DÍAS DE LLUVIA

En Madrid la lluvia es atroz. Es como si alguien vaciara un cubo de agua gigante sobre la ciudad. Cae de golpe y hace mucho ruido. Estás durmiendo y un estruendo te despierta. Puede parecer un terremoto o una bomba, pero no, solo es la lluvia, que aqui cae con muchas ganas. Es curioso pero me parece que no llueve igual en todas partes. En las diferentes ciudades en las que he vivido el agua cae del cielo de manerta distinta.

En Valencia también llovía muy fuerte, pero mojaba más, era una lluvia más líquida, mediterránea y casi siempre, acompañada de viento. En Murcia en cambio, a pesar de estar relativamente cerca del mar, el agua caía sin ganas, lenta, muy ligera, se iba volando con cualquier corriente de aire. Y encima, lo poco que caía solo servía para inundarlo todo. Barcelona es más variada. Allí llueve de todas las maneras, a veces parece se haya de acabar el mundo y otras ni siquiera moja y solo sirve para ensuciar los coches y limpiar las calles.

Hace tiempo me leí Memorias de África, allí llueve poco pero cuando lo hace es como un regalo del cielo. La autora dice que un dia de lluvia era "como volver al mar cuando has estado mucho tiempo lejos de él, como el abrazo de un amante". Qué bonito ¿no? Escaso, intenso. El caso es que cuando llueve todo se transforma.

Cuando llueve la gente se permite el capricho de quedarse un rato más entre las sábanas al sonar el despertador. Esos días, salir de la penumbra acogedora de la habitación duele más que cuando el sol entra por los agujeritos de la persinana. Además, se puede llegar tarde al trabajo y no ir a clase, porque llueve, porque hace frío, porque nos mojamos, porque hay mucho tráfico y porque lo mejor es quedarse en el sofá oyendo como las gotas golpean contra los cristales.

Me gusta la lluvia. Nunca uso paraguas, no tengo paraguas. Me gusta notar como las gotitas golpean mi capeza y se deslizan por mi frente o me entran en un ojo. Y llegar mojada a casa, quitarme la ropa fría y meterme debajo de más agua, en los chorros calentitos de la ducha.

EL FUGITIVO DE SIEMPRE

El otro día me compré el nuevo cd de Bunbury. Me esperaba un viaje largo en dirección a un lugar muy triste y pensé que escucharlo por el camino me haría sentir mejor. No me equivoqué. Para mí escucharle, siempre, es como estar en casa. Es que la música de Bunbury no se puede querer a medias, ni tampoco se la puede odiar a medias. O la adoras o la detestas. No tiene término medio. Es pura, extrema.

Su voz es extraña, sus letras extraordinarias, las melodías que crea bien podrían ser la banda sonora de tu mejor sueño o retumbar en los rincones de tu peor pesadilla –es lo que me pasa con el disco homenaje que le hizo a Panero, el poeta maldito-. Esa provocación provocada, continua, esa imagen modelada en pozos de medio mundo, esos ojos de perdido, hacen de él un artista único.

Siempre que compro un cd pienso que en algún momento dejará de gustarme. Que, como me ha pasado con otros artistas, algún día se estancará y dejará de crecer conmigo. Pero con él todavía no me ha pasado y en este último disco he encontrado una joya de esas escasean, una canción que por más que la escuches de no deja de ponerte lo pelos de punta, Aquí.

El aragonés errante, que ha escrito a Lady Blue y a Carmen Jones, el Teseo de la breve Alicia, el que pidió un rescate desde la plaza de armas de un lugar cualquiera y tiene sed de ilusiones infinitas, es ahora el fugitivo de siempre, el hombre delgado que no flaqueará jamás. Más Bunbury del bueno, de ese que dice que “todo es horrible o terriblemente bello”, igual que sus canciones.

Fragmento de la pequeña joya (con música se multiplica el efecto):

AQUÍ ESTÁ EL FUGITIVO DE SIEMPRE
AQUÍ LA ETERNIDAD, QUE FUE UN INSTANTE
AQUÍ, DONDE NINGUNO DE VOSOTROS SE ATREVE
AQUÍ, NUESTROS BESOS COMUNICANTES

AQUÍ NO HAY NADIE A QUIEN SEGUIR
AQUÍ QUE NADIE ES UN HUÉSPED FIJO
AQUÍ SIGO VIVIENDO BIEN SIN MÍ
AQUÍ SOLO QUIERO ESTAR CONTIGO

AQUÍ, SEGURO DE HACER LO INCORRECTO
AQUÍ, PORQUE NO HAY SUFICIENTES PRUEBAS
AQUÍ, COMO UN INVÁLIDO EN EL DESIERTO
AQUÍ ME QUEDO, AQUÍ CON ELLA

ÁLBUM DE FOTOS

Una de las primeras cosas que hago cuando alguien se muere es ir al álbum de fotos e intentar asimilar que esa persona ya no existe. Elijo una foto bonita, en la que salga sonriendo y la miro detalladamente, un rato. Miro la mirada, los gestos. Intento recordar su voz. Lo hago porque no quiero que se me olvide. Porque me da rabia que la muerte, al final y por encima de todo, sea olvido.

Quiero recordar siempre a las personas que han pasado por mi vida porque se llevan un trocito de mí a donde vayan. Y porque yo me quedo un trocito de ellos que les he robado en algún momento sin que se dieran cuenta.

De él recuerdo sus ojos azules azules azules, su voz tranquila, pausada, su calma siempre. Su amor por la fotografía, sus fotos perfectas. Sus ganas de andar con la cámara a cuestas. El gusto por la buena comida y el buen vino. Una casa acogedora, feliz, de manta y pijama. Murcia.

Y lo que me pone triste ahora, además de pensar que ya no está, es pensar en los que sí están, en esos que guardan el trozo más grande de él, uno mucho más grande que el mío. Casi toda su persona, casi todo su ser. Cómo ser capaces de vivir sin él a pesar de llevarle dentro. Yo todavía no lo entiendo.

Otro Juan, otra muerte inesperada, otro niño sin su padre.

LA TRISTEZA Y LOS POETAS

Dice Rilke que la tristeza es necesaria para poder crecer. Que cuando entra dentro de uno lo hace de manera inesperada y que, precisamente por eso, y por ser algo que no está habitualmente en nosotros, aparece como algo nuevo. "Todo lo que hay en nosotros retrocede, surge un silencio y lo extraño, que nadie conoce, se yergue en medio y calla", dice.

Rilke era un poeta, así que debe saber bien de lo que habla. Porque los poetas son tristes de por sí y los poemas no son más que angustia en estado puro transformada en palabras. Ellos entienden mejor que nadie a ese sentimiento que les ha llevado a conocer los abismos más profundos.

Yo me siento incapaz de escribir poesía, de concentrar una idea en dos o tres palabras y que además rime, sea bello y que, al leerlo, suene música. Los poetas son alquimistas. Convierten el alma en palabra, el sentir en texto. Lo saben. Y entre ellos se reconocen. Porque a dos poetas, sean de donde sean y tengan la edad que tengan, lo que les une es mucho más fuerte que todo lo que les separa.

Los poetas saben lidiar con sus demonios, los aplastan a base de versos y eso les hace más fuertes. Saben convivir con la tristeza, esa odiada palabra que no tiene cabida en la vida trepidante de falsas sonrisas que vivimos. Yo propongo que cuando llegue no la echemos, que convivamos con ella y la conozcamos. Quizá nos enseñe algo, quizá nos haga crecer.

"Cuanto más silenciosos, pacientes y abiertos estemos en la tristeza, más honda y certeramente entrará en nosotros lo nuevo, mejor lo adquiriremos, más se hará destino nuestro, y más nos sentiremos familiares y próximos a él cuando un día "acontezca" (es decir, cuando salga de nosotros hacia los demás)". No lo digo yo, lo dice Rilke, que sabe bien de lo que habla.