EN EL METRO

Cada mañana cojo el metro cuando todavía es oscuro. Llego medio dormida, pero en el subsuelo el ritmo se acelera. La gente corre como si se le fuera la vida para alcanzar el metro, que no les hace caso y se escapa. Es que esperar durante dos minutos la llegada de uno nuevo es una de las peores tragedias matutinas que existen.

En el vagón suelo leer. Pero otra de mis ocupaciones favoritas es buscar ratas, que a esas horas abundan. Me explico. Mi padre tiene una teoría y me la explicó yendo en metro. Dice que si le colocas imaginariamente bigotes de rata a cualquier cara del vagón, te darás cuenta de que somos todos medio roedores. ¡Y tiene razón! ¿Lo habéis probado? Hay raras excepciones, casos extraños que ni con bigote ratil se convierte en ratón. Pero son muy pocos. Incluso yo, reflejada en el cristal, soy bastante ratuna.

Pero como he dicho antes de hablar de ratas, la lectura es mi ocupación principal. Creo que el metro por la mañana es la mejor sala de lectura que existe. La gente está medio dormida, todos callan y algunos incluso duermen, como si el asiento del vagón fuera una prolongación de la cama que han abandonado hace unos minutos. Mientras lees en el metro, te estás desplazando, física y mentalmente. Por eso creo que es más fácil meterse en la lectura si estás en un vagón que si estás en el sofá de casa, porque realmente estás viajando. De hecho conozco mucha gente que solo abre un libro cuando coge el metro.

En mitad de mi camino paso por Goya, una parada en la que siempre me entran ganas de bajar. Me encantó descubrir que las paredes del andén están cubiertas de algunos dibujos y grabados del pintor y siempre pienso en bajarme para verlos, pero nunca tengo tiempo porque siempre voy corriendo. Es la ley del metro y sus pasillos. Pero lo que más me gustaría que esa fuera mi parada de inicio, así podría recrearme en ellos sufro mientras la tragedia de esperar el metro dos minutos.

Mi viaje acaba rápido, he leído dos o tres páginas y en seguida me coloco los cascos para no salir sola del subsuelo. Estos días me acompaña Cathy Smith, una chica que cogió un bote de pastillas mientras el médico hacía la vista gorda (invertid dos minutos y cuarenta y cinco segundos de vuestra vida en escuchar esta canción, por favor. No es como esperar un metro nuevo).