EL BARRIO DE MANUELA


El otro día me encargaron un texto sobre Madrid. De lo que yo quisiera. Como no tenía tiempo cogí lo que tengo más a mano, un lío maravilloso de abuelos, niños y borrachos llamado Malasaña.

MADRID I ELS SEUS RACONS II

Si buscas un lugar en Madrid en el que valga la pena perderse para no volver a encontrarse jamás, tienes que ir al barrio de Malasaña, oficialmente conocido como “el barrio de las Maravillas”, una mezcla singular de nuevo y viejo, de vicio, lujuria y castidad, de luz y de mucha oscuridad. Un barrio de esos que solo existen en las grandes ciudades.

En Malasaña (que podría traducirse como “crueldad intolerable”) hay esparcidos un montón de rincones únicos. Solo tienes que entrar en el barrio y estar atento. Solo tienes que fijarte en cada pared, en cada tiendecita, en cada zapato de cada tiendecita. Y paseando paseando llegarás al corazón del barrio, la plaza Dos de Mayo, un lío de abuelos, niños, borrachos y perros en el que el tiempo pasa muy despacio porque no quiere perderse.

Malasaña huele a rancio, a antiguo. Por las noche huele a pis y a cerveza, pero cuando sale el sol uno se da cuenta que cada baldosa ha soportado y aun soporta el peso de muchas vidas, empezando por la de la chica de la que heredó el nombre -Manuela Malasaña Oñoro era una joven costurera que asesinaron las tropas napoleónicas durante la represión posterior al levantamiento del 2 de mayo por llevar encima sus tijeras, (es que decían que iba armada)-.

Aunque si por algo se conoce a Malasaña es porque se convirtió en el centro neurálgico de la Movida de los 70 y 80. De esa época aun se conservan dos mitos: La Via Láctea y el Penta, ese pub polvoriento que sirvió de inspiración a Antonio Vega para cantarle a su chica de ayer. Pero estos espacios no son los únicos que esconden recuerdos del barrio. La Gata Flora o el Café Pepe Botella también podrían decir muchas cosas si sus paredes se pusieran a hablar un buen día. Solo habría que intentarlo. Pero entonces el barrio de la crueldad intolerable perdería una parte del encanto que desborda, y eso no lo podemos permitir.