LA EXTRAÑA PAREJA

Se conocieron por Internet, chateando.
Él: separadomadrid46, ella: brujilla45mad.

Él llevaba 20 años siguiendo una vida de manual, de hijo único obediente, de marido y padre abnegado. De estudiar, trabajar, casarse y tener hijos. Ella seguía una vida sin enciclopedia. La dejó en casa de sus padres y se dedicó a buscar placeres por todas partes.

Un día a él le dieron con el manual en la cabeza y se fue directo a casa de sus padres. Sin piso, sin mujer, sin hija. Sin amigos, después de dedicar media vida a su existencia enciclopédica. En pocos días su mundo se derrumbó, sin más. Hombre de mediana edad, separado, en casa de los padres. Se estaba ahogando y el ordenador le salvó la vida. Internet quiso que, nada más conectarse se cruzara con brujilla45mad y que ella buscara una información profesional que él podía darle.

Se cayeron bien, chatearon un día y quedaron al siguiente. Y el siguiente él se quedó sin conexión y no pudo volver en 15 días. A las dos semanas volvió a entrar y brujilla ya no estaba, solo una tal rayitodesol. Brujilla se marchó con su escoba pensando que separadomadrid46 le había tomado el pelo, como tantos otros.

Rayitodesol también era simpática. Hablaba igual que la brujilla, tanto tanto que acabó preguntándole si era ella. Y sí, era ella. El azar quiso que, en un chat en el que se conectan cientos de personas, brujilla-rayitodesol y separadomadrid46 se encontraran las dos únicas veces que él entraba en busca de consuelo.

Después de dejarlo todo claro decidieron quedar. Él iría a buscarla a la salida del trabajo. No se habían visto ni siquiera por foto pero en cuanto ella salió de la oficina le reconoció dentro de su coche. Al principio no hubo atracción –la imaginación suele crear personas que no existen- pero al rato de hablar ella se dio cuenta de que había dado con la persona más buena que se había cruzado en la vida.

Salieron por Chueca de noche. Alcohol, música, alcohol. Él no conocía aquello, llevaba 20 años sin salir. Brujilla-rayitodesol lo conocía al dedillo. Había salido y había probado todo, había hecho el amor más de lo que había querido y ahora quería que la abrazaran, que la quisieran. Quería tranquilidad.

Llegó el momento: Separadomadrid45 se pidió una copa y ella dijo “bésame”. Entonces él rebuscó en su manual e hizo lo que allí decía: la besó en la mejilla.

A brujilla nunca le había pasado algo así. Ella quería un beso en la boca, de los de verdad, con lengua y mandíbula. Pero en el fondo le encantó la dulzura de aquel hombre delicado que luego sí la besó de verdad. En ese momento se enamoró tanto de él que a la semana estaban compartiendo piso. Ahora llevan cinco años felices criando perdices. Ella encontró otros placeres. Y Él quemó su manual.

1 AÑO, 365 PALABRAS

Cuando Gala nació Barcelona estaba tomada por una muchedumbre. El día del libro y un partido del Barça arrastraron a manadas de forofos a las calles en un día en que al Sol le dio por inundarlo todo. Ruidosos y ebrios vagaban por la ciudad sin saber que mi hija estaba llegando al Mundo y sin pensar que, a lo mejor, le apetecía un poco de tranquilidad. El día que Gala nació era el día de la Tierra. El día de una Tierra que, con tanto desorden, ya no sabe ni quien es.

2008 años después de que los calendarios empezaran a contar, las cosas se mueven tanto que uno no sabe donde mirar. En un mismo año hemos oído palabras tan pomposas como refundación del capitalismo, apagón analógico o acelerador de partículas. Hemos asistido a la elección del primer presidente negro de la historia del país más poderoso del mundo y a una crisis de proporciones astronómicas que pondrá a todos en su sitio.

En un mismo año hemos visto que los piratas vuelven a surcar los mares, que un hombre puede dar a luz y que una mujer embarazada es capaz de poner firmes a las tropas de un país. También vimos resucitar a una mujer que llevaba seis años muerta en vida en una selva colombiana. Pero asistimos a la desaparición de un mito del cine que se llevó a la tumba una mirada inmortal.

En verano, un joven estadounidense nadó tanto y tan rápido que se colgó ocho medallas de oro, convirtiéndose en el mejor atleta olímpico de todos los tiempos. Y en esos días una gacela jamaicana que parecía correr a cámara lenta se convirtió en el hombre más veloz del mundo sin apenas esforzarse. Todo eso en unos juegos olímpicos a los que Buda y la libertad de expresión no estaban invitados.

El año en que Gala ha querido venir, la palabra “histórico” se ha repetido tantas veces que ya ha perdido todo su sentido. Dicen que la historia se repite. Y las modas, y las tragedias, y las personas. Pero yo creo que siempre hay quienes encargan de darle un aire nuevo a todo cueste lo que cueste.
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CINCO AÑOS MÁS...

Una tarde de verano de hace 11 años me senté a escribir porque estaba aburrida y, al no saber sobre qué hacerlo, hablé de lo que más conocía: mis amigas. De ahí surgió un relato largo sobre hechos reales, nuestras memorias, y me propuse hacer lo mismo cada 5 años. En el 2002 volví a hacerlo, dedicando un capítulo a cada una de ellas y otros a las vivencias compartidas. El año pasado, en el 2007, me volví a sentar y a organizarme, pero no pasé de la introducción. He descubierto que nuestras vidas son cada vez más complicadas y que yo tengo menos tiempo para recopilar, entrevistar y organizar toda la información. Pero lo tengo pendiente. Por ahora os muestro esa intro, que espero completar pronto como un regalo para todas ellas.

CINCO AÑOS MÁS

Cinco años más. Desde finales del 2002 hasta finales del 2007. Me propongo, por tercera vez, relatar la vida de algunas de mis amigas en este tiempo. Al menos la vida que yo he vivido con ellas. Para que no se les olvide, para no olvidarme yo, y para ver cómo se ríen o como lloran cuando lean todo lo que nos ha pasado. Esta entrega llega cargadita. Creo que nunca nos habían pasado tantas cosas. Y es que nos hacemos mayores y lo que nos pasa es más importante, más significativo y también más doloroso. Hemos crecido de golpe. La última vez que escribí acabábamos de sobrepasar los 20 y ahora ya estamos llegando a los 30. De repente nos hemos dado cuenta de que la vida no es un juego. Que hay que trabajar para poder comer, que hay que sufrir para poder crecer y que hay que tener las cosas claras para no perderse en este mundo cada vez más desordenado.

En fin, lo que voy a hacer es dedicar un capítulo a cada una de mis maravillas (mis amigas), entre las cuales me incluyo, por supuesto, y otros más generales para explicaros que, en estos cinco años, nos hemos reído un montón. También nos hemos discutido (¿que sería la vida sin eso?), hemos comido muchas tortillas de patatas, hemos hablado de espíritus y fenómenos paranormales, nos hemos deprimido, nos han hecho llorar, hemos practicado sexo o hecho el amor (como se prefiera) bastante -unas más que otras-, hemos viajado a lugares que se han quedado trozos de nosotras para siempre, alguna ha encontrado la luz en un dios que aquí no conocemos mucho, nos hemos embarazado, hemos abortado, hemos sido fieles e infieles y, sobre todo, lo hemos compartido todo, o casi todo, con las otras.

Como habréis visto, en esta tercera entrega solo hay mujeres. Nunca han abundado los hombres, pero la primera vez incluí a un amigo del grupo que luego desapareció, Fernando. Y la segunda metí a mi amor, porque me dio la gana y porque quería escribir de él. Pero ahora soy una profesional y he decidido incluir solo aquello que realmente tenga que ver con el espíritu de estos escritos, que hablan de amistad y no de amor de pareja. Que hablan de vosotras, de nosotras, de mujeres jóvenes y sobradamente preparadas que se enfrentan juntas a una vida que, entre alegría y alegría da algún palo o que entre palo y palo da alguna alegría, depende de quien lo vea. Yo es que siempre veo el vaso medio lleno, ya lo sabéis.

En fin, que voy a ello. Espero que el contenido de estos escritos nos dañen la sensibilidad de aquellos que los lean. Si así es, me sabe mal, pero es lo que hay. Yo los voy a escribir con mucho amor, un poquito cariño y algo de mala leche, que sino sería muy aburrido. Os quiero!!!!

MIS VECINOS

Al entrar en mi portería lo primero que me encuentro son seis escalones, una puerta verde y otros tres escalones. Entonces ahí, por el rellano anda siempre Juan, el portero, un hombre entrañable que escucha música clásica, lee tochos forrados con hojas de revista y que siempre me dice que abrigue a mi hija, que en Madrid hace mucho frío. Normalmente al entrar casi siempre me cruzo con la vecina del primero, una mujer mayor con media melena blanca que saca a pasear a su perro veinte o veinticinco veces al día. El caso que nunca la he visto sin él.

Entre que pico y espero al ascensor suelo ver a más personas porque en la planta baja hay una consulta de psicólogos y psiquiatras y hay un tráfico de clientes increíble. Yo al principio tenía una gran curiosidad por saber qué había ahí, porque a veces veía entrar y salir adolescentes con cara de agobio acompañados de sus padres, mujeres maduras o incluso niños. Entonces, como buena vecina cotilla, le pregunté al portero. Y él, como buen portero, me lo comentó. “Y abajo hay un estudio de arquitectura”, añadió como información adicional. ¡Anda! Otro misterio desvelado. Del sótano veo yo subir y bajar gente joven, moderna y guapa y sobradamente preparada que más de una vez me han ayudado a subir el cochecito de la niña por las escaleras.

Bien, cojo el ascensor con una chica. “¿Tu vives en el 5º, no?”, me dice. Pues sí. “Es que veo la cuna de tu hija desde mi comedor y la ropita tendida”, se excusa ante mi cara de sorpresa. “Para cualquier cosa estoy en el piso de arriba”, se despide. Y entro en casa. Desde mi cocina veo la cocina de la vecina de enfrente, una mujer muy mayor que suele estar acompañada por una asistenta. Una noche fuimos a pedirle huevos y tuvimos que picar tres veces y explicar que éramos los de delante para que nos abriera la puerta y cuando vio que solo queríamos dos huevos y no robarle se le abrió el cielo.

Al lado tengo a Sol y Julián, mis vecinos favoritos. Ella es encantadora –con ese nombre no se puede ser mala persona- y habla muy rápido. Él es más tranquilo pero igual de encantador. Ya les hemos invitado a cenar. Y luego delante tengo a otra mujer mayor –hay cuatro casas por rellano- que el otro día me esperaba con un palo de escoba en sa puerta porque me había dejado la mía abierta y quería avisarme y defenderme si hacía falta. Ella estaba en guardia mientras yo, tan tranquila, paseaba con el parque con la puerta de mi casa abierta.

Me gusta entrar en la portería y hablar del tiempo, de las obras de la calle o de la crisis. Y ver bajar al presidente con sus mellizas, al chaval del cuarto con su melena despeinada o al vecino de los dos perros que ladran por la noche. Con vecinos así mola salir de casa, aunque solo sea para salir y volver a entrar.

EL AMOR Y LA MUERTE

Me pensaba que no pararía de llorar en toda la película, me lo habían avisado. Y sí, lloré, pero no tanto como creía. Lloré de pena al ver una a una niña atrapada en corsés, en esos que yo también llevé cuando tenía doce años. También cuando Camino le preguntó a su hermana “¿Quieres que rece para que tú también te mueras?”. Me parece que es LA FRASE de la película. Porque a Camino no le da miedo morirse, ni el dolor, ni entrar en quirófano cada dos por tres. A ella lo que le duele es no poder decirle al niño que le gusta cuánto le gusta, morirse sin que él se entere de lo que sintió cuando lo vio por primera vez en un puesto de libros de segunda mano.

Más allá de las críticas al Opus y al fanatismo religioso, Camino emociona porque es como una luz, porque rebosa de vida a pesar de hablar de muerte. Porque a la niña lo que le importa es ese primer amor que el cáncer no le deja experimentar. De Camino, la película, me gustan muchas cosas. Muchas: Camino corriendo en camisón, de noche, por el cementerio; las flores creciendo rápido alrededor de sus pies de colegiala; sus ojos, su sonrisa en una boca llena de llagas, la amiga con aparatos, sus sueños indestructibles. Y no me gustan los pinchazos en la nuca, los corsés, las operaciones en primerísimo plano, el ángel custodio, el accidente.

Tengo un conocido que trabaja en la planta de oncología infantil de un hospital. Dice que hay niños que viven allí meses, años. Muchos se curan, pero otros tantos no, como Camino. Dice que es el mejor trabajo que ha hecho en su vida, que estar con esos niños cada día es una experiencia maravillosa. Hay un escritor y director de cine, Albert Espinosa, que estuvo enfermo de los 14 a los 24 años y venció cuatro cánceres. “El cáncer me quitó cosas materiales: una pierna, un pulmón, un trozo de hígado, pero me dio a conocer muchas otras cosas que jamás podría haber averiguado solo”. Él dirigió La Planta Cuarta, aquella película en la que Juan José Ballesta y otros amigos “pelones” –como él los llama por haber perdido el pelo debido a la quimioterapia- revoloteaban por los pasillos del hospital esparciendo su energía positiva por todos los rincones.

En fin, esta película es rica porque habla de contrarios: de niños y hospitales, del cáncer y del primer amor, de la inmensidad del mar y la claustrofobia de habitar un cuerpo enfermo, de sueños y pesadillas, de ángeles y del demonio, de vida en muerte y de muerte en vida. Así lo abarca todo.

DÍAS DE LLUVIA

En Madrid la lluvia es atroz. Es como si alguien vaciara un cubo de agua gigante sobre la ciudad. Cae de golpe y hace mucho ruido. Estás durmiendo y un estruendo te despierta. Puede parecer un terremoto o una bomba, pero no, solo es la lluvia, que aqui cae con muchas ganas. Es curioso pero me parece que no llueve igual en todas partes. En las diferentes ciudades en las que he vivido el agua cae del cielo de manerta distinta.

En Valencia también llovía muy fuerte, pero mojaba más, era una lluvia más líquida, mediterránea y casi siempre, acompañada de viento. En Murcia en cambio, a pesar de estar relativamente cerca del mar, el agua caía sin ganas, lenta, muy ligera, se iba volando con cualquier corriente de aire. Y encima, lo poco que caía solo servía para inundarlo todo. Barcelona es más variada. Allí llueve de todas las maneras, a veces parece se haya de acabar el mundo y otras ni siquiera moja y solo sirve para ensuciar los coches y limpiar las calles.

Hace tiempo me leí Memorias de África, allí llueve poco pero cuando lo hace es como un regalo del cielo. La autora dice que un dia de lluvia era "como volver al mar cuando has estado mucho tiempo lejos de él, como el abrazo de un amante". Qué bonito ¿no? Escaso, intenso. El caso es que cuando llueve todo se transforma.

Cuando llueve la gente se permite el capricho de quedarse un rato más entre las sábanas al sonar el despertador. Esos días, salir de la penumbra acogedora de la habitación duele más que cuando el sol entra por los agujeritos de la persinana. Además, se puede llegar tarde al trabajo y no ir a clase, porque llueve, porque hace frío, porque nos mojamos, porque hay mucho tráfico y porque lo mejor es quedarse en el sofá oyendo como las gotas golpean contra los cristales.

Me gusta la lluvia. Nunca uso paraguas, no tengo paraguas. Me gusta notar como las gotitas golpean mi capeza y se deslizan por mi frente o me entran en un ojo. Y llegar mojada a casa, quitarme la ropa fría y meterme debajo de más agua, en los chorros calentitos de la ducha.

EL FUGITIVO DE SIEMPRE

El otro día me compré el nuevo cd de Bunbury. Me esperaba un viaje largo en dirección a un lugar muy triste y pensé que escucharlo por el camino me haría sentir mejor. No me equivoqué. Para mí escucharle, siempre, es como estar en casa. Es que la música de Bunbury no se puede querer a medias, ni tampoco se la puede odiar a medias. O la adoras o la detestas. No tiene término medio. Es pura, extrema.

Su voz es extraña, sus letras extraordinarias, las melodías que crea bien podrían ser la banda sonora de tu mejor sueño o retumbar en los rincones de tu peor pesadilla –es lo que me pasa con el disco homenaje que le hizo a Panero, el poeta maldito-. Esa provocación provocada, continua, esa imagen modelada en pozos de medio mundo, esos ojos de perdido, hacen de él un artista único.

Siempre que compro un cd pienso que en algún momento dejará de gustarme. Que, como me ha pasado con otros artistas, algún día se estancará y dejará de crecer conmigo. Pero con él todavía no me ha pasado y en este último disco he encontrado una joya de esas escasean, una canción que por más que la escuches de no deja de ponerte lo pelos de punta, Aquí.

El aragonés errante, que ha escrito a Lady Blue y a Carmen Jones, el Teseo de la breve Alicia, el que pidió un rescate desde la plaza de armas de un lugar cualquiera y tiene sed de ilusiones infinitas, es ahora el fugitivo de siempre, el hombre delgado que no flaqueará jamás. Más Bunbury del bueno, de ese que dice que “todo es horrible o terriblemente bello”, igual que sus canciones.

Fragmento de la pequeña joya (con música se multiplica el efecto):

AQUÍ ESTÁ EL FUGITIVO DE SIEMPRE
AQUÍ LA ETERNIDAD, QUE FUE UN INSTANTE
AQUÍ, DONDE NINGUNO DE VOSOTROS SE ATREVE
AQUÍ, NUESTROS BESOS COMUNICANTES

AQUÍ NO HAY NADIE A QUIEN SEGUIR
AQUÍ QUE NADIE ES UN HUÉSPED FIJO
AQUÍ SIGO VIVIENDO BIEN SIN MÍ
AQUÍ SOLO QUIERO ESTAR CONTIGO

AQUÍ, SEGURO DE HACER LO INCORRECTO
AQUÍ, PORQUE NO HAY SUFICIENTES PRUEBAS
AQUÍ, COMO UN INVÁLIDO EN EL DESIERTO
AQUÍ ME QUEDO, AQUÍ CON ELLA

ÁLBUM DE FOTOS

Una de las primeras cosas que hago cuando alguien se muere es ir al álbum de fotos e intentar asimilar que esa persona ya no existe. Elijo una foto bonita, en la que salga sonriendo y la miro detalladamente, un rato. Miro la mirada, los gestos. Intento recordar su voz. Lo hago porque no quiero que se me olvide. Porque me da rabia que la muerte, al final y por encima de todo, sea olvido.

Quiero recordar siempre a las personas que han pasado por mi vida porque se llevan un trocito de mí a donde vayan. Y porque yo me quedo un trocito de ellos que les he robado en algún momento sin que se dieran cuenta.

De él recuerdo sus ojos azules azules azules, su voz tranquila, pausada, su calma siempre. Su amor por la fotografía, sus fotos perfectas. Sus ganas de andar con la cámara a cuestas. El gusto por la buena comida y el buen vino. Una casa acogedora, feliz, de manta y pijama. Murcia.

Y lo que me pone triste ahora, además de pensar que ya no está, es pensar en los que sí están, en esos que guardan el trozo más grande de él, uno mucho más grande que el mío. Casi toda su persona, casi todo su ser. Cómo ser capaces de vivir sin él a pesar de llevarle dentro. Yo todavía no lo entiendo.

Otro Juan, otra muerte inesperada, otro niño sin su padre.

LA TRISTEZA Y LOS POETAS

Dice Rilke que la tristeza es necesaria para poder crecer. Que cuando entra dentro de uno lo hace de manera inesperada y que, precisamente por eso, y por ser algo que no está habitualmente en nosotros, aparece como algo nuevo. "Todo lo que hay en nosotros retrocede, surge un silencio y lo extraño, que nadie conoce, se yergue en medio y calla", dice.

Rilke era un poeta, así que debe saber bien de lo que habla. Porque los poetas son tristes de por sí y los poemas no son más que angustia en estado puro transformada en palabras. Ellos entienden mejor que nadie a ese sentimiento que les ha llevado a conocer los abismos más profundos.

Yo me siento incapaz de escribir poesía, de concentrar una idea en dos o tres palabras y que además rime, sea bello y que, al leerlo, suene música. Los poetas son alquimistas. Convierten el alma en palabra, el sentir en texto. Lo saben. Y entre ellos se reconocen. Porque a dos poetas, sean de donde sean y tengan la edad que tengan, lo que les une es mucho más fuerte que todo lo que les separa.

Los poetas saben lidiar con sus demonios, los aplastan a base de versos y eso les hace más fuertes. Saben convivir con la tristeza, esa odiada palabra que no tiene cabida en la vida trepidante de falsas sonrisas que vivimos. Yo propongo que cuando llegue no la echemos, que convivamos con ella y la conozcamos. Quizá nos enseñe algo, quizá nos haga crecer.

"Cuanto más silenciosos, pacientes y abiertos estemos en la tristeza, más honda y certeramente entrará en nosotros lo nuevo, mejor lo adquiriremos, más se hará destino nuestro, y más nos sentiremos familiares y próximos a él cuando un día "acontezca" (es decir, cuando salga de nosotros hacia los demás)". No lo digo yo, lo dice Rilke, que sabe bien de lo que habla.

MI PORTERO AUTOMÁTICO

Llego a Madrid y lo primero que me encuentro en el piso en el que voy a vivir es que el portero automático está conectado con la tele. O sea, que si pongo la 1 no me sale Televisión Española sino la puerta de mi casa, en blanco y negro, a tiempo real. Ahora mismo la tengo puesta. ¿Qué por qué? No sé pero no puedo dejar de girarme y mirar quién pasa.

Puedo decir que, ahora mismo, es el mejor canal que hay en mi tele. La vida real en pantalla. Una manera legal de espiar a todo el que pase por mi calle. Mejor que Gran Hermano y que cualquier reality show de baratija.

El otro día, haciendo zapping, al final me quedé en la 1, en mi 1. Tantos anuncios, series cutres y programas chabacanos no tienen nada que hacer con el atractivo que supone observar la vida misma en una pantalla de 29 pulgadas. Un hombre mayor, pasaba, paseando a su perro. Era tarde ya. Y el muy guarro, se puso a orinar en la rueda de una furgoneta que había aparcada delante. El muy iluso pensó que, en la oscuridad de una calle poco transitada solo su perro observaba como satisfacía sus necesidades más básicas. Pero ahí estaba mi portero automático, silencioso, certero.

Estuve a punto de salir al balcón y decirle algo, pero entonces se pensaría que le estaba espiando, que más o menos era lo que estaba haciendo.

En fin, que estoy muy contenta con mi nuevo canal. Ayer una vecinas hablaban en la puerta. Hubiera dado la vida por saber qué decían... pero solo puedo limitarme a observare imaginar, que no es poco. ¡Ay si hubiera micrófono! Entonces ya me quedaría totalmente enganchada.