AL CUMPLIR OCHENTA



Si a los ochenta años no estás ni tullido ni inválido y gozas de buena salud, si todavía disfrutas de una buena caminata y una comida sabrosa, si duermes sin pastillas, si las aves y las flores, las montañas y el mar te siguen inspirando, eres de lo más afortunado y deberías arrodillarte en la mañana y en la noche para darle gracias al Señor por mantenerte en forma.

En cambio si eres joven pero ya tienes cansado el espíritu y estás a punto de convertirte en autómata, sería bueno que te atrevas a decir de tu jefe –en silencio claro- “¡Al carajo con ese fulano, no es mi dueño!”.

Si no te has quedado culiatornillado y te sigue emocionando un buen trasero o un magnífico par de tetas, si todavía puedes enamorarte las veces que sea y si perdonas a tus padres por el delito de haberte traído al mundo, si te hace feliz no llegar a ningún lado y vivir al día, si puedes olvidar y perdonar y evitar volverte amargado, cascarrabias, resentido y cínico, hombre, ya vas ganando.

Lo que importa son las pequeñas cosas, no la fama ni el éxito o el dinero. La cima es muy estrecha pero abajo hay muchos como tú que no se estorban ni molestan. Ni por un instante se te ocurra que los genios viven felices; todo lo contrario, da gracias por ser del montón.

                                                                                                                                                                                   Henry Miller.