una sombra blanca



tengo una sombra blanca
con ojos de diablo

pequeña como un zapato,
ácida como el limón,
suave como tocarte esa piel blanca y lisa
que se pega a mis manos, a mi boca

tiene la dulzura
de las cosas pequeñas
y la rabia del instinto animal,
la pureza de lo que no es humano,
es salvaje como el deseo carnal

organismo leve y tierno que de noche
no se mueve, sino que se dispara,
llena la casa que habito
de líneas invisibles de energía blanca,
como esa que se te escapa
cada vez que te mueves

minúsculo huracán, descompone
el espacio
en -mil-
-fragmentos- de luz
que ayudan a ver claro
tras largas horas de azul

desaparecerte

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alejándome de ti
asumo que no hay distancia
lo suficientemente ancha
para lograr que dejes de existir

omnipresente en todos los minutos
apareces y desapareces
como una exhalación,
soplando mi nuca desnuda
en cualquier callejón,
en cada portal,
en todo momento

recordándome que no te vas a ir

eres aliento de aire gélido
arrastrando el sosiego
que tanto me costó ganar

tantas veces he acabado contigo,
tantas horas te he lanzando al olvido,
tanto tiempo he intentado
arrinconarte
esconderte
taparte
desaparecerte

pero nunca te vas

y a menudo vuelves
y siempre
- estás -

*Imagen del cuadro Golconda, de René Magritte (1953).

nunca

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nunca quisieron quererse
así que lo hicieron a ratos,
en lugares y en cuerpos distintos,
en tiempos que nunca fueron el mismo

no querían quererse
pero -a veces- se les venía encima
y se llevaba por delante
las certezas, el calor,
el amor propio también

al tiempo regresaban,
            entonces

simulaban ser seres invictos
que no querían quererse,
pero -desprevenidos- se dejaban
la puerta entreabierta
y entraba sigiloso -traidor-
hasta el fondo

no, nunca,
nunca quisieron quererse,
por eso fue fácil dejarlo morir
sin tener que luchar
por algo que ni siquiera había existido


* Imagen del cuadro Los amantes, de René Magritte (1928)