mi plaza gris

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Me gusta cruzar la plaza en diagonal, por la mañana, de punta a punta, siempre al revés y cuando todos se han ido. El barullo nocturno se aleja por los callejones dando traspiés, deambulando, desorientado y borracho. Ahora solo silencio y el leve aleteo de palomas adormecidas. Adoquines mojados. El trino de algún pájaro que reclama furioso su libertad.

Entonces aparezco yo, en la punta de la esquina de mi adorada plaza gris, dispuesta a cruzarla con los poros abiertos, de puntillas para no despertar a los que siguen soñando en el interior de balcones cerrados.

Decenas de cuerpos a mi alrededor reposan en posición horizontal al mismo tiempo. Cientos de sueños se escapan por las ventanas, por las rendijas, atraviesan las paredes y se unen a mi. Los arrastro cruzando la plaza, de punta a punta, de esquina a esquina. Y cuando ya hemos llegado se elevan hasta perderse de vista. Diminutos globos de helio por encima de mi, hasta desaparecer por completo. Yo ya he llegado. Todos despiertan. Los sueños se han ido. La mañana está aquí.