PARA GALA

No eres más que un trozo de piel y huesos acurrucado entre mis vísceras. Un pedazo imperfecto de vida sin apenas rostro humano. Para alimentarte me robas la comida. Para crecer deformas mi cuerpo. Y para demostrar que no estás a gusto me haces daño.

Cuando nado me cuesta respirar y cuando camino me duele la espalda. Por las noches no me dejas dormir. A veces te mueves tanto que parece que mi barriga tenga vida propia. Pero es que ya me he dado cuenta de que mi barriga ya no es mía. Por eso no me importa que la gente se pase el día acariciándola. Te has apoderado de ella como un parásito. Vivo a tu merced.

Dentro de tres meses te expulsaré y lo haré con tal fuerza que los médicos tendrán que vigilar que no salgas disparada como un cohete hacia la Vía Láctea, exactamente de donde vienes. Desgarrarás mi vagina y harás que grite como lo hacen los cerdos durante la matanza.

Una vez fuera empezarás a machacarme los pezones para chuparme la leche y la sangre. Mis pechos serán tu salvación. Mis brazos tu cuna. Y mi casa se convertirá en tu hogar. Mi amor será tu padre, mi madre tu abuela y mi hermana tu tía. No podré trabajar como hasta ahora. Este verano no podré ir de camping y, cada vez que viaje, tendré que pensar si mi destino se adapta a tus exigencias. Interrumpirás mis lecturas, mis baños en la playa y mis partidas de dominó. Sólo para que te haga caso y puedas demostrar tu poder sobre nosotros.

Y entonces ¿Cómo puedo quererte tanto si me estás robando el cuerpo y la vida? ¡Si aún no te conozco y solo me causas molestias! ¿Por qué me emociono cuando adivino tu minúsculo perfil en una ecografía? ¿Por qué tu rostro montruoso en 3D me parece la cosa más deliciosa que haya visto nunca? ¿Por qué he dejado de comer jamón, pastas y patatas fritas sin apenas esfuerzo porque tú me lo hayas exigido? ¿Por qué hasta el dolor es bonito si viene provocado por ti?

Supongo que cuando nos conozcamos, cuando todavía azulada y cubierta de fluidos abras los ojos y me mires, lo entenderé todo. Y me daré cuenta, por fin, de que la paz está entre los pliegues de tu pellejo.

Tengo ganas de verte, pequeño trozo de piel y huesos.

EL EMBRUJO DE LA ABSENTA

“¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absenta y el ocaso?”, se preguntaba Oscar Wilde. Como él, fueron muchos los músicos, pintores y escritores de vida turbia que la tomaron a finales del XIX y principios del XX para inspirarse y plasmar la angustia en sus obras. Buscaban el duende bebiendo absenta, conocida también como el hada verde, ya que ésta era la imagen que se suponía que se les aparecía cuando se excedían en copas. Todos ellos la pusieron de moda entonces hasta el punto de convertirla en símbolo del movimiento bohemio. Y hoy, jóvenes sedientos de mitos la beben, reducida y depurada, en los bares de Barcelona.

“Ahora la gente toma absenta por la mitología de los existencialistas, de los artistas, de la bohemia del siglo XIX. Pero hoy no hay ni absenta ni bohemia. Así que estamos desamparados y abandonados”, dice Ángel. Este gallego afincado en Barcelona regenta el bar Pastís, un local de 25 metros cuadrados donde esa época francesa casi se puede palpar.

“Para disfrutar de la absenta tienes que entrar en una especie de acto litúrgico y eso ya conlleva una predisposición de algo que va a suceder. Todo se vuelve enigmático y poético. Quemar el azúcar con el anisete transmite una de las sensaciones más embriagadoras y poéticas que he sentido nunca”, dice Carlos Ann. Este músico catalán, compañero de batallas de Enrique Bunbury, reconoce que abusó de la absenta en el pasado y ahora la bebe solo en ocasiones puntuales: “Ahora prefiero el vino o el champagne. Me aportan más calor, trabajo, bienestar y humor constructivo”.

La absenta pura está prohibida en gran parte del mundo pero, aunque cuesta mucho de encontrar, hay lugares en Barcelona donde se puede conseguir. Está compuesta a base de hierbas y flores de plantas medicinales entre las que predomina el ajenjo. Y es este último el que la convirtió en una bebida que algunos definen como provocado de estados de locura y otros como “el LSD de la época victoriana”.

“Recuerdo que la absenta me daba diez minutos de gloria y una semana de resaca. Eso sí, los diez minutos eran espectaculares”, dice Carlos Ann. Y Julia asegura que, después de tomarla, llegaba más fácilmente a los extremos emocionales: “Cualquier tipo de sensación se extremaba y se volvía trascendental. Y podía pasar de una a otra sin apenas enterarme”.

MENTES EN BLANCO - Despiece carta

“Hay una historia que tengo que ser capaz de contar. Me lo debo a mí misma, a la verdad de lo que viví. Esta historia tiene mucho que ver contigo y seguramente vas a flipar en colores si es que llega el día en que me decida a contártela, pero te aseguro que es real.

El sufrimiento real es el que sale del alma, el que viene de la luz del corazón donde habita la verdad, cuando choca con un mundo que está enfermo, cuando nadie parece ya saber escucharlo, cuando sientes una soledad infinita, una rabia interna fortísima e intensa. Las drogas tienen un lado espiritual que es el que yo quise descubrir cuando te dije que sí, sólo que yo me creí que tu eras mi guía aunque ahora empiece a pensar que solo tenías que enseñarme la puerta y que tengo que estar sola en esto.

Yo llevaba tiempo preguntándome sobre las drogas, hasta le escribí una carta a Bunbury que es otro buscador aunque haya perdido a tanta gente cuando dejó a Héroes (como a ti, por ejemplo). Yo creía que solo había una manera de conocer esos submundos sin quedar atrapada en sus redes y esa manera era con un guía. Y te encontré a ti. Por eso te seguí, por eso sí me drogué contigo a pesar de haber sido antidrogas durante mucho tiempo.

Estuve vagando por este mundo en tu búsqueda físicamente, oyendo voces que me hablaban de otro mundo, desde otra dimensión. Era como si hubiera conquistado mi libertad, pero en esa libertad no estaba sola porque la libertad es un lugar al que llegas por tu propio pie, pero una vez allí es compartida por muchos seres más. Era como una película de la que yo era la actriz principal. En el tren podía oír miles de cosas, pero yo me encogía, me sentía muy vulnerable y no podía aguantar ese sentirme descubierta. Podía hablar con la gente, en cuanto sintonizaba a alguien podía hablar con él y a veces oía conversaciones ajenas que hablaban de mí.

Había una ambulancia y acabé allí, yo tenía que contar mi historia, esa era una buena oportunidad porque tenía que contárselo todo a los médicos, pero no lo hice bien. A saber lo que debe poner en ese informe psiquiátrico. Me sedaron con pastillas y luego con una inyección porque no entraba en razón.

Lo pasé fatal. Yo que estaba decidiendo apostar por la vida, que quería ver la luz del sol, que estaba buscando mi libertad, encerrada en las paredes de un manicomio moderno. La moral por los suelos.

Y ahora...bueno, ahora estoy controlada por la medicación, pero empiezo a recuperar mi espacio, voy a Calafell los fines de semana y escribo en una libreta, y coso los pedazos de vida que vienen a mi memoria, para ver a donde voy. Y creo que voy a buscar en mi enfermedad el sentido, que seguro que lo hay.”



(Este texto es el resumen de una carta de 15 folios que Maria José escribió al chico que le dio la droga y la precipitó al mundo de la locura)

MENTES EN BLANCO - Despiece "Blanco"

Una vez escuché un relato de la Princesa Inca. En realidad se llama Cristina, tiene 25 años y a los veinte tuvo su primera crisis. Plasmó en papel blanco aquél momento y hace unos meses lo leyó al auditorio con voz temblorosa. Repetía y repetía la misma palabra, la misma idea, la misma imagen, el mismo color. Blanco.

El Hospital Benito Menni también es blanco. Es un color incoloro, que se repite, sin parar. Es la ausencia de algo.

Al llegar el blanco te recibe, con una gran puerta de metal que se abre y se cierra separando dos mundos. El portero que saluda desde la garita lleva una camisa blanca y los zuecos y zapatillas de las monjas son también blancos.

El pasillo de entrada al edificio F-J-I es muy largo, hace un poco de curva y está recubierto arriba, abajo y a los lados, de baldosas blancas que brillan con la luz. Está en el edificio más antiguo del hospital y su blancura ha sido recorrida millones de veces por millones de mentes.
La bata de Sor Ana es de color blanco y a ella se abrazan las internas. También es blanco el traje de Paco, el hombre de mantenimiento, que pinta con pintura blanca las paredes de un edificio que se tiene que rehabilitar.

Blancas son las paredes, blancas son las rejas de las terrazas, blancas las batas de los médicos, las persianas, los globos de las farolas, las esculturas. Blanca la luz y blancas las sábanas.

Es el color de la locura. Es el color del hospital, de los ángeles, de las nubes que no traen lluvia, de las pastillas, el de la Luna. Es el color de la Princesa Inca, que se define a sí misma como “pequeña, rara, blanquita...”. Es el color de Dolores, el de Mariu, el de Maria José, el de Sor Ana, el del Doctor Tresserras, el de Inés, el de Conchi, el de Godino, el mío, el tuyo. Es el color de las más de mil personas que habitan a diario un hospital donde la realidad no es sólo una. Un lugar donde conviven princesas, unicornios de colores, niños, ancianos, caballos que hablan. Una realidad que se parte en mil pedazos con cada persona que llega y con cada mente que se pasea.