LA EXTRAÑA PAREJA

Se conocieron por Internet, chateando.
Él: separadomadrid46, ella: brujilla45mad.

Él llevaba 20 años siguiendo una vida de manual, de hijo único obediente, de marido y padre abnegado. De estudiar, trabajar, casarse y tener hijos. Ella seguía una vida sin enciclopedia. La dejó en casa de sus padres y se dedicó a buscar placeres por todas partes.

Un día a él le dieron con el manual en la cabeza y se fue directo a casa de sus padres. Sin piso, sin mujer, sin hija. Sin amigos, después de dedicar media vida a su existencia enciclopédica. En pocos días su mundo se derrumbó, sin más. Hombre de mediana edad, separado, en casa de los padres. Se estaba ahogando y el ordenador le salvó la vida. Internet quiso que, nada más conectarse se cruzara con brujilla45mad y que ella buscara una información profesional que él podía darle.

Se cayeron bien, chatearon un día y quedaron al siguiente. Y el siguiente él se quedó sin conexión y no pudo volver en 15 días. A las dos semanas volvió a entrar y brujilla ya no estaba, solo una tal rayitodesol. Brujilla se marchó con su escoba pensando que separadomadrid46 le había tomado el pelo, como tantos otros.

Rayitodesol también era simpática. Hablaba igual que la brujilla, tanto tanto que acabó preguntándole si era ella. Y sí, era ella. El azar quiso que, en un chat en el que se conectan cientos de personas, brujilla-rayitodesol y separadomadrid46 se encontraran las dos únicas veces que él entraba en busca de consuelo.

Después de dejarlo todo claro decidieron quedar. Él iría a buscarla a la salida del trabajo. No se habían visto ni siquiera por foto pero en cuanto ella salió de la oficina le reconoció dentro de su coche. Al principio no hubo atracción –la imaginación suele crear personas que no existen- pero al rato de hablar ella se dio cuenta de que había dado con la persona más buena que se había cruzado en la vida.

Salieron por Chueca de noche. Alcohol, música, alcohol. Él no conocía aquello, llevaba 20 años sin salir. Brujilla-rayitodesol lo conocía al dedillo. Había salido y había probado todo, había hecho el amor más de lo que había querido y ahora quería que la abrazaran, que la quisieran. Quería tranquilidad.

Llegó el momento: Separadomadrid45 se pidió una copa y ella dijo “bésame”. Entonces él rebuscó en su manual e hizo lo que allí decía: la besó en la mejilla.

A brujilla nunca le había pasado algo así. Ella quería un beso en la boca, de los de verdad, con lengua y mandíbula. Pero en el fondo le encantó la dulzura de aquel hombre delicado que luego sí la besó de verdad. En ese momento se enamoró tanto de él que a la semana estaban compartiendo piso. Ahora llevan cinco años felices criando perdices. Ella encontró otros placeres. Y Él quemó su manual.

1 AÑO, 365 PALABRAS

Cuando Gala nació Barcelona estaba tomada por una muchedumbre. El día del libro y un partido del Barça arrastraron a manadas de forofos a las calles en un día en que al Sol le dio por inundarlo todo. Ruidosos y ebrios vagaban por la ciudad sin saber que mi hija estaba llegando al Mundo y sin pensar que, a lo mejor, le apetecía un poco de tranquilidad. El día que Gala nació era el día de la Tierra. El día de una Tierra que, con tanto desorden, ya no sabe ni quien es.

2008 años después de que los calendarios empezaran a contar, las cosas se mueven tanto que uno no sabe donde mirar. En un mismo año hemos oído palabras tan pomposas como refundación del capitalismo, apagón analógico o acelerador de partículas. Hemos asistido a la elección del primer presidente negro de la historia del país más poderoso del mundo y a una crisis de proporciones astronómicas que pondrá a todos en su sitio.

En un mismo año hemos visto que los piratas vuelven a surcar los mares, que un hombre puede dar a luz y que una mujer embarazada es capaz de poner firmes a las tropas de un país. También vimos resucitar a una mujer que llevaba seis años muerta en vida en una selva colombiana. Pero asistimos a la desaparición de un mito del cine que se llevó a la tumba una mirada inmortal.

En verano, un joven estadounidense nadó tanto y tan rápido que se colgó ocho medallas de oro, convirtiéndose en el mejor atleta olímpico de todos los tiempos. Y en esos días una gacela jamaicana que parecía correr a cámara lenta se convirtió en el hombre más veloz del mundo sin apenas esforzarse. Todo eso en unos juegos olímpicos a los que Buda y la libertad de expresión no estaban invitados.

El año en que Gala ha querido venir, la palabra “histórico” se ha repetido tantas veces que ya ha perdido todo su sentido. Dicen que la historia se repite. Y las modas, y las tragedias, y las personas. Pero yo creo que siempre hay quienes encargan de darle un aire nuevo a todo cueste lo que cueste.
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CINCO AÑOS MÁS...

Una tarde de verano de hace 11 años me senté a escribir porque estaba aburrida y, al no saber sobre qué hacerlo, hablé de lo que más conocía: mis amigas. De ahí surgió un relato largo sobre hechos reales, nuestras memorias, y me propuse hacer lo mismo cada 5 años. En el 2002 volví a hacerlo, dedicando un capítulo a cada una de ellas y otros a las vivencias compartidas. El año pasado, en el 2007, me volví a sentar y a organizarme, pero no pasé de la introducción. He descubierto que nuestras vidas son cada vez más complicadas y que yo tengo menos tiempo para recopilar, entrevistar y organizar toda la información. Pero lo tengo pendiente. Por ahora os muestro esa intro, que espero completar pronto como un regalo para todas ellas.

CINCO AÑOS MÁS

Cinco años más. Desde finales del 2002 hasta finales del 2007. Me propongo, por tercera vez, relatar la vida de algunas de mis amigas en este tiempo. Al menos la vida que yo he vivido con ellas. Para que no se les olvide, para no olvidarme yo, y para ver cómo se ríen o como lloran cuando lean todo lo que nos ha pasado. Esta entrega llega cargadita. Creo que nunca nos habían pasado tantas cosas. Y es que nos hacemos mayores y lo que nos pasa es más importante, más significativo y también más doloroso. Hemos crecido de golpe. La última vez que escribí acabábamos de sobrepasar los 20 y ahora ya estamos llegando a los 30. De repente nos hemos dado cuenta de que la vida no es un juego. Que hay que trabajar para poder comer, que hay que sufrir para poder crecer y que hay que tener las cosas claras para no perderse en este mundo cada vez más desordenado.

En fin, lo que voy a hacer es dedicar un capítulo a cada una de mis maravillas (mis amigas), entre las cuales me incluyo, por supuesto, y otros más generales para explicaros que, en estos cinco años, nos hemos reído un montón. También nos hemos discutido (¿que sería la vida sin eso?), hemos comido muchas tortillas de patatas, hemos hablado de espíritus y fenómenos paranormales, nos hemos deprimido, nos han hecho llorar, hemos practicado sexo o hecho el amor (como se prefiera) bastante -unas más que otras-, hemos viajado a lugares que se han quedado trozos de nosotras para siempre, alguna ha encontrado la luz en un dios que aquí no conocemos mucho, nos hemos embarazado, hemos abortado, hemos sido fieles e infieles y, sobre todo, lo hemos compartido todo, o casi todo, con las otras.

Como habréis visto, en esta tercera entrega solo hay mujeres. Nunca han abundado los hombres, pero la primera vez incluí a un amigo del grupo que luego desapareció, Fernando. Y la segunda metí a mi amor, porque me dio la gana y porque quería escribir de él. Pero ahora soy una profesional y he decidido incluir solo aquello que realmente tenga que ver con el espíritu de estos escritos, que hablan de amistad y no de amor de pareja. Que hablan de vosotras, de nosotras, de mujeres jóvenes y sobradamente preparadas que se enfrentan juntas a una vida que, entre alegría y alegría da algún palo o que entre palo y palo da alguna alegría, depende de quien lo vea. Yo es que siempre veo el vaso medio lleno, ya lo sabéis.

En fin, que voy a ello. Espero que el contenido de estos escritos nos dañen la sensibilidad de aquellos que los lean. Si así es, me sabe mal, pero es lo que hay. Yo los voy a escribir con mucho amor, un poquito cariño y algo de mala leche, que sino sería muy aburrido. Os quiero!!!!

MIS VECINOS

Al entrar en mi portería lo primero que me encuentro son seis escalones, una puerta verde y otros tres escalones. Entonces ahí, por el rellano anda siempre Juan, el portero, un hombre entrañable que escucha música clásica, lee tochos forrados con hojas de revista y que siempre me dice que abrigue a mi hija, que en Madrid hace mucho frío. Normalmente al entrar casi siempre me cruzo con la vecina del primero, una mujer mayor con media melena blanca que saca a pasear a su perro veinte o veinticinco veces al día. El caso que nunca la he visto sin él.

Entre que pico y espero al ascensor suelo ver a más personas porque en la planta baja hay una consulta de psicólogos y psiquiatras y hay un tráfico de clientes increíble. Yo al principio tenía una gran curiosidad por saber qué había ahí, porque a veces veía entrar y salir adolescentes con cara de agobio acompañados de sus padres, mujeres maduras o incluso niños. Entonces, como buena vecina cotilla, le pregunté al portero. Y él, como buen portero, me lo comentó. “Y abajo hay un estudio de arquitectura”, añadió como información adicional. ¡Anda! Otro misterio desvelado. Del sótano veo yo subir y bajar gente joven, moderna y guapa y sobradamente preparada que más de una vez me han ayudado a subir el cochecito de la niña por las escaleras.

Bien, cojo el ascensor con una chica. “¿Tu vives en el 5º, no?”, me dice. Pues sí. “Es que veo la cuna de tu hija desde mi comedor y la ropita tendida”, se excusa ante mi cara de sorpresa. “Para cualquier cosa estoy en el piso de arriba”, se despide. Y entro en casa. Desde mi cocina veo la cocina de la vecina de enfrente, una mujer muy mayor que suele estar acompañada por una asistenta. Una noche fuimos a pedirle huevos y tuvimos que picar tres veces y explicar que éramos los de delante para que nos abriera la puerta y cuando vio que solo queríamos dos huevos y no robarle se le abrió el cielo.

Al lado tengo a Sol y Julián, mis vecinos favoritos. Ella es encantadora –con ese nombre no se puede ser mala persona- y habla muy rápido. Él es más tranquilo pero igual de encantador. Ya les hemos invitado a cenar. Y luego delante tengo a otra mujer mayor –hay cuatro casas por rellano- que el otro día me esperaba con un palo de escoba en sa puerta porque me había dejado la mía abierta y quería avisarme y defenderme si hacía falta. Ella estaba en guardia mientras yo, tan tranquila, paseaba con el parque con la puerta de mi casa abierta.

Me gusta entrar en la portería y hablar del tiempo, de las obras de la calle o de la crisis. Y ver bajar al presidente con sus mellizas, al chaval del cuarto con su melena despeinada o al vecino de los dos perros que ladran por la noche. Con vecinos así mola salir de casa, aunque solo sea para salir y volver a entrar.

EL AMOR Y LA MUERTE

Me pensaba que no pararía de llorar en toda la película, me lo habían avisado. Y sí, lloré, pero no tanto como creía. Lloré de pena al ver una a una niña atrapada en corsés, en esos que yo también llevé cuando tenía doce años. También cuando Camino le preguntó a su hermana “¿Quieres que rece para que tú también te mueras?”. Me parece que es LA FRASE de la película. Porque a Camino no le da miedo morirse, ni el dolor, ni entrar en quirófano cada dos por tres. A ella lo que le duele es no poder decirle al niño que le gusta cuánto le gusta, morirse sin que él se entere de lo que sintió cuando lo vio por primera vez en un puesto de libros de segunda mano.

Más allá de las críticas al Opus y al fanatismo religioso, Camino emociona porque es como una luz, porque rebosa de vida a pesar de hablar de muerte. Porque a la niña lo que le importa es ese primer amor que el cáncer no le deja experimentar. De Camino, la película, me gustan muchas cosas. Muchas: Camino corriendo en camisón, de noche, por el cementerio; las flores creciendo rápido alrededor de sus pies de colegiala; sus ojos, su sonrisa en una boca llena de llagas, la amiga con aparatos, sus sueños indestructibles. Y no me gustan los pinchazos en la nuca, los corsés, las operaciones en primerísimo plano, el ángel custodio, el accidente.

Tengo un conocido que trabaja en la planta de oncología infantil de un hospital. Dice que hay niños que viven allí meses, años. Muchos se curan, pero otros tantos no, como Camino. Dice que es el mejor trabajo que ha hecho en su vida, que estar con esos niños cada día es una experiencia maravillosa. Hay un escritor y director de cine, Albert Espinosa, que estuvo enfermo de los 14 a los 24 años y venció cuatro cánceres. “El cáncer me quitó cosas materiales: una pierna, un pulmón, un trozo de hígado, pero me dio a conocer muchas otras cosas que jamás podría haber averiguado solo”. Él dirigió La Planta Cuarta, aquella película en la que Juan José Ballesta y otros amigos “pelones” –como él los llama por haber perdido el pelo debido a la quimioterapia- revoloteaban por los pasillos del hospital esparciendo su energía positiva por todos los rincones.

En fin, esta película es rica porque habla de contrarios: de niños y hospitales, del cáncer y del primer amor, de la inmensidad del mar y la claustrofobia de habitar un cuerpo enfermo, de sueños y pesadillas, de ángeles y del demonio, de vida en muerte y de muerte en vida. Así lo abarca todo.

DÍAS DE LLUVIA

En Madrid la lluvia es atroz. Es como si alguien vaciara un cubo de agua gigante sobre la ciudad. Cae de golpe y hace mucho ruido. Estás durmiendo y un estruendo te despierta. Puede parecer un terremoto o una bomba, pero no, solo es la lluvia, que aqui cae con muchas ganas. Es curioso pero me parece que no llueve igual en todas partes. En las diferentes ciudades en las que he vivido el agua cae del cielo de manerta distinta.

En Valencia también llovía muy fuerte, pero mojaba más, era una lluvia más líquida, mediterránea y casi siempre, acompañada de viento. En Murcia en cambio, a pesar de estar relativamente cerca del mar, el agua caía sin ganas, lenta, muy ligera, se iba volando con cualquier corriente de aire. Y encima, lo poco que caía solo servía para inundarlo todo. Barcelona es más variada. Allí llueve de todas las maneras, a veces parece se haya de acabar el mundo y otras ni siquiera moja y solo sirve para ensuciar los coches y limpiar las calles.

Hace tiempo me leí Memorias de África, allí llueve poco pero cuando lo hace es como un regalo del cielo. La autora dice que un dia de lluvia era "como volver al mar cuando has estado mucho tiempo lejos de él, como el abrazo de un amante". Qué bonito ¿no? Escaso, intenso. El caso es que cuando llueve todo se transforma.

Cuando llueve la gente se permite el capricho de quedarse un rato más entre las sábanas al sonar el despertador. Esos días, salir de la penumbra acogedora de la habitación duele más que cuando el sol entra por los agujeritos de la persinana. Además, se puede llegar tarde al trabajo y no ir a clase, porque llueve, porque hace frío, porque nos mojamos, porque hay mucho tráfico y porque lo mejor es quedarse en el sofá oyendo como las gotas golpean contra los cristales.

Me gusta la lluvia. Nunca uso paraguas, no tengo paraguas. Me gusta notar como las gotitas golpean mi capeza y se deslizan por mi frente o me entran en un ojo. Y llegar mojada a casa, quitarme la ropa fría y meterme debajo de más agua, en los chorros calentitos de la ducha.

EL FUGITIVO DE SIEMPRE

El otro día me compré el nuevo cd de Bunbury. Me esperaba un viaje largo en dirección a un lugar muy triste y pensé que escucharlo por el camino me haría sentir mejor. No me equivoqué. Para mí escucharle, siempre, es como estar en casa. Es que la música de Bunbury no se puede querer a medias, ni tampoco se la puede odiar a medias. O la adoras o la detestas. No tiene término medio. Es pura, extrema.

Su voz es extraña, sus letras extraordinarias, las melodías que crea bien podrían ser la banda sonora de tu mejor sueño o retumbar en los rincones de tu peor pesadilla –es lo que me pasa con el disco homenaje que le hizo a Panero, el poeta maldito-. Esa provocación provocada, continua, esa imagen modelada en pozos de medio mundo, esos ojos de perdido, hacen de él un artista único.

Siempre que compro un cd pienso que en algún momento dejará de gustarme. Que, como me ha pasado con otros artistas, algún día se estancará y dejará de crecer conmigo. Pero con él todavía no me ha pasado y en este último disco he encontrado una joya de esas escasean, una canción que por más que la escuches de no deja de ponerte lo pelos de punta, Aquí.

El aragonés errante, que ha escrito a Lady Blue y a Carmen Jones, el Teseo de la breve Alicia, el que pidió un rescate desde la plaza de armas de un lugar cualquiera y tiene sed de ilusiones infinitas, es ahora el fugitivo de siempre, el hombre delgado que no flaqueará jamás. Más Bunbury del bueno, de ese que dice que “todo es horrible o terriblemente bello”, igual que sus canciones.

Fragmento de la pequeña joya (con música se multiplica el efecto):

AQUÍ ESTÁ EL FUGITIVO DE SIEMPRE
AQUÍ LA ETERNIDAD, QUE FUE UN INSTANTE
AQUÍ, DONDE NINGUNO DE VOSOTROS SE ATREVE
AQUÍ, NUESTROS BESOS COMUNICANTES

AQUÍ NO HAY NADIE A QUIEN SEGUIR
AQUÍ QUE NADIE ES UN HUÉSPED FIJO
AQUÍ SIGO VIVIENDO BIEN SIN MÍ
AQUÍ SOLO QUIERO ESTAR CONTIGO

AQUÍ, SEGURO DE HACER LO INCORRECTO
AQUÍ, PORQUE NO HAY SUFICIENTES PRUEBAS
AQUÍ, COMO UN INVÁLIDO EN EL DESIERTO
AQUÍ ME QUEDO, AQUÍ CON ELLA

ÁLBUM DE FOTOS

Una de las primeras cosas que hago cuando alguien se muere es ir al álbum de fotos e intentar asimilar que esa persona ya no existe. Elijo una foto bonita, en la que salga sonriendo y la miro detalladamente, un rato. Miro la mirada, los gestos. Intento recordar su voz. Lo hago porque no quiero que se me olvide. Porque me da rabia que la muerte, al final y por encima de todo, sea olvido.

Quiero recordar siempre a las personas que han pasado por mi vida porque se llevan un trocito de mí a donde vayan. Y porque yo me quedo un trocito de ellos que les he robado en algún momento sin que se dieran cuenta.

De él recuerdo sus ojos azules azules azules, su voz tranquila, pausada, su calma siempre. Su amor por la fotografía, sus fotos perfectas. Sus ganas de andar con la cámara a cuestas. El gusto por la buena comida y el buen vino. Una casa acogedora, feliz, de manta y pijama. Murcia.

Y lo que me pone triste ahora, además de pensar que ya no está, es pensar en los que sí están, en esos que guardan el trozo más grande de él, uno mucho más grande que el mío. Casi toda su persona, casi todo su ser. Cómo ser capaces de vivir sin él a pesar de llevarle dentro. Yo todavía no lo entiendo.

Otro Juan, otra muerte inesperada, otro niño sin su padre.

LA TRISTEZA Y LOS POETAS

Dice Rilke que la tristeza es necesaria para poder crecer. Que cuando entra dentro de uno lo hace de manera inesperada y que, precisamente por eso, y por ser algo que no está habitualmente en nosotros, aparece como algo nuevo. "Todo lo que hay en nosotros retrocede, surge un silencio y lo extraño, que nadie conoce, se yergue en medio y calla", dice.

Rilke era un poeta, así que debe saber bien de lo que habla. Porque los poetas son tristes de por sí y los poemas no son más que angustia en estado puro transformada en palabras. Ellos entienden mejor que nadie a ese sentimiento que les ha llevado a conocer los abismos más profundos.

Yo me siento incapaz de escribir poesía, de concentrar una idea en dos o tres palabras y que además rime, sea bello y que, al leerlo, suene música. Los poetas son alquimistas. Convierten el alma en palabra, el sentir en texto. Lo saben. Y entre ellos se reconocen. Porque a dos poetas, sean de donde sean y tengan la edad que tengan, lo que les une es mucho más fuerte que todo lo que les separa.

Los poetas saben lidiar con sus demonios, los aplastan a base de versos y eso les hace más fuertes. Saben convivir con la tristeza, esa odiada palabra que no tiene cabida en la vida trepidante de falsas sonrisas que vivimos. Yo propongo que cuando llegue no la echemos, que convivamos con ella y la conozcamos. Quizá nos enseñe algo, quizá nos haga crecer.

"Cuanto más silenciosos, pacientes y abiertos estemos en la tristeza, más honda y certeramente entrará en nosotros lo nuevo, mejor lo adquiriremos, más se hará destino nuestro, y más nos sentiremos familiares y próximos a él cuando un día "acontezca" (es decir, cuando salga de nosotros hacia los demás)". No lo digo yo, lo dice Rilke, que sabe bien de lo que habla.

MI PORTERO AUTOMÁTICO

Llego a Madrid y lo primero que me encuentro en el piso en el que voy a vivir es que el portero automático está conectado con la tele. O sea, que si pongo la 1 no me sale Televisión Española sino la puerta de mi casa, en blanco y negro, a tiempo real. Ahora mismo la tengo puesta. ¿Qué por qué? No sé pero no puedo dejar de girarme y mirar quién pasa.

Puedo decir que, ahora mismo, es el mejor canal que hay en mi tele. La vida real en pantalla. Una manera legal de espiar a todo el que pase por mi calle. Mejor que Gran Hermano y que cualquier reality show de baratija.

El otro día, haciendo zapping, al final me quedé en la 1, en mi 1. Tantos anuncios, series cutres y programas chabacanos no tienen nada que hacer con el atractivo que supone observar la vida misma en una pantalla de 29 pulgadas. Un hombre mayor, pasaba, paseando a su perro. Era tarde ya. Y el muy guarro, se puso a orinar en la rueda de una furgoneta que había aparcada delante. El muy iluso pensó que, en la oscuridad de una calle poco transitada solo su perro observaba como satisfacía sus necesidades más básicas. Pero ahí estaba mi portero automático, silencioso, certero.

Estuve a punto de salir al balcón y decirle algo, pero entonces se pensaría que le estaba espiando, que más o menos era lo que estaba haciendo.

En fin, que estoy muy contenta con mi nuevo canal. Ayer una vecinas hablaban en la puerta. Hubiera dado la vida por saber qué decían... pero solo puedo limitarme a observare imaginar, que no es poco. ¡Ay si hubiera micrófono! Entonces ya me quedaría totalmente enganchada.

LA CASA DE ARRIBA

En la casa de arriba el polvo se comía los muebles. La humedad arrasaba las paredes oscuras, sucias, gastadas. Las ventanas tenían que estar abiertas para poder respirar y dejar entrar la luz. Los cristales, picados por el tiempo, eran anchos como muros. La madera de los muebles había sido carcomida por un ejército de chinches. Colchones de espuma, cuadros ennegrecidos, libros y revistas marcados por los años. Olor a viejo, frío que se colaba por la ropa.

La casa de arriba era de la señora María. Las malas lenguas del barrio decían que se dedicaba a robar los bolsos a las vecinas. Un día murió, atropellada. Seguramente volvía corriendo con algún bolso nuevo. Como no tenía familia nadie pudo vaciar su casa, que se quedó tal y como ella la dejó. Además de abierta.

La casa de arriba se convirtió en el paraíso de cuatro niñas. Tania, Elena, Laura y Marta. Allí jugaban a ser mayores. Calzadas con viejos zapatos de tacón y con enormes bolsos colgando de sus escuálidos hombros, se paseaban por el pasillo con sus cochecitos imaginando que se encontraban en un parque o en el mercado. Allí dentro se peleaban, se montaban sus vidas imaginarias. Eran mamás de muñecos calvos con pañales de verdad. Les hacían la comida, se hacía de día y de noche a su antojo y las horas pasaban rápido.

La casa de arriba era el futuro soñado, el presente de ahora, con cunas, bebés, baños y papillas. La oscuridad se llenaba de vida y sonrisas, de ruido y carcajada. De sueños, de polos y pupas en las rodillas. Lo tétrico era fascinante, la muerte era vida. El futuro, presente. Y la niñez, solo un juego.

DE FÁTIMA Y YO

Encontré a Fátima en un mercadillo de trastos viejos de Valencia. Detrás del campo de Mestalla, todos los domingos, vendedores ambulantes y buscavidas despliegan mantas, abren cajas y sacan a la calle todo lo que a ellos no les sirve. En realidad la mayoría son cosas que no le servirían a nadie, pero cuando yo vivía allí, nunca faltaba una marabunta de buscadores de tesoros o peatones aburridos que, como yo, se paseaban cada domingo por allí en busca de cualquier cosa con la sábanas todavía marcadas en la cara.

A lo que iba. Allí encontré a Fátima. Fátima es una pulsera. Tiendo a ponerle nombre a los objetos para no confundirlos y darles la importancia que tienen, que es mucha. Estaba dentro de una vitrina vieja de cristales sucios junto con otras dos iguales pero de diferente color. Fátima es granate. Las otras dos eran azules. Compré las tres a muy buen precio, una para mí y las otras para dos amigas y, cuando ya las tenía en casa, me di cuenta de que de Fátima colgaba una pequeña mano metálica.

Al poco averigüé que era una “mano de Fátima” –de ahí su nombre-, un símbolo en forma de mano que se utiliza tradicionalmente en el Mundo Árabe como talismán para protegerse de la desgracia en general.

Un día Fátima se rompió y, cuando mi padre fue a arreglarla, ya no estaba rota. Alguien que ya no está me dijo que eso era porque había pertenecido a alguien muy importante y que me daría suerte. Le creí a medias.

Hacía dos años que no la tenía y el otro día, desesperada, me la puse. Necesitaba creer que podían cambiar las cosas. Y las cosas han empezado a cambiar. Ahora la llevo puesta. ¿Suerte? ¿Casualidad? ¿Azar? Seguro que un poco de todo. Pero creo que todos necesitamos creer en algo.

ESTÁ ESCRITO

Ayer salí del cine con el corazón encogido. Lo provocó una historia dentro de otra historia- la vida de Milagros en la película Una palabra tuya – y una imagen que tardará en irse de mi cabeza y que me afectó especialmente por tener en mi vida un bebé de pocos meses.

Milagros no es la protagonista, pero como si lo fuera. Es una persona alegre, vital, cómica. Va de un lado a otro sin pensar en nada, ni en el futuro más lejano ni en el del día siguiente. Le da igual, vive el momento y se come el tiempo a bocados porque se le escapa. Eso es al menos lo que se ve por fuera. Porque por dentro se muere de miedo y poco a poco es devorada por una soledad que invade todo su espacio. En palabras de la directora –Ángeles González Sinde-, la trayectoria vital de Milagros camina hacia la nada más cruel.

Hay personas que nacen con la suerte de cara. Y otras acumulan en sus biografías hechos tan dolorosos que tumbarían de golpe al más fuerte. Esas personas van aguantando y la vida les va dando golpe tras golpe donde más duele, cada uno más fuerte que el anterior. Hasta que ya no pueden más. Acaban cayendo porque nacieron con el destino marcado en la frente. Y entonces se van por donde habían venido. Al polvo, a la oscuridad.

¿LA ELEGANCIA DEL ERIZO?

Me llamó la atención el título. ¿Cuál es la elegancia del erizo? ¿Un ser que parece estar más muerto que vivo? A lo mejor en eso. No lo sé, pero la protagonista del libro, una niña superdotada que en la portada aparece con mariposas revoloteando por su cabeza, dice que son animales de un refinamiento sencillo, solitarios, elegantes y falsamente indolentes. Y los compara con la portera de su edificio, la otra protagonista, una mujer que se define a sí misma como viuda, bajita, fea, rechoncha, con callos en los pies y un aliento que tumba de espaldas, pero amante del arte más exquisito por encima de todo.

¡Me gusta este libro! La niña se quiere suicidar, se ha puesto una fecha. Dice que la vida es una farsa y que no podrá resistirla hasta el final. “Estamos programados para creer en lo que no existe, porque somos seres vivos que no quieren sufrir”. Puede parecer trágico pero ya han sido varias las veces que me he reído sola mientras lo leía. Se mofa continuamente de sus padres y su hermana, tres seres que viven para fingir una posición y una inteligencia que no poseen, como tantos hoy en día si observamos un poquito a nuestro alrededor (o incluso como nosotros mismos si nos miramos por dentro).

Total, que la niña y la portera se hacen amigas y juntas, se esconden de todos esos vecinos quieroynopuedo de su edificio capaces de gastarse 100 euros en un tanga y 500 en un jarrón.

Se ve que en Francia el libro ha sido un exitazo y es posible que pronto lo adapten al cine. Si es así, seré la primera en ir a verla, aunque dudo que una pantalla, por muy grande que sea, pueda concentrar toda la ironía, sentido del humor e inteligencia que Muriel Barbery ha desparramado en cada página. Sobra decir que os lo recomiendo.

HORAS MUERTAS, POEMAS Y UNA GUITARRA

Diciembre nació detrás de la puerta azul de una casa donde los maullidos de los gatos parecen lamentos de bebé y donde el viento parece que hable. Allí, en un rincón, había una guitarra que nadie tocaba. Y en un cajón se amontonaban decenas de poemas. Sobre la cama Elena escribía porque necesitaba hacerlo y, tras la tinta, se le iba la ansiedad y una angustia recién nacida. Un día, mientras escribía, la guitarra se cayó de su rincón y ella entendió que alguien tenía que tocarla.

Ella no sabía hacerlo pero Tònia, una amiga que también vivía tras la puerta azul le enseñó algunos acordes. Con eso vistió de música su primera canción, “Júlia”, y las dos quedaron tan satisfechas que le pusieron melodía a muchos de sus poemas. En las reuniones nocturnas de amigas las dos ofrecían conciertos en directo. Se pusieron un nombre artístico, Avalon – el país donde viven las hadas -, pero pronto aquellos conciertos a dúo se convirtieron en recitales de Elena. Tònia callaba y la dejaba sola. Prefería escucharla que acompañarla y maquillar su voz.

Todas le pedían que cantara, todas cantaban y cantan sus canciones cuando ella coge la guitarra. Todas se emocionan cuando escuchan esa vocecita que parece salida de Avalon. Y ahora, tras mucho tiempo de insistencia, han conseguido que Elena, con la ayuda de un amigo que ha visto en ella la magia, haya empezado a grabarlas. Aun le quedan muchas canciones guardadas en el cajón, mucha tinta por verter y emociones por compartir. Pero Diciembre es el inicio de algo.

PARA GALA

No eres más que un trozo de piel y huesos acurrucado entre mis vísceras. Un pedazo imperfecto de vida sin apenas rostro humano. Para alimentarte me robas la comida. Para crecer deformas mi cuerpo. Y para demostrar que no estás a gusto me haces daño.

Cuando nado me cuesta respirar y cuando camino me duele la espalda. Por las noches no me dejas dormir. A veces te mueves tanto que parece que mi barriga tenga vida propia. Pero es que ya me he dado cuenta de que mi barriga ya no es mía. Por eso no me importa que la gente se pase el día acariciándola. Te has apoderado de ella como un parásito. Vivo a tu merced.

Dentro de tres meses te expulsaré y lo haré con tal fuerza que los médicos tendrán que vigilar que no salgas disparada como un cohete hacia la Vía Láctea, exactamente de donde vienes. Desgarrarás mi vagina y harás que grite como lo hacen los cerdos durante la matanza.

Una vez fuera empezarás a machacarme los pezones para chuparme la leche y la sangre. Mis pechos serán tu salvación. Mis brazos tu cuna. Y mi casa se convertirá en tu hogar. Mi amor será tu padre, mi madre tu abuela y mi hermana tu tía. No podré trabajar como hasta ahora. Este verano no podré ir de camping y, cada vez que viaje, tendré que pensar si mi destino se adapta a tus exigencias. Interrumpirás mis lecturas, mis baños en la playa y mis partidas de dominó. Sólo para que te haga caso y puedas demostrar tu poder sobre nosotros.

Y entonces ¿Cómo puedo quererte tanto si me estás robando el cuerpo y la vida? ¡Si aún no te conozco y solo me causas molestias! ¿Por qué me emociono cuando adivino tu minúsculo perfil en una ecografía? ¿Por qué tu rostro montruoso en 3D me parece la cosa más deliciosa que haya visto nunca? ¿Por qué he dejado de comer jamón, pastas y patatas fritas sin apenas esfuerzo porque tú me lo hayas exigido? ¿Por qué hasta el dolor es bonito si viene provocado por ti?

Supongo que cuando nos conozcamos, cuando todavía azulada y cubierta de fluidos abras los ojos y me mires, lo entenderé todo. Y me daré cuenta, por fin, de que la paz está entre los pliegues de tu pellejo.

Tengo ganas de verte, pequeño trozo de piel y huesos.

EL EMBRUJO DE LA ABSENTA

“¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absenta y el ocaso?”, se preguntaba Oscar Wilde. Como él, fueron muchos los músicos, pintores y escritores de vida turbia que la tomaron a finales del XIX y principios del XX para inspirarse y plasmar la angustia en sus obras. Buscaban el duende bebiendo absenta, conocida también como el hada verde, ya que ésta era la imagen que se suponía que se les aparecía cuando se excedían en copas. Todos ellos la pusieron de moda entonces hasta el punto de convertirla en símbolo del movimiento bohemio. Y hoy, jóvenes sedientos de mitos la beben, reducida y depurada, en los bares de Barcelona.

“Ahora la gente toma absenta por la mitología de los existencialistas, de los artistas, de la bohemia del siglo XIX. Pero hoy no hay ni absenta ni bohemia. Así que estamos desamparados y abandonados”, dice Ángel. Este gallego afincado en Barcelona regenta el bar Pastís, un local de 25 metros cuadrados donde esa época francesa casi se puede palpar.

“Para disfrutar de la absenta tienes que entrar en una especie de acto litúrgico y eso ya conlleva una predisposición de algo que va a suceder. Todo se vuelve enigmático y poético. Quemar el azúcar con el anisete transmite una de las sensaciones más embriagadoras y poéticas que he sentido nunca”, dice Carlos Ann. Este músico catalán, compañero de batallas de Enrique Bunbury, reconoce que abusó de la absenta en el pasado y ahora la bebe solo en ocasiones puntuales: “Ahora prefiero el vino o el champagne. Me aportan más calor, trabajo, bienestar y humor constructivo”.

La absenta pura está prohibida en gran parte del mundo pero, aunque cuesta mucho de encontrar, hay lugares en Barcelona donde se puede conseguir. Está compuesta a base de hierbas y flores de plantas medicinales entre las que predomina el ajenjo. Y es este último el que la convirtió en una bebida que algunos definen como provocado de estados de locura y otros como “el LSD de la época victoriana”.

“Recuerdo que la absenta me daba diez minutos de gloria y una semana de resaca. Eso sí, los diez minutos eran espectaculares”, dice Carlos Ann. Y Julia asegura que, después de tomarla, llegaba más fácilmente a los extremos emocionales: “Cualquier tipo de sensación se extremaba y se volvía trascendental. Y podía pasar de una a otra sin apenas enterarme”.

MENTES EN BLANCO - Despiece carta

“Hay una historia que tengo que ser capaz de contar. Me lo debo a mí misma, a la verdad de lo que viví. Esta historia tiene mucho que ver contigo y seguramente vas a flipar en colores si es que llega el día en que me decida a contártela, pero te aseguro que es real.

El sufrimiento real es el que sale del alma, el que viene de la luz del corazón donde habita la verdad, cuando choca con un mundo que está enfermo, cuando nadie parece ya saber escucharlo, cuando sientes una soledad infinita, una rabia interna fortísima e intensa. Las drogas tienen un lado espiritual que es el que yo quise descubrir cuando te dije que sí, sólo que yo me creí que tu eras mi guía aunque ahora empiece a pensar que solo tenías que enseñarme la puerta y que tengo que estar sola en esto.

Yo llevaba tiempo preguntándome sobre las drogas, hasta le escribí una carta a Bunbury que es otro buscador aunque haya perdido a tanta gente cuando dejó a Héroes (como a ti, por ejemplo). Yo creía que solo había una manera de conocer esos submundos sin quedar atrapada en sus redes y esa manera era con un guía. Y te encontré a ti. Por eso te seguí, por eso sí me drogué contigo a pesar de haber sido antidrogas durante mucho tiempo.

Estuve vagando por este mundo en tu búsqueda físicamente, oyendo voces que me hablaban de otro mundo, desde otra dimensión. Era como si hubiera conquistado mi libertad, pero en esa libertad no estaba sola porque la libertad es un lugar al que llegas por tu propio pie, pero una vez allí es compartida por muchos seres más. Era como una película de la que yo era la actriz principal. En el tren podía oír miles de cosas, pero yo me encogía, me sentía muy vulnerable y no podía aguantar ese sentirme descubierta. Podía hablar con la gente, en cuanto sintonizaba a alguien podía hablar con él y a veces oía conversaciones ajenas que hablaban de mí.

Había una ambulancia y acabé allí, yo tenía que contar mi historia, esa era una buena oportunidad porque tenía que contárselo todo a los médicos, pero no lo hice bien. A saber lo que debe poner en ese informe psiquiátrico. Me sedaron con pastillas y luego con una inyección porque no entraba en razón.

Lo pasé fatal. Yo que estaba decidiendo apostar por la vida, que quería ver la luz del sol, que estaba buscando mi libertad, encerrada en las paredes de un manicomio moderno. La moral por los suelos.

Y ahora...bueno, ahora estoy controlada por la medicación, pero empiezo a recuperar mi espacio, voy a Calafell los fines de semana y escribo en una libreta, y coso los pedazos de vida que vienen a mi memoria, para ver a donde voy. Y creo que voy a buscar en mi enfermedad el sentido, que seguro que lo hay.”



(Este texto es el resumen de una carta de 15 folios que Maria José escribió al chico que le dio la droga y la precipitó al mundo de la locura)

MENTES EN BLANCO - Despiece "Blanco"

Una vez escuché un relato de la Princesa Inca. En realidad se llama Cristina, tiene 25 años y a los veinte tuvo su primera crisis. Plasmó en papel blanco aquél momento y hace unos meses lo leyó al auditorio con voz temblorosa. Repetía y repetía la misma palabra, la misma idea, la misma imagen, el mismo color. Blanco.

El Hospital Benito Menni también es blanco. Es un color incoloro, que se repite, sin parar. Es la ausencia de algo.

Al llegar el blanco te recibe, con una gran puerta de metal que se abre y se cierra separando dos mundos. El portero que saluda desde la garita lleva una camisa blanca y los zuecos y zapatillas de las monjas son también blancos.

El pasillo de entrada al edificio F-J-I es muy largo, hace un poco de curva y está recubierto arriba, abajo y a los lados, de baldosas blancas que brillan con la luz. Está en el edificio más antiguo del hospital y su blancura ha sido recorrida millones de veces por millones de mentes.
La bata de Sor Ana es de color blanco y a ella se abrazan las internas. También es blanco el traje de Paco, el hombre de mantenimiento, que pinta con pintura blanca las paredes de un edificio que se tiene que rehabilitar.

Blancas son las paredes, blancas son las rejas de las terrazas, blancas las batas de los médicos, las persianas, los globos de las farolas, las esculturas. Blanca la luz y blancas las sábanas.

Es el color de la locura. Es el color del hospital, de los ángeles, de las nubes que no traen lluvia, de las pastillas, el de la Luna. Es el color de la Princesa Inca, que se define a sí misma como “pequeña, rara, blanquita...”. Es el color de Dolores, el de Mariu, el de Maria José, el de Sor Ana, el del Doctor Tresserras, el de Inés, el de Conchi, el de Godino, el mío, el tuyo. Es el color de las más de mil personas que habitan a diario un hospital donde la realidad no es sólo una. Un lugar donde conviven princesas, unicornios de colores, niños, ancianos, caballos que hablan. Una realidad que se parte en mil pedazos con cada persona que llega y con cada mente que se pasea.