Alguien se ha ido, sin avisar.
Y se ha levantado un viento horrible.

Cuando se te muere alguien, viajas a lo más profundo de ti. Te deshaces de todo y te quedas con lo que eres, nada, un trozo de piel, huesos y vísceras. Te das cuenta de que absolutamente nada importa, porque cualquier día te puedes ir sin ni quiera despedirte. Cuando se te muere alguien también intentas viajar a lo más profundo de ese alguien. A lo mejor pronuncias su nombre en voz alta, como intentando invocarle, como llamándole, porque no puedes entender que ya no exista. Cuando ese alguien es joven y fuerte, entenderlo es aun más complicado. Cuando además está a punto de ser padre y tiene un montón de amigos que le quieren, el absurdo es total. Y cuando, además, la puta parca ha venido a visitarle estando a cientos de kilómetros de casa te dan ganas de gritar y maldecir al mundo entero. Solo se siente rabia. Y solo se puede llorar. Y escribir cuatro palabras. Y callar.

Hasta siempre Dani.