caracolas de un mar estancado sobre el mármol viejo de la cocina
restos de barro en la bañera azul,
manchas saladas en los -doce- cristales que asoman
a los tejados del mundo pequeño, redondo, finito
atravesando la puerta invisible
que parte en dos este tiempo,
la mujer se introduce de noche
en la gran galería -que se abre- tras el negro zócalo del salón
arrastra el vestido nuevo entre los ecos de
dos mil madrugadas que no amanecieron,
se encierra en un cuerpo que también es paisaje,
y se arrastra y se araña y se hiere, y nunca halla el final,
solo la intensa penumbra y un extremo sonido de larvas
envolviendo el espacio intermedio del que ya no saldrá
restos de barro en la bañera azul,
manchas saladas en los -doce- cristales que asoman
a los tejados del mundo pequeño, redondo, finito
atravesando la puerta invisible
que parte en dos este tiempo,
la mujer se introduce de noche
en la gran galería -que se abre- tras el negro zócalo del salón
arrastra el vestido nuevo entre los ecos de
dos mil madrugadas que no amanecieron,
se encierra en un cuerpo que también es paisaje,
y se arrastra y se araña y se hiere, y nunca halla el final,
solo la intensa penumbra y un extremo sonido de larvas
envolviendo el espacio intermedio del que ya no saldrá
* Imagen del cuadro La aparición, de Antonio López (1963).