LA NOCHE ESTRELLADA


    "No hay cosmos y cada hombre tiene
su mundo para sí mismo,
    es su problema, pues, iniciarse en él
vivificándolo, es decir, creándolo, con el
brazo, la mano, el pie y el aliento de su
personal e inexpugnable voluntad.

Quien no quiera iniciarse a sí mismo
no encontrará a nadie que pueda iniciarle.

    Y si hay un sol,  una luna y estrellas es
porque todo el mundo se ha entregado,
en relación con el punto de la luz universal,
a las concepciones de este fenomenal
golfo llamado dios, en vez de hacer como
en el mundo real, donde cada uno se da
luz a sí mismo por su propia mano, como
Van Gogh para pintar la noche con su
sombrero de 12 bujías. Y es que todos han
preferido haraganear y hacerse iluminar
cómodamente por el beneficio de la violación
de este consorcio de aprovechados.

    El cuerpo humano tiene bastantes soles,
planetas, ríos, volcanes, mares, mareas,
sin necesidad de ir a buscar los de la
supuesta naturaleza exterior y ajena."

                                                  Antonin Artaud
                                                  Cartas a André Breton.

EN MI MUNDO



En mi mundo la gente se arroja por las ventanas porque los señores que mandan los echan de sus casas para tapiarlas y dejarlas morir, como a sus habitantes.

En mi mundo los señores que mandan se quedan con las casas de la gente y las acumulan. Codicia amparada por ley. Grandes montañas de casas vacías están devorando el país. En un tiempo posiblemente moriremos aplastados por ellas. Pero lo importante es cumplir la ley. Y pagar, siempre. Respirar es secundario.

En mi mundo lo más importante es el dinero, la persona no vale mucho.

La importancia de la persona es equivalente al valor de sus bienes  -así hablarían ellos, los que mandan, con su rectísimo lenguaje económico-. Así que una vida no vale nada si su deuda no se puede pagar.

Lo mejor de todo es que en mi mundo esas casas se quedan vacías. Paredes y suelos habitables inhabitados convertidos en raciones de montañas de avaricia. Estamos rodeados de hogares muertos, de cadáveres putrefactos de yeso y cemento. Y lo peor de todo es que ya nos estamos acostumbrando a ello. ¿No notáis el olor a podrido?

A los señores que mandan se les ha olvidado lo que son y lo que hacen aquí, o sea, en el Planeta Tierra. Creo que no saben nada del amor. Creo que no saben en qué consiste la vida. Pero también creo que intentar explicárselo es tiempo perdido. Con ellos se pierde la fe.

*Foto del espectáculo "Nubes", del equipo de Arcadanza.

EN ALGÚN LUGAR


Está dormida. Me abrazo a su cuerpo pequeño. Me salva de la ansiedad, de la tristeza, de todo lo malo. Y ahí, entre las sábanas, se acurruca la paz muy cerca de su pijama.

Siento su respiración calmada, su cuerpo torácico pequeñito que se mueve, acompasado, en mitad de la noche; sus cabellos muy finos que me hacen cosquillas en la cara. Los demonios no osan acercarse. Si ella está conmigo no existen. Y si existen haré que echen a volar de un manotazo.

Está en el terreno de los sueños, muy lejos de la cama. Quizá esté en el patio del colegio o en casa de los abuelos. Quizá esté sobrevolando la ciudad dormida o hablando con algún unicornio perdido en mitad de la nada. Quizá esté soñando conmigo, con que le hago dos trenzas, con la que la abrazo, con que la beso, con que la quiero.

Eso último no lo sueña porque ella ya lo sabe. Y los sueños son para soñar las cosas que no sabemos. Pero seguro que nota el calor de mi cuerpo ahora, en este momento, esté donde esté. Quiero que lo guarde y que lo retenga fuerte, escondido, bajo llave. Sólo para ella. Quiero que lo acumule para cuando le llegue el primer frío de cuando nos hacemos mayores. Ese que atrae a los demonios que ella aún no conoce.

PEQUEÑA MAYA



La pequeña Maya anda flotando en un espacio acuoso, suave, tibio. Los ruidos de aquí fuera le llegan amortiguados. Ahora solo descansa, duerme, se prepara.

¿Intuye? ¿Piensa? ¿Sueña?

Un cerebro pequeño que se proyecta hacia un pequeño planeta, hacia un mundo minúsculo habitado por seres microscópicos con ilusiones de gigante.

Maya viene de las estrellas. Todos venimos de las estrellas y a las estrellas hay que volver. Lo dijo alguien muy viejo en una película demasiado hermosa*. Nos transformamos en las entrañas de nuestras madres y cuando caemos ahí, directos desde la Vía Láctea, ya no hay marcha atrás.

Obligados a caminar hacia adelante, siempre.

Maya es el resultado de un deseo global, de un conglomerado de muchos anhelos juntos. Maya y Altea y Alejandra y Jofre y todos esos trocitos de piel y huesos que se están gestando en todos los vientres de todas las madres del mundo.

Trozos de vida palpables que ya han empezado a existir.

Ellos son el futuro ejército (sin armas, con amor) que convertirá nuestro planeta en un espacio más grande, para poder estirar los brazos, las piernas, los dedos y todos nuestros deseos.

*El cielo gira, de Mercedes Álvarez.

NI SIQUIERA UNA MADRE



Una niña muy pequeña llora y llora y llora en un vagón repleto. Llora mucho. Llora mares, hacia fuera; llora un llanto grande, abundante, inconsolable. Interminable. (Yo mientras lloro por dentro un llanto pequeño y encogido, arrugado). El suyo pasa por encima de todas las cabezas, traspasa limpiamente los asientos y los oídos de una madre imperturbable. Es como si no hubiera nadie. Sólo el llanto. Si lo quitamos, silencio. Ni siquiera las respiraciones. Ni siquiera el aire. Ni siquiera una madre. 

Solo el tiempo que no pasa.

La niña ha llorado tanto tanto que sus lágrimas ya no tienen efecto. Puede que lleve horas llorando. Puede que lleve días, o meses. Quizá llora desde el día que nació y aún no ha obtenido respuesta.

Un día dejará de llorar porque las lágrimas también se acaban, como todo. Los ojos se le quedarán secos. El alma también. Entonces se convertirá en una persona imperturbable, como su madre; en una persona de esas que no lloran, o sea que no son personas, como su madre. Y cuando crezca dejará llorar a su bebé hasta la extenuación y estará cometiendo un crimen, como su madre, y criando a una futura criminal, como ella misma.

*Dibujo de Krlos Reyna

AL CUMPLIR OCHENTA



Si a los ochenta años no estás ni tullido ni inválido y gozas de buena salud, si todavía disfrutas de una buena caminata y una comida sabrosa, si duermes sin pastillas, si las aves y las flores, las montañas y el mar te siguen inspirando, eres de lo más afortunado y deberías arrodillarte en la mañana y en la noche para darle gracias al Señor por mantenerte en forma.

En cambio si eres joven pero ya tienes cansado el espíritu y estás a punto de convertirte en autómata, sería bueno que te atrevas a decir de tu jefe –en silencio claro- “¡Al carajo con ese fulano, no es mi dueño!”.

Si no te has quedado culiatornillado y te sigue emocionando un buen trasero o un magnífico par de tetas, si todavía puedes enamorarte las veces que sea y si perdonas a tus padres por el delito de haberte traído al mundo, si te hace feliz no llegar a ningún lado y vivir al día, si puedes olvidar y perdonar y evitar volverte amargado, cascarrabias, resentido y cínico, hombre, ya vas ganando.

Lo que importa son las pequeñas cosas, no la fama ni el éxito o el dinero. La cima es muy estrecha pero abajo hay muchos como tú que no se estorban ni molestan. Ni por un instante se te ocurra que los genios viven felices; todo lo contrario, da gracias por ser del montón.

                                                                                                                                                                                   Henry Miller.

EN EL JARDÍN



Estoy sola en el jardín con un libro abierto en el regazo. Con un montón de palabras de otro que descansan sobre mis piernas.

Se oye el trino de un pájaro que no descansa y hojas que se acarician con el viento. Interminables orgías en las copas de los árboles encima de mí.

Viento agradecido en una tarde de calor que pasa por debajo de mis piernas, por entre mis dedos. Que hace bailar mis mechones. Que me hace cosquillas en la cara aunque mi cuerpo está dormido y pesado, ausente.

Ahora ese viento se irá a buscar a otro a quien despertar, a quien acariciar. Y luego a otro y luego a otro. Un montón de suaves despertares en cadena en hamacas de jardines de todos los lugares.

Mis párpados se despegan con dificultad. Pesan mucho.
Veo lucecitas en el césped. Son los rayos que se filtran rectos entre las hojas. Luces y sombras que se mueven al compás del viento y del trino del pájaro que no descansa.

Dormir o despertar aquí, ahora, es exactamente lo mismo. Creo que es la paz, que se encuentra sólo en algunos lugares, en algunos momentos y en algunas personas.
Hoy, aquí, se ha quedado un buen rato conmigo.

CASTELLS 25



Estaba al final de un callejón sin salida. En un rincón de trastos viejos. Detrás de una puerta muy azul.

Casita pequeña de colores, canciones y mujeres.

Oasis de yeso y uralita, arrinconado entre paredes llenas de palabras. De risas, lágrimas y confesiones. De verdades enteras y mentiras a medias. De puñales y de besos.

Era la visión del futuro en unas cartas gastadas. Era olor a incienso. Era un cojín rojo con forma de corazón. Los crujidos de las escaleras que subían hasta la terraza de suelo ondulado. Era el frío que te paralizaba en invierno. Era un baño en el patio.

Taponaron sus ventanas con cemento y agonizó durante meses.
Hasta que la tiraron con toda su vida dentro.

Oasis de madera y cemento, arrinconado entre canciones, relatos y recuerdos.

Y aún hay quienes creen que ya murió.
(Nunca estuvo tan viva.)

Castells 25. Barcelona. Ellas y yo. 

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LA ESPERA



Muchas mañanas se sienta en el mismo banco. Sobre todo si hace sol. 
Se coloca en la esquina, al lado de un gran vacío. Y espera.

Siempre el mismo gesto. Erguida, dispuesta. Pies juntos, bolso en mano y cabeza moviéndose hacia los lados.

Oscila.

Ronda los 80 y viste flores y diadema. Melena blanca. Zapatos blancos. Mirada negra. Oscura, profunda, que ahoga y que asusta. Cuello arrugado con mil cadenitas de oro repletas de medallas. Todas juntas y mezcladas. Toda la riqueza acumulada en todo su tiempo.

Está dispuesta a levantarse en cuanto llegue alguien que no llegará.

Y pasas por delante y levanta la cabeza. Y te mira y te das cuenta de que sabe muy bien que espera algo que ya no existe.

Y te pones triste porque sabes que esa espera que le da la vida no es otra cosa que la espera misma de la muerte.

DE ESPALDAS



Vivimos de espaldas. A los otros, a la vida, a nuestra propia esencia.
Compartimos el mundo pero lo hemos subdividido en millones de mundos pequeños, estrechos, prácticamente inhabitables. Nos hacemos los ciegos, los mudos y los sordos. Nada nos importa y nada nos afecta. Hemos perdido la perspectiva, y ya poco podemos hacer.

Muchos no tienen ni idea de qué es lo que hacen aquí. 
Tampoco se lo plantean.
No sirven para nada. No aportan nada.

Sombras de personas que nacen, se reproducen y mueren. Solo cuerpos que se transforman con el tiempo. Carne y huesos. Ni sienten, ni padecen. Indiferentes, vacíos, huecos.

EN LA PLAZA



Algunas tardes bajamos a la plaza. Cuando el sol empieza a esconderse. Es el mejor momento.  Todo el mundo lo sabe.

Las sombras se alargan interminables sobre los adoquines. Si hiciéramos una foto y elimináramos a todas las personas, solo quedarían sombras estrechas haciendo aguas, moviéndose como si estuvieran en una pecera caliente de piedra gris. Y sobre ellas, decenas –o cientos, o miles, o cientos de miles- de pájaros cantarían histéricos como lo hacen todas las tardes, como si se acabara el mundo. Aunque solo se acaba el día, nada más.

La luz se pelearía por colarse entre cualquier grieta y lo lograría, al fin, haciéndose un hueco entre los edificios rojos repletos de ventanas vacías.

Ayer bajamos con las princesas. Ella siempre lleva algún juguete a los escalones del centro de la plaza. Siempre está soñando. Siempre quiere estar ahí, acompañada de las sombras y de los rayos testarudos, del escándalo de los trinos.

Y ayer junto a los trinos una marea de gente gritaba pidiendo casa y trabajo. Llevaban flores y pancartas y gritaban y gritaban y gritaban. Tanto gritaban que los pájaros se callaron y los rayos les iluminaron. Solo las sombras de la plaza permanecieron flotando en su pecera, indiferentes, quietas, ajenas.

MALEN



Hoy he recibido un mensaje precioso. Una chica me ha escrito para darme las gracias porque se siente acompañada cuando me lee. Dice que siente la necesidad de hacerlo cuando tiene un ratito y lo mejor de todo es que me lee mientras le da el pecho a su pequeña. Me he emocionado.

Desde aquí las gracias vuelan hoy hacia ella, no por leerme, sino por hacerlo como lo hace.  

Porque la forma de hacer las cosas es más importante que las cosas en sí mismas.

Por tomarse la molestia de decírmelo de una manera tan natural, tan limpia, tan de verdad.

Porque me encanta formar parte de un momento tan íntimo como amamantar a un bebé, especialmente si es de madrugada.

Y sobretodo porque los que escribimos, en el fondo, también lo hacemos para sentirnos acompañados. Y si me lees, me acompañas.

DE VIAJE EN SPOON RIVER




…a través de la carne
gané el espíritu, y a través del espíritu, la paz.” Sarah Brown

Una verdad moral es una muela hueca
que hay que rellenar de oro.” Sexsmith El Dentista

“…Morí de pie
enfrentándome al silencio, enfrentándome a la perspectiva
de que nadie supiera nada de mi lucha.” Jefferson Howard

“...habéis descubierto, con toda vuestra arrogante sabiduría
lo difícil que es al final
conservar el alma sin que se divida en átomos celulares.” Thomas Rhodes

Y el triunfar sobre otras almas,
simplemente para afirmar y probar mi fuerza superior,
era para mí una delicia,
el intenso placer de la gimnasia del alma.” Robert Davidson

La mente ve el mundo como una cosa aparte,
y el alma hace del mundo una cosa consigo misma.” Ernest Hyde

APOYADOS EN LA BARRA

Me invitan a un programa de radio en el que cada semana un poeta captura la esencia de un cortometraje y le dedica un poema. ¿Hay algo más bonito que eso? He sido tan afortunada que gracias al programa Radio Círculo, dirigido por Edu Cardoso, David Alfaro Simón ha escrito un poema inspirado en mi cortometraje “Una flor en recepción”. Estas cosas deben compartirse. Es una obligación moral. Porque todavía hoy hay desconocidos que regalan belleza a cambio de nada. Y en los tiempos que corren eso es más que mucho.

Tantos codos en la barra

que faltan dedos para contar.


Un bostezo amanece en el redil;

El aire le hace creer que es libre

y la discusión calienta el puchero

justo antes de la cena de los martes.

Le dijeron que había malos

y él solo se lo creyó.

Le dijeron que no pensara

y le dio por imaginar

que, seguramente, tendría que haber buenos.

Incluso, dicen, le dio por pensar,

en la existencia de un orden lógico

donde su mano no podía cambiar

el lugar que tenía su mano;

Ni contar los dedos de los codos

que se apoyan en la barra.


El aire le hace saber que es libre

como buen ignorante redimido

que no imagina que también

respiran los esclavos,

ni que hay esclavos

que pierden la esperanza manteniendo la fe

antes de saber que son esclavos.


Y todo porque cambiaron los nombres

de los buzones y las puertas

mientras dormías por la noche;

en ese justo momento

en que menos importa el aire,

porque se toma realmente en libertad.


Vinieron entonces a tocar el timbre,

abalados por un futuro

que esquivaba el beriberi,

esa enfermedad tan de pobres

que es mejor tratar de olvidar,

sin caer en que el hambre aprieta más

cuando se tiene lleno el estómago

y vacío el porvenir.


No creas que van a tener ganas

de charlar contigo cuando seas anciano.

No dudes nunca que tendrán a tu edad

los mismo años que tú tienes ahora

y las mismas ganas de hablar con los ancianos.

Y tarde ya vas a comprender

que podías haber tomado decisiones,

cambiar tu mano con tu mano

y prever que los malos hacen las cosas

que te aseguran no puedes tú hacer.


Y será ese día cuando descubras

que te engañaron y que ya no queda

imaginación ni tiempo para enmendarlo.


Porque, ahora por fin sabes,

lo que ellos tanto tiempo te ocultaron:

Es imposible contar mientras tienes los codos

apoyados en la barra.