raíces

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hoy me recojo en una
cálida oscuridad telúrica
de gusanos, raíces y larvas

un día de claridad 
entendí que la superficie 
no era lugar para mi 
y metí la cabeza 
bajo el suelo de piedra

luego hundí el cuerpo entero
en la tierra húmeda y fría
y la espina dorsal se enroscó
como la cáscara de un caracol
que hibernaría, fosilizado,
hasta un futuro remoto

las andanadas de dolor,
el griterío, la confusión,
todas las máscaras
se quedaron afuera
y yo me acurrucaba, gozosa,
en mi estrecha guarida orgánica

pero no conseguí que los gritos cesaran

cuando el oído se hizo al vacío,
cuando el cuerpo se hizo al silencio,
al tiempo volvió el desorden y el ruido

y hoy, algunas veces,
se escucha a lo lejos
el dolor del que, arriba, 
aún se está despertando


* Imagen del cuadro Europa después de la lluvia, de Max Ernst (1940).

momento

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yo creo que nos están sobrando
los cuerpos, las palabras,
todas las capas
que cubren la esencia

quédate
-solo quédate-
permanece a un metro de mí
y no digas nada

mírame
-solo centra tu atención en mí
fíjamente, en silencio-
como aquella primera vez
que ya estabas dentro
y me clavaste el verde

y yo temblaba
y me rompiste
y me perdí

-aún me estoy buscando-

abismo

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en este tiempo de desencanto
yo me pregunto, y pregunto,
donde se agarran tus manos
para no caer al abismo que tenemos
bajo estos pies desnudos,
en el después de estos días

yo cuelgo de las trenzas de ella
de la ternura de él
o del ala de tu sombrero viejo

pero a veces, si resbalan mis manos,
me precipito sola
cabeza abajo, veloz,
en una caída violenta
que me deja expuesta,
fragmentada en mil esquirlas afiladas
que se clavan y te hacen sangrar

y no escucho nada
y apenas veo nublado
y ya no me muevo

en este tiempo de soledad compartida
yo me pregunto, y pregunto,
donde se agarran tus manos
para no caer a este abismo
celeste, inmenso, abisal,
que solo algunos habitan
pero que todos habrán de probar

una sombra blanca



tengo una sombra blanca
con ojos de diablo

pequeña como un zapato,
ácida como el limón,
suave como tocarte esa piel blanca y lisa
que se pega a mis manos, a mi boca

tiene la dulzura
de las cosas pequeñas
y la rabia del instinto animal,
la pureza de lo que no es humano,
es salvaje como el deseo carnal

organismo leve y tierno que de noche
no se mueve, sino que se dispara,
llena la casa que habito
de líneas invisibles de energía blanca,
como esa que se te escapa
cada vez que te mueves

minúsculo huracán, descompone
el espacio
en -mil-
-fragmentos- de luz
que ayudan a ver claro
tras largas horas de azul

desaparecerte

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alejándome de ti
asumo que no hay distancia
lo suficientemente ancha
para lograr que dejes de existir

omnipresente en todos los minutos
apareces y desapareces
como una exhalación,
soplando mi nuca desnuda
en cualquier callejón,
en cada portal,
en todo momento

recordándome que no te vas a ir

eres aliento de aire gélido
arrastrando el sosiego
que tanto me costó ganar

tantas veces he acabado contigo,
tantas horas te he lanzando al olvido,
tanto tiempo he intentado
arrinconarte
esconderte
taparte
desaparecerte

pero nunca te vas

y a menudo vuelves
y siempre
- estás -

*Imagen del cuadro Golconda, de René Magritte (1953).

nunca

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nunca quisieron quererse
así que lo hicieron a ratos,
en lugares y en cuerpos distintos,
en tiempos que nunca fueron el mismo

no querían quererse
pero -a veces- se les venía encima
y se llevaba por delante
las certezas, el calor,
el amor propio también

al tiempo regresaban,
            entonces

simulaban ser seres invictos
que no querían quererse,
pero -desprevenidos- se dejaban
la puerta entreabierta
y entraba sigiloso -traidor-
hasta el fondo

no, nunca,
nunca quisieron quererse,
por eso fue fácil dejarlo morir
sin tener que luchar
por algo que ni siquiera había existido


* Imagen del cuadro Los amantes, de René Magritte (1928)

en el cielo rojo

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cielo de fuego
después de la luna grande

anoche la luna blanca 
se comió el cielo entero
y parte de una ciudad 
que yacía callada, inerte,
y antes del amanecer
los rojos ya habían empezado
a colarse por las rendijas de mis balcones

se han metido hasta el pasillo
y la casa ha empezado a arder
lenta, como la fiebre que me da
cada vez que te pienso;
misteriosa, como esa manera
que tienes de estar en el mundo;
e implacable, como la forma
en que me robaste 
los días, el hambre y el sueño
poco antes del huracán
que se lo llevó todo

por la ventana las chimeneas se ven quietas
pero de arriba desciende un calor intenso
de devorarlo todo paso a paso,
fuego a fuego, silencio a silencio

ya no humean los cuerpos
pero este calor sofocante
unas veces abriga 
y otras veces ahoga


*Imagen del cuadro Les amants au ciel rouge, de Marc Chagall (1950).

una extensión de la mano

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al principio escribía
para matar el tiempo
-masa gris azulada
que nunca se muere-

luego llegó la necesidad
de rellenar el vacío,
pero solo salían palabras huecas
infladas -como globos-
de una sustancia invisible
que no se podía tocar

entonces empezó a hacerlo
para romper el silencio:
escribir era un grito sordo
en mitad de una nada
repleta de seres
que no escuchan nada

la pluma se convirtió
en una extensión de la mano;
los versos en trozos de tiempo
que se podía tocar;
la tinta era el resultado
de una verdad líquida y oculta
que se revelaba al derramarse
sobre el papel blanco,
sobre esta pantalla negra

así que siguió escribiendo
aunque ya no sabía por qué

y acabó por hacerlo
-solo-
porque ya
no sabía no hacerlo