FUERA DEL MUNDO

En la entrada del mercado dos indigentes se disputan el uso del espacio para conseguir cuatro monedillas sueltas. Una mujer mayor y gris –toda ella es gris: ropa, pelo y carácter- le grita a su compañero de acera: “¡Vete de aquí! ¡Yo soy española y tú no! ¡Fuera!”. Y él, arrodillado y marrón, la mira desde abajo sin intención de apartar el vasito de papel en el que caen, lentamente, sus ingresos.

En la entrada de detrás un africano vende La Farola. Está allí todos los días a cualquier hora con la misma pose y la misma chaqueta color avellana. Hace poco descubrí un cambio en su imagen. Después de meses y meses siendo una misma foto, un buen día le noté algo raro. Al principio no sabía qué era pero luego descubrí que se había quitado la capucha. Ahora enseña siempre sus rizos pequeños y una sonrisa muy grande.

De camino a casa, la mujer cuarentona de falda lila y pañuelo en la cabeza sigue en la esquina de siempre mirando al que pasa pero ya sin pedir nada. Y un poco más arriba, en la puerta del súper, el señor educado de bigote ocupa, como siempre, la sillita de plástico en la que pasa 12 horas diarias dando las gracias por si cae algo.

El mismo día pero de noche. Acabo en un garito lleno de mechas rubias, pantalones ajustados y copas a 10 euros. Algunos de ellos miran al de lado, presumen de comas etílicos y sonríen sin parar, como si su felicidad dependiera sólo de ellos mismos y de lo que tienen a un metro cuadrado de distancia, no más. Me siento rara. ¿Quién está fuera del Mundo? ¿Ellos o los de la calle? Porque aquí hay algo que falla. En general se dice que los de la calle, pero yo no estoy nada convencida. Porque me da la impresión de que muchos de estos últimos viven en una nubecita llena de tonterías.

Una vez alguien a quien las cosas le van muy bien me dijo que el que está en la calle es porque quiere o porque se lo ha buscado. Posiblemente él nunca se haya sentido abandonado, ignorado o expulsado y todavía tiene su amor propio al 100%. Todavía tiene fuerzas para plantarle cara a lo que sea porque nunca le han dado una buena bofetada. Yo sigo creyendo que no todos nacemos con las mismas armas para enfrentarnos a este sistema que empieza a oler a podrido.