en el cielo rojo

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cielo de fuego
después de la luna grande

anoche la luna blanca 
se comió el cielo entero
y parte de una ciudad 
que yacía callada, inerte,
y antes del amanecer
los rojos ya habían empezado
a colarse por las rendijas de mis balcones

se han metido hasta el pasillo
y la casa ha empezado a arder
lenta, como la fiebre que me da
cada vez que te pienso;
misteriosa, como esa manera
que tienes de estar en el mundo;
e implacable, como la forma
en que me robaste 
los días, el hambre y el sueño
poco antes del huracán
que se lo llevó todo

por la ventana las chimeneas se ven quietas
pero de arriba desciende un calor intenso
de devorarlo todo paso a paso,
fuego a fuego, silencio a silencio

ya no humean los cuerpos
pero este calor sofocante
unas veces abriga 
y otras veces ahoga


*Imagen del cuadro Les amants au ciel rouge, de Marc Chagall (1950).

una extensión de la mano

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al principio escribía
para matar el tiempo
-masa gris azulada
que nunca se muere-

luego llegó la necesidad
de rellenar el vacío,
pero solo salían palabras huecas
infladas -como globos-
de una sustancia invisible
que no se podía tocar

entonces empezó a hacerlo
para romper el silencio:
escribir era un grito sordo
en mitad de una nada
repleta de seres
que no escuchan nada

la pluma se convirtió
en una extensión de la mano;
los versos en trozos de tiempo
que se podía tocar;
la tinta era el resultado
de una verdad líquida y oculta
que se revelaba al derramarse
sobre el papel blanco,
sobre esta pantalla negra

así que siguió escribiendo
aunque ya no sabía por qué

y acabó por hacerlo
-solo-
porque ya
no sabía no hacerlo

la náusea

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apareció y ella empezó
a vomitar todas las palabras
que habían estado revueltas
en un deshabitado rincón
de su estómago

las escupía en forma de versos
que al principio manchaban
el papel con tinta roja
de sangre, de corazón, de deseo

salían desordenadas y espesas
pero al reescribirlas
cambiaban de forma
y se tornaban en blanco
de vida, de luz, de pureza

el tiempo las fue oscureciendo
y acabaron ennegrecidas
como la noche cerrada,
completamente cubiertas de hollín

el estómago se cerraba,
los pulmones se taponaban,  
pero el vómito ya nunca cesó

era un negro opaco, denso
que se podía tocar,
que aplastaba los pulmones
y ahogaba cualquier
ocasión de respiro

era un negro de sombra
de muerte, de decepción, de tristeza


Foto: Laysha Lasombra 

apocalipsis

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esta mañana el cielo estaba
granate, verde oscuro, casi negro
los truenos partían el horizonte en trozos
que se despedazaban y caían, ruidosos,
sobre los tejados aun dormidos
de la ciudad inmóvil

llovían paredes, ventanas, planetas

densos nubarrones a punto han estado
de devorar Barcelona en una
increíble simulación del apocalipsis

silencio roto por el estrépito,
sonoras lágrimas golpeando
mis cristales viejos

-la insistente llamada de la naturaleza-

qué difícil no acordarse de ti
en mañanas fértiles como ésta
cuando la luz no es la propia,
cuando el color es otro,
cuando una empieza el día desubicada
porque lo que parecía inamovible
amanece puesto del revés

una capa traslúcida

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la miró como si hubiera descubierto algo
y solo vio una capa traslúcida, borrosa
con forma de mujer alargada

se acercó muy despacio
y adivinó un cuerpo debajo
unas manos, un vientre
una delicada figura transparente
que emitía leves destellos de luz

él la cogió y se abrigó con ella
se protegió del frío y la oscuridad
ella se mojó con la lluvia
él caminó por la noche
ella se agrietó con el viento

él se reconciliaba con la vida
mientras ella se deshacía

-él-
la miró como si hubiera descubierto algo
pero -solo- encontró
una mujer de cristal
que estaba rota en suelo todavía