THE READING

Ayer descubrí varios cuadros increíbles en un sótano del Thyssen. No es que me colara y me pusiera a hurgar donde no me llaman, no. Es que se inauguró la nueva temporada del museo y mi vecina (esa de la que tanto hablo) me invitó a ir. Al margen del acto social, con baronesa y alta sociedad incluidas, asistí a una exposición increíble.

El pintor se llama Fantin-Latour. No sé vosotros, pero yo no había oído su nombre en la vida. Pues resulta que es de la época esa de los simbolistas que tanto me gusta, finales de XIX y principios del XX. Primero se dedicó a hacer retratos de lo que más conocía, es decir, de sí mismo. Luego se animó con sus hermanas y con su madre. Y al final retrató a los artistas de entonces (hay un cuadro suyo, Rincón de Mesa, en el que salen Rimbaud y Verlaine). Se ve que para retratar a alguien tenía que conocerle muy bien, sino no se animaba.

Luego se dedicó a pintar flores. Las pintaba como si fueran personas, o sea, intentaba que tuvieran alma. Tú ves un cuadro con un jarrón de rosas y dices: ¡Pues vale! Eso es lo que dije en la primera vuelta, que eran ramos de cementerio. Pero a la segunda (gracias a una mujer maravillosa a la que nos acoplamos para enterarnos de algo) ya lo veías de otra manera, e incluso las fotos del cuadro eran mucho más bonitas que las de verdad. Te daban ganas de coger el ramo y llevártelo. Te acercabas para verlo de cerca y casi podías distinguir los átomos. A Fantin le gustaba raspar la materia, literalmente. Quería que todo fuera tan real que se dedicaba a rallar el fondo del lienzo para que el objeto que pintaba fuera lo único que existiera. Nada más.

También le gustaba mucho pintar a mujeres leyendo o escuchando como otras leían. Todas las mujeres de sus cuadros tenían la melancolía grabada en los ojos. Como él mismo. ¡Ah! Al final se dedicó a pintar invenciones inspiradas en música clásica. Pero estos ya me gustaron algo menos, lo que quiere decir que me gustaron mucho.

La foto es del cuadro The Reading. ¿Habéis visto la cara de la mujer que escucha? Me tuve que quedar un rato delante, mirándola. Tenía ganas de decirle algo, de preguntarle que en qué estaba pensando, pero temí que me expulsaran de allí.

LA LLAMADA DEL DOMINGO

Domingo por la mañana. Sentada en mi sofá veo un partido de Segunda mientras ojeo El País y devoro su deliciosa revista. Mi hija da vueltas a la mesa con un tren de madera que arrastra de una cuerda. No puede parar. Al rato decido mirar el móvil, suelo tener llamadas o mensajes que no he oído. Lo cojo de entre los cojines del sofá y, cómo no, tengo una llamada y un mensaje de voz. Un fijo de Madrid… ¿en domingo? No tengo ni la más remota idea de quién puede ser.

Llamo al 123 y la chica de voz metálica me dice que tengo un mensajito, “recibido hoy, a las 12:56 minutos”. ¡Piiiiiiiiipp! Una voz grave, pausada, me habla al otro lado: “Hola Marta, soy José Luis Cuerda, llámame cuando puedas por favor al 123456789" (me permitiréis que el número sea ficticio). ¡¿Cómo?! “Repito, soy José Luis Cuerda Martínez, llámame cuando puedas al 123456789.” ¡¿Cómo?! Intento mantener la calma, pero como creo que no he oído bien, vuelvo a escuchar el mensaje. He oído bien.

Mi corazón empieza a saltar. Miles de miniyos bailan una conga en mi interior. Me pongo a dar vueltas a la mesa con mi hija, le digo que me ha llamado José Luis Cuerda, pero ella sigue con su cuerda y con su tren. Así que llamo al 123456789. Aparentando calma y madurez, marco y hablo: “Hola, ¿José Luis Cuerda? Soy Marta Parreño, que me ha llamado hace un ratito”. “¡Hola Marta! Mira, voy a subir a un ascensor, pero antes de que se corte quiero decirte que has ganado el concurso Amanece que no es corto”. Emito un sonido que no puedo escribir ni describir. La conversación sigue y mi corazón cada vez salta más arriba.

Vivo en un quinto pero al acabar estoy flotando como 14 pisos por encima. Mi hija me mira y se ríe. A mi novio no puedo llamarle. Llamo a mi madre, no está. Llamo a mi hermana, no está. Llamo a mi hermano, ¡sí está! Necesito exteriorizar mi alegría y no hay nadie a mano con quien compartirla. Pico a la vecina. Me da el abrazo que necesitaba (gracias vecina). Y luego ya me voy calmando.

Ayer se hizo público el fallo así que ya puedo decir que voy a rodar mi primer corto, “La piedras no aburren”, y espero conseguir que los tres niños de mi peliculita emocionen una décima parte de lo que a mí me emocionó la llamada del domingo.

GP11

Ya sé que Gran Hermano es una patraña. La Gran Patraña. Que no enseña nada y que si encima hablo de ello le estoy dando coba y publicidad. Lo sé. Siempre he dicho que es mejor darse de cabezazos contra la pared que ver ese programa. Pero es que hay un día, uno solo día, que me permito la desfachatez de verlo: el primero. Ese día en el que entran los concursantes y enseñan presentaciones grabadas de lo que se supone que es más destacado de cada uno de ellos. Es muy gracioso. Parece hecho con sentido del humor, aunque pretenda ser algo serio.

¿Lo habéis visto este año? No ha tenido desperdicio. Nada más encender la tele vi a una mujer con una cabeza muy grande –efecto óptico causado por su peinado fashion-, que hablaba gallego y no se callaba ni debajo del agua. Resulta que esta es la madre de otra que concursa, una binguera con unas tetas muy grandes que en la presentación dijo: “Estoy soltera y entera, no para el que me quiera sino para quien yo quiera”, como si hubiera sido poético muy original. Otra salió diciendo que le gustaban los tíos cachas, rubios y con ojos azules y que a ver si metían uno así en el programa (al rato entró uno así en la casa).

Pero lo mejor de todo fue una (que yo creo que tiene que ser actriz porque eso no es normal), que no se despega de una muñeca a la que llama “Rosita” y que dijo que tiene dos personalidades: “La Rebequita, que es la que soy normalmente; y la Rebecota, que es cuando me enfado”. Fue muy surreal. Y salía en su vídeo metiéndose en la cama con su muñequita y un pijama de niña de 8 años.

También, por supuesto, está el guaperas de turno, un tipo de 32 años que tiene, en Estados Unidos, tres hijos de tres mujeres distintas, y uno de cada raza: uno afroamericano, una mexicana y otro de no sé dónde. El tipo lo decía tranquilo y contento, y lo de las razas le encantaba, porque se siente como muy macho y fecundo.

Luego está la jovencita, una rubita de 19 años con cara de ingenua pero bastante bastante guapa que acabará en la portada de Interviú cuando la echen. ¡Ah! Y este año han elegido a un minusválido, un chico murciano que con 16 años se quedó en silla de ruedas por un accidente de moto. “Voy a demostrar que puedo hacer cualquier cosa, como los demás, ya lo veréis”, decía. Y su hermana, en el plató, con lágrimas en los ojos decía que el chaval había luchado mucho por entrar en la casa, que era un sueño. En fin.

¡¡Me olvidaba!! También han metido a un matrimonio, dos chicas que no pueden decir ni que se conocen ni que están casadas. Se las veía muy felices. A ver cómo están cuando salgan de esa casa de locos/as. Luego ya me fui a dormir, tenía sueño. Eso sí, está claro que la que mejor se lo pasa es la Milá, que habla de ellos y con ellos como si fueran sus vástagos.

Se ve que a todos los candidatos les han hecho un montón de pruebas: entrevistas, exámenes psicológicos, chequeos médicos… Y yo no sé cómo se lo montan, que parece que cada año se superan. A ver si algún día deciden hacer un programa con gente normal.


* Parece que la foto que he puesto no pegue con Gran Hermano, pero sí que pega. Se titula "Una Casa de Locos" o "Manicomio" y es de Goya (espero que me perdone si ve para qué la he utilizado).

EL TONTO DEL SEGUNDO

Tengo un vecino que es muy tonto. Un fastidio humano que nació para estorbar. Todos tenemos nuestra función en el mundo y él nació para eso, pobrecico. Lo peor de todo es que me ha tocado tenerle tres pisos más abajo y ¡Mira que hay metros! Pero aun y así, y muy a mi pesar, le oigo. Bueno, yo y todo el vecindario. El chaval se esmera bastante.

Es tan tonto que ayer, a las diez y media de la noche empezó a dar martillazos. No sé si estaría construyendo un refugio antinuclear o dándose de cabezazos contra la pared pero si mirabas al patio interior, las cabecitas de los vecinos iban asomándose y diciendo “Ssssstth!”. Luego: “¡¿Quieres para ya?!”. Luego “¡Que hay niños durmiendo!”. Y él erre que erre. Lo único que se le oía decir era “¡Hasta las 11 puedo hacer ruido!”. No sé de dónde habrá sacado eso pero el muy limitado no paraba de repetirlo. ¡Ah! Y sus amiguitas (tontas también, dimeconquienvasytediréquieneres) se reían escandalosamente como si fuera superdivertido todo lo que estaba pasando. Supongo que debió ser una de las experiencias más extremas de sus vidas.

Total, que al final hubo que bajar. Con la cena puesta en la mesa, dos valientes salieron al rellano y bajaron la escalerita de caracol con baranda verde. “¡Ring! ¡Riiiing!” ¡Abrió súper rápido! “¡¿Qué pasa?!”. El muy tonto temblaba de nervios y todo, porque claro, sabía que la estaba liando. Y, cómo no, dijo su archiconocida frase: “Hasta las 11 tengo tiempo”. “¿Pero no te importa molestar a todos los vecinos?”, le dijo Valiente 1. “Hasta las 11 tengo tiempo, y si no tienes nada más que decir…”. ¡Y le cerró la puerta en las narices! Encima estúpido. Es una cajita de sorpresas.

Entonces Valiente 1 y Valiente 2 subieron y tras un minicomité en el rellano se decidió llamar a la policía si seguía con el martillito. Pero paró. Qué triste llegar a eso. Lo más triste de todo es que Don Molesto, el tonto del segundo, pone a menudo la tele o la música a todo volumen a horas intempestivas. En estos casos ¿qué hay que hacer? Yo he de confesar que hoy le he molestado un poquito pero solo un poquito, ni una milésima parte de lo que me molesta él a mí. Le he picado por la mañana y durante la siesta, porque seguro que duerme todo el día, qué va a hacer si no. El mundo se abre ante él como un territorio inhóspito lleno de seres a los que molestar. Así que nada, a ver cómo se porta esta noche.