VOLVER A CASA

Primero fue la entrada a la estación, lenta, casi silenciosa. Y al bajar de tren, el bullicio del andén. Maletas que se amontonan en la escalera mecánica, carritos que chocan, prisas por salir del subsuelo y ascender para ver la luz. Pero salgo de un túnel para meterme en otro. En el metro oigo a gente hablando en catalán. Ya estoy en casa. Un grupo de niños y tres monitores llenan el vagón de ruido y dos parejas se comen a besos mientras una chica sujeta un enorme plano enrollado como si su vida dependiera de él.

Salgo de Fontana. Las ruedas de mi maleta hacen un ruido molesto que apenas se percibe entre los claxons, las voces y dos perros que se ladran entre sí. En mi calle el solar de la esquina ya se ha convertido en el esqueleto de un edificio. Los adoquines se levantan, algunas persianas metálicas están bajadas. Pero Gracia rebosa de vida cuando llega la noche.

Entro en mi portal. El buzón está a punto de explotar (deberíamos vaciarlo más a menudo). El ascensor me deja en mi rellano y en seguida reconozco esa rallada enorme que hay en mi puerta marrón de pomo dorado. Clic, clic. Giro la llave y entro en mi cueva. ¡Qué oscuridad! ¡Qué olor a cerrado! Un osito de peluche en el suelo del comedor me recuerda que me he dejado algo en Madrid. Y la cama sin hacer hace que me acuerde de las prisas con las que salimos de casa la última vez. Como siempre.

Empiezo un fin de semana lleno de cosas que echo de menos. Lleno de Sol, de amigos y de familia. Lleno de las canciones que me recuerdan a Barcelona, las de Damien Rice, Edith Piaf y Antony and the Jhonsons.

Los niños del cole siguen igual. Comparten entre risas el odio por El Camino de Delibes, aquél libro que la profesora les hizo copiar por no haber leído. Mis hermanas siguen habitando la casita de puerta azul y maullidos de gatos endemoniados. Y en El Mediterráneo el tiempo sigue sin aparecer. Palom bebe whisky mirando al vacío. “Es que el vacío me subyuga”, dice. Y una vez en el escenario nos habla de Neruda y de Rubianes, de Sabina, de orgías y de borrachos. Quicos, humo y guitarras. Paraules d’amor, risas y Silvio.

Estuve con ellas, con ellos, conmigo. Dormí aquí y allí. Comí, leí, caminé. Me di cuenta de que cuando vuelves a casa tú eres diferente, pero ahí todo sigue como siempre. Y reconforta.