NI SIQUIERA UNA MADRE



Una niña muy pequeña llora y llora y llora en un vagón repleto. Llora mucho. Llora mares, hacia fuera; llora un llanto grande, abundante, inconsolable. Interminable. (Yo mientras lloro por dentro un llanto pequeño y encogido, arrugado). El suyo pasa por encima de todas las cabezas, traspasa limpiamente los asientos y los oídos de una madre imperturbable. Es como si no hubiera nadie. Sólo el llanto. Si lo quitamos, silencio. Ni siquiera las respiraciones. Ni siquiera el aire. Ni siquiera una madre. 

Solo el tiempo que no pasa.

La niña ha llorado tanto tanto que sus lágrimas ya no tienen efecto. Puede que lleve horas llorando. Puede que lleve días, o meses. Quizá llora desde el día que nació y aún no ha obtenido respuesta.

Un día dejará de llorar porque las lágrimas también se acaban, como todo. Los ojos se le quedarán secos. El alma también. Entonces se convertirá en una persona imperturbable, como su madre; en una persona de esas que no lloran, o sea que no son personas, como su madre. Y cuando crezca dejará llorar a su bebé hasta la extenuación y estará cometiendo un crimen, como su madre, y criando a una futura criminal, como ella misma.

*Dibujo de Krlos Reyna

AL CUMPLIR OCHENTA



Si a los ochenta años no estás ni tullido ni inválido y gozas de buena salud, si todavía disfrutas de una buena caminata y una comida sabrosa, si duermes sin pastillas, si las aves y las flores, las montañas y el mar te siguen inspirando, eres de lo más afortunado y deberías arrodillarte en la mañana y en la noche para darle gracias al Señor por mantenerte en forma.

En cambio si eres joven pero ya tienes cansado el espíritu y estás a punto de convertirte en autómata, sería bueno que te atrevas a decir de tu jefe –en silencio claro- “¡Al carajo con ese fulano, no es mi dueño!”.

Si no te has quedado culiatornillado y te sigue emocionando un buen trasero o un magnífico par de tetas, si todavía puedes enamorarte las veces que sea y si perdonas a tus padres por el delito de haberte traído al mundo, si te hace feliz no llegar a ningún lado y vivir al día, si puedes olvidar y perdonar y evitar volverte amargado, cascarrabias, resentido y cínico, hombre, ya vas ganando.

Lo que importa son las pequeñas cosas, no la fama ni el éxito o el dinero. La cima es muy estrecha pero abajo hay muchos como tú que no se estorban ni molestan. Ni por un instante se te ocurra que los genios viven felices; todo lo contrario, da gracias por ser del montón.

                                                                                                                                                                                   Henry Miller.