrago redondo que cueste 3 céntimos que uno rectilíneo que valga 30. Y creo que como yo habrá unos cuantos. Además, así parece que cada día estés comiendo cosas diferentes, ¿no? Son un poco marginadores algunos verduleros.

Una de las cosas que más me gustan de ir al mercado es, precisamente, disfrutar de los cientos de formas, olores y colores que me voy encontrando a cada metro que recorro. Es una gozada. Y pensar que hasta ahora hacían una selección y solo vendían los productos más estéticos y que, dentro de poco, todas esas formas y colores se van a multiplicar no me disgusta. Además, marginar por el físico nunca ha estado bien visto. Entonces ¿Por qué tenemos que tolerar que se lo hagan a las verduras?

MORFEO Y LAS MUJERES

Leo una noticia que dice que las mujeres tienen más pesadillas que los hombres. Que nosotras tenemos sueños más intensos y perturbadores y que, en cambio, los sueños de los hombres están llenos de referencias sexuales. Se ve que cuando un hombre tiene una pesadilla ésta suele consistir en un ataque físico o una amenaza seria. Sin embargo las pesadillas de las mujeres pueden ser de tres tipos: sueños de terror, de persecuciones o de pérdidas y amores.

El estudio lo dirigió una estudiante inglesa de Psicología que tenía muchas pesadillas y quería comprobar si le pasaba lo mismo a los demás y, después de estudiar a fondo a 200 estudiantes descubrió que eso de tener malos sueños es una cuestión de las mujeres más que de los hombres. Supongo que tendrá algo que ver con eso de que la inteligencia emocional está más desarrollada en nosotras, mientras que la racional es, sobre todo, patrimonio masculino.

Si esto es verdad, al final van a tener razón algunos cuando dicen que somos unas retorcidas. Lo digo porque más de una vez me han dicho que si tengo alguna enfermedad mental cuando explico alguno de mis sueños/pesadillas. Y menos mal que me callo otros tantos. El caso es que ni yo misma entiendo cómo a veces sueño las cosas que sueño. ¿De donde salen? Si son horrorosas. No me gustan. Cuando de día las recuerdo intento que desaparezcan rápido de mi cabeza. Sin embargo, durante la noche, mientras sueño, no lo paso mal. No tengo miedo, ni asco, ni ansiedad, ni ninguna sensación negativa. Me despierto tranquila, descansada, y entonces lo recuerdo.

Pero no nos desviemos. He dicho también que los sueños de ellos están llenos de referencias sexuales. O sea, que mientras yo me peleo con mi subconsciente, hay algunos que lo pasan pipa. Morfeo visita a los suyos con sueños físicos y a nosotras con emociones. Que las emociones sean positivas o negativas ya es cosa de cada una.

A nosotras nos deja soñar con “besos y fantasías” y a ellos con sexo puro y duro. Eso sí, cuando se trata de pelearse, ellos salen peor parados, ya que sufren un montón de agresiones físicas durante la noche. Y nosotras padecemos de traiciones, ataques encubiertos y algún que otro insulto. Pues como la vida misma, pero a oscuras, con la almohada y en secreto.

CONEXIONES

Mi hermana vive en Barcelona y yo en Madrid. El otro día vino a casa y trajo con ella el libro que se está leyendo –Los hombres que no amaban a las mujeres-. Casualmente yo me estoy leyendo el mismo y lo tenía encima de la mesa. Y casualmente íbamos por la misma página. En ningún momento habíamos hablado sobre el libro. Nunca sabemos qué se está leyendo la otra, básicamente porque ella es más de poesía y yo de prosa, pero esta vez coincidimos.

Mi hermana y yo somos gemelas univitelinas, idénticas, o sea que además de compartir cara y gestos también compartimos el 100% de nuestro ADN. Tener un gemelo genera mucha curiosidad. Cuando digo que tengo una clon la gente abre los ojos como platos. A pesar de ser algo relativamente común, muchos siguen viéndolo como algo extraordinario y entonces llegan las preguntas de rigor: ¿Es verdad que sientes cuando ella se hace daño aunque estéis separadas? ¿Alguna vez os habéis intercambiado los novios? ¿Tenéis telepatía? Entonces tengo que contestar y desmontar el mito. Ni tenemos telepatía, ni sentimos cuando a la otra le duele algo y, por supuesto, nunca nos hemos intercambiado los novios.

Pero sí he de decir que existen coincidencias extraordinarias como la del libro. Para mí la más increíble es saber que mi hermana y yo empezamos a andar el mismo día en el mismo momento. Mi madre lo suele explicar todavía sorprendida. A los trece meses de vida ella se puso en pie apoyándose en el cristal del balcón y echó a andar y a los pocos minutos yo salí de la habitación caminando. ¿No es sorprendente?

Además de eso los dientes nos salieron a la vez y en el mismo orden, fuimos al hospital por primera vez el mismo día (mi hermana por una pierna y yo por un dedo) y nuestros novios, que llegaron a nuestras vidas con siete años de diferencia, son de la misma ciudad (que no es la nuestra) y de pequeños habían coincidido alguna vez. También recuerdo que una vez compramos el mismo libro a un amigo por Sant Jordi. Ella lo compró en Argentina y yo en Barcelona. Y, viviendo también en lugares diferentes, nos compramos exactamente los mismos pendientes de mercadillo.

Hace unos meses hice un reportaje sobre gemelos para la revista Ling, se titulaba Espejos de ADN . Tuve que leer mucho porque era bastante largo y, entre otras cosas, me enteré de que el origen de los gemelos idénticos es, en realidad, casi una patología. O sea, resulta que mi hermana y yo nos duplicamos en el útero de mi madre por un defecto reproductivo, por una fractura que se produce en el embrión a los pocos días del embarazo. Curioso, ¿no? ¡Pues bendito defecto!

Tener una gemela es divertido por muchos motivos. Además de poder intercambiarte en algunos exámenes y saludar a gente que no conoces continuamente, puedes ver en ella lo que serías tú si te hubieran pasado las cosas que le han pasado a ella. O ella puede ver, por ejemplo, como hubiera sido su supuesta hija en caso de tenerla con mi pareja. Porque lleva su ADN, claro. Y puedes sentir sus triunfos como si fueran tuyos. O sus derrotas como si fueran tuyas también. A mí todo esto me encanta y, a pesar de llevar 28 años con una gemela en el mundo, siguen sorprendiéndome las coincidencias.