
“Ahora la gente toma absenta por la mitología de los existencialistas, de los artistas, de la bohemia del siglo XIX. Pero hoy no hay ni absenta ni bohemia. Así que estamos desamparados y abandonados”, dice Ángel. Este gallego afincado en Barcelona regenta el bar Pastís, un local de 25 metros cuadrados donde esa época francesa casi se puede palpar.
“Para disfrutar de la absenta tienes que entrar en una especie de acto litúrgico y eso ya conlleva una predisposición de algo que va a suceder. Todo se vuelve enigmático y poético. Quemar el azúcar con el anisete transmite una de las sensaciones más embriagadoras y poéticas que he sentido nunca”, dice Carlos Ann. Este músico catalán, compañero de batallas de Enrique Bunbury, reconoce que abusó de la absenta en el pasado y ahora la bebe solo en ocasiones puntuales: “Ahora prefiero el vino o el champagne. Me aportan más calor, trabajo, bienestar y humor constructivo”.
La absenta pura está prohibida en gran parte del mundo pero, aunque cuesta mucho de encontrar, hay lugares en Barcelona donde se puede conseguir. Está compuesta a base de hierbas y flores de plantas medicinales entre las que predomina el ajenjo. Y es este último el que la convirtió en una bebida que algunos definen como provocado de estados de locura y otros como “el LSD de la época victoriana”.
“Recuerdo que la absenta me daba diez minutos de gloria y una semana de resaca. Eso sí, los diez minutos eran espectaculares”, dice Carlos Ann. Y Julia asegura que, después de tomarla, llegaba más fácilmente a los extremos emocionales: “Cualquier tipo de sensación se extremaba y se volvía trascendental. Y podía pasar de una a otra sin apenas enterarme”.