DE NOCHE

Hubo un tiempo en el que tenía miedo de la noche. No por el silencio, ni por la oscuridad. No por las pesadillas, ni por el vacío. Sí por el conjunto de todas esas cosas. Sí a oír un llanto en medio de la nada. Sí a mirar el reloj y ver pasar las horas sin haber dormido ni un poquito.

Durante ese tiempo dejé de soñar. Supongo que las pocas horas que dormía, mi cerebro, agotado para tramar vidas imposibles, las aprovechaba para esfumarse y llevarme bien lejos. Aunque la noche es solo una, la mía se partía en cinco o seis mininoches. Con suerte, en dos o tres. Y el día se alargaba hasta las tantas.

¿Alguna vez habéis estado sin dormir mucho tiempo? Hablo de meses, de casi un año. Espero que no.

Pero ahora que lo escribo, ese tiempo ya pasó. Adoro la noche. Siempre la he adorado. Adoro el silencio, la penumbra. Adoro incluso mis pequeñas pesadillas, sobre todo cuando soy capaz de cambiarlas en el transcurso del sueño. Adoro abrir los ojos y ver que aún me queda una hora, o tres, o seis. Adoro oír los ruidos lejanos, los grifos de los vecinos y las voces (flojitas) de los que pasan por debajo de mi balcón. Adoro pensar que todos estamos tumbados a la vez, durmiendo o soñando con vidas imposibles.

Hace un tiempo que mi noche ha vuelto a ser una y ahora ya sé que temerle no sirve para nada.

"Habrá pocos entre nosotros que no se hayan despertado algunas veces antes del alba, o bien después de una de esas noches sin sueños que nos hacen casi enamorados de la muerte, o después de una de esas noches de horror y de alegría informe, cuando a través de las celdillas del cerebro se deslizan fantasmas más temibles que la misma realidad, animados con esa vida intensa propia de todo lo grotesco, y que presta al arte gótico su paciente vitalidad, ya que ese arte es, pudiera imaginarse, especialmente el arte de aquellos cuyo espíritu ha sido turbado por la enfermedad de la revêrie (del ensueño)".

Oscar Wilde. El retrato de Dorian Gray.

LA JUSTIFICACIÓN DE LOS NECIOS

“ La inspiración es la justificación de los necios”, me dijo mi cuñao. “Pues yo creo que existe”, dije yo. “Hay mucha gente que cree que Dios existe”, contestó. “Sus motivos tendrán”, repliqué. “¡Necios!”, sancionó.

Me ha hecho pensar. ¿Creo en ella porque me conviene? Ya me vale. Yo estoy esperando a que mi musa regrese y resulta que no va a volver nunca. Y no solo no va a volver, sino que nunca ha estado conmigo. Estoy para que me ingresen.

Vamos a ver qué dice la RAE sobre las musas en general:
"1. Acción y efecto de inspirar o inspirarse". No me sirve, redundante.
"2. Ilustración o movimiento sobrenatural que Dios comunica a la criatura." ¡Uy!¡ Aquí aparece Dios! Y yo debo ser la criatura.
"3. Efecto de sentir el escritor, orador o artista el singular y eficaz estímulo que le hace producir espontáneamente y como sin esfuerzo." ¡Eureka! Esta es.

¿Habéis leído la última parte? “Y como sin esfuerzo”. O sea, que si te esfuerzas a lo mejor no hace falta que tengas presente a tu musa, porque el empeño la suplirá. Es una buena definición… Yo, como amante de la literatura enamorada de la escritura, crédula de todo, temerosa de nada, encuentro a mis musas en cualquier rincón.

Ahora mismo me están picando a la puerta. Dicen que escriba algo sobre Óscar Pérez, que se ha quedado en la montaña ya para siempre. Pero esta mañana me decían otra cosa, que os hablara de Madrid en agosto. Y el mes pasado, una musa de carne y hueso me pidió que escribiera un texto antimundo, cangándome en todo y en todos. Yo le dije que no, porque entonces los pocos que me leen dejarían de hacerlo, pero en realidad no descarto hacerlo algún día.

Con esto quiero decir que, en un estado normal, sin tristezas ni nubarrones que me las escondan, yo veo a las musas en todas partes, así que supongo que soy una meganecia. Se lo voy a decir a mi cuñao, aunque también le daré las gracias por haberme hecho pensar en ello.
Alguien se ha ido, sin avisar.
Y se ha levantado un viento horrible.

Cuando se te muere alguien, viajas a lo más profundo de ti. Te deshaces de todo y te quedas con lo que eres, nada, un trozo de piel, huesos y vísceras. Te das cuenta de que absolutamente nada importa, porque cualquier día te puedes ir sin ni quiera despedirte. Cuando se te muere alguien también intentas viajar a lo más profundo de ese alguien. A lo mejor pronuncias su nombre en voz alta, como intentando invocarle, como llamándole, porque no puedes entender que ya no exista. Cuando ese alguien es joven y fuerte, entenderlo es aun más complicado. Cuando además está a punto de ser padre y tiene un montón de amigos que le quieren, el absurdo es total. Y cuando, además, la puta parca ha venido a visitarle estando a cientos de kilómetros de casa te dan ganas de gritar y maldecir al mundo entero. Solo se siente rabia. Y solo se puede llorar. Y escribir cuatro palabras. Y callar.

Hasta siempre Dani.

UN CHAMÁN MUY CUTRE

Salgo del metro y un chico me coloca un papelito en la mano. Siempre cojo los papelitos que me dan porque: a) Yo también he repartido papelitos y sé que cuanto antes los repartas, antes te vas a casa; y b) Porque siempre puedes encontrar algo interesante, como es el caso que nos ocupa.

Empiezo a leer: “Vidente médium directo”. Más abajo, en mayúsculas y negrita: “NO HAY PROBLEMA SIN SOLUCIÓN”. ¡Hostia! Y yo sin saberlo. Sigo: “El Maestro Chamán africano resuelve todo tipo de problemas y dificultades”.

El papelito, de 10 por 5 centímetros e impreso en letra roja recoge un retahíla de problemas que el chamán resuelve: enfermedades crónicas, problemas judiciales y matrimoniales, quita hechizos, elimina el mal de ojo, rompe ligaduras (de trompas, supongo), limpieza (no sé qué problema es éste), impotencia sexual… Vamos, que te soluciona lo que quieras. Supongo que si tiene tantos poderes también podrá resucitar a los muertos y evitar catástrofes naturales.

Más abajo dice que tiene los espíritus mágicos más rápidos que existen y te garantiza resultados al 100%. ¡Ah! Y asegura que acudir a él es el método más eficaz para recuperar a la pareja –“recuperación de pareja en 7 días”-, o encontrar una nueva, “para amarres y cualquier problema matrimonial, trabajo y negocios”.

Es alucinante. Supongo que si este chico se dedica a repartir esto es porque alguien, una persona entre un millón -dudo que vayan muchas más-, acudirá a él para que le cure un cáncer terminal, le resucite a un ser querido o le encuentre el hombre de sus sueños.

Está bien buscarse la vida, pero no comerciar con el dolor ajeno. De todas formas estoy pensando en llamarle (tengo su teléfono: fijo y móvil, que está muy modernizado este chamán) y pedirle:

a) Que le encuentre un trabajo a mi padre.
b) Que resucite a mis yayos.
c) Que haga que mi hija no llore cada vez que la dejo en la guardería, y
d) Que haga que mi casa se limpie sola (a lo mejor eso es lo que quería decir lo de “limpieza”).

A ver qué me dice. Supongo que si no lo hace me devolverá el dinero.

LA CROQUETA QUE SOBRÓ AL MEDIODÍA

En pocas ocasiones, a lo largo de mi vida, he conocido un objeto con mayor capacidad de viajar y cambiar de sitio con tanta rapidez y tan impunemente. Todo comenzó en casa de la suegra de una vecina, que se pasó en la confección del lote de croquetas para repartir entre sus seres más queridos (croquetas exquisitas, por cierto, del más puro estilo casero), pero ni eso fue suficiente para que una de ellas tuviese un triste final.

Un final que, en el fondo todos conocíamos de antemano, pero nos negábamos a aceptar esa cruel realidad. Iba a parar irremisiblemente al cubo de la basura (orgánica, por supuesto, ya que somos seres bien adiestrados por nuestros superiores).

Nuestra hipocresía nos obligaba una vez tras otra a afirmar “guárdala, ésta me la como yo por la noche” o “métela en la nevera que no se vaya a estropear”. El caso es que la pobre, en su minúsculo platito (hasta para eso fue cutre) navegaba de la mesa al poyete de la fregadera, de allí al estante más vacío del frigorífico y, como estorbaba siempre, allí donde estuviera, siempre se encontraba otro lugar para ella. Ahora la poníamos debajo de las alcachofas y encima de los pimientos resecos.

Como he dicho, todos sabíamos de antemano que ésa masa rebozadita no la iba a ingerir ni Dios, así que cerrando los ojos, el más atrevido y con menos escrúpulos de la familia abrió la tapa de la pouvelle y la dejó caer sutilmente exclamando: “Aygg, ¡qué lástima!”. Porque como todos sabéis, la nueva conciencia nos ha hecho dejar de ser consumidores estúpidos y estos incidentes hieren profundamente nuestra sensibilidad. Más aun sabiendo que mucha gente se muere de hambre. ¿O sí somos consumidores estúpidos y glotones?
Papá.