EL POETA QUE FUMA


No hay mundo afuera. Está todo conmigo aquí ahora.

No hay mundo afuera porque lo tengo aquí, abrazado a mí. Antes de cerrar los ojos me ha pedido un beso. Se lo he dado, con un abrazo blanco y tres caricias, antes de ponerme a rebuscar entre los montones de palabras de un poeta.

Es un poeta que fuma y que sonríe escondido tras sus gafas para ver las cosas que se escapan. Unas gafas para ver las cosas que vienen directas desde la galaxia sin atravesar ninguna puerta. Redondas y claras, infinitas. Esas cosas. LAS cosas.

Mi mundo aquí al lado duerme y yo busco y rebusco entre los átomos del papel escrito por el poeta de las gafas para ver las cosas.

Si encuentro algo lo guardaré en el cajón de los átomos del papel escrito. Lo tengo casi vacío (llenar un cajón átomo a átomo puede llevar más de un millón de vidas). Pero ahora voy a cerrar los ojos. Me voy de viaje a la galaxia agarradita de mi mundo con coletas.

TRAPO Y CARTÓN


Manos de cartón y boca de trapo.

Con el beso la piel se despega del hueso. La mano se deshace, se vuelve polvo o barro. Se derrama hasta el suelo. Se escurre la vida, lo poco que queda.

La piel huele a gastado, los surcos profundos han llegado hasta adentro, han roto la esencia.


Los ojos no ven, la boca no sabe, el cuerpo no siente. 
Y la vida se muere.


* Foto de Gianfranco Meloni.